Angélica, misión amor

Confianza

Mercy Sáenz se encontraba en la sala preparándose para salir, cuando vio la hora y se percató de que Javier aún no había bajado. Frustrada por la impuntualidad de su hijo, dejó a un lado sus cosas y fue a buscarlo. Cuando estaba cerca de la habitación, escuchó que su hijo estaba hablando con alguien. 

«¡Carajo! Este niño es demasiado irresponsable. Ya es muy tarde para ir a la escuela y él está platicando tranquilamente con quién sabe quién», pensó irritada.

Sin detenerse a escuchar lo que su hijo decía, abrió intempestivamente la puerta.

—¿Qué haces que no bajas de una maldita vez?

Asustado por la intromisión de su madre, Javier exclamó.

—¡Madre! ¿Por qué no tocas la puerta antes de entrar?

—¡Porque soy tu madre y esta es mi casa! —respondió la iracunda mujer, mientras escaneaba con la mirada el lugar.

—¿Qué? ¡Pero estás invadiendo mi intimidad! Qué tal si estoy desnudo…

—¡Ay, por favor! —interrumpió Mercy, al tiempo que le lanzaba una mirada sarcástica—. Te conozco desde que naciste, así que eso no me espanta.

Avergonzado por el comentario, Javier se cubrió con las manos y exclamó.

—¡Madre!  

Ignorando el reclamo, la mujer miró para todos lados y luego dirigió su mirada hacia la mano de su hijo, la cual sostenía su teléfono móvil, para después preguntar seriamente.

—¿Con quién estabas hablando? 

Javier sintió escalofríos al escuchar esto, en tanto, que Angélica solo se limitó a cruzar los brazos con pereza.

—¿Qué? —respondió Javier nerviosamente, intentando mantener la calma.

—No te hagas el tonto, dime con quién estabas hablando —insistió la severa mujer.

El joven miró asustado hacia Angélica y luego recordó que tenía su celular en la mano.

—¡Ah! —exclamó, al tiempo que pulsaba su teléfono como si estuviera “cortando la llamada”—. Estaba hablando con Andrés, mi amigo. 

La mujer frunció el ceño y, manteniendo su expresión severa, cuestionó de nuevo.

—¿Andrés?

—¡Sí! ¿No te acuerdas de él? Estudia conmigo…

—¿Por qué estaban hablando por teléfono? ¿Acaso no se van a ver en la escuela?

—¿Eh? Bueno, es que me llamó para comentarme que no irá a clases porque se siente enfermo y me pidió que le anote todas las tareas para que se las pase más tarde.

Angélica se burló al escuchar esto y rompió el silencio.

—No tengo el poder de la clarividencia, pero creo que te meterás en problemas con esa mentirota.

«¡Cállate! Mi madre no va a creer que estoy hablando con una fantasma», replicó Javier mentalmente.

—Ya veo —dijo Mercy, un tanto convencida—, pero no pierdas tiempo. Baja en diez minutos si quieres que te lleve a la escuela.

—¿Eh? ¡Sí! Ahora me visto —respondió Javier rápidamente, al tiempo que se dispuso a buscar su uniforme.

Después de esto, la mujer se marchó. El muchacho comenzó a desvestirse y Angélica se sonrojó al ver esto.

—¡Oye! No hagas eso, ¡dañas mis pupilas!

Molesto, Javier replicó:

—Pues salte de mi habitación, ¡necesito cambiarme!

—¡Ya te dije que no puedo quitarte el ojo de encima! —justificó Angélica.

—¿Eh? ¿Ves que si eres una acosadora? ¡Estás aquí para morbosearme!

Avergonzada por tal señalamiento, Angélica volvió a replicar. 

—¡Ja! Como si quisiera ver pobrezas, ¡he visto a mejores que tú! 

Esto le picó la cresta al atrevido muchacho, que señaló.

—¿Dices que esto es una pobreza para ti? —dijo esto en referencia a su “marcado” abdomen—. ¡Mira esto! No lo conseguí comiendo tortas de la tiendita…

Mientras Javier seguía molestando a Angélica, esta se tapó los ojos en un intento por evitar mirar el torso desnudo de “su protegido”, mientras decía mentalmente: «¡Dios! ¿Por qué tengo que pasar por esto? ¡Si querías castigarme, lo conseguiste!». 

Al no poder más, Angélica apretó los ojos con el deseo de desaparecer. Segundos después notó que ya no escuchaba la voz de su fastidioso “protegido” y abrió los ojos. Para su asombro, descubrió que ya no se encontraba en la habitación de Javier. 

En tanto, Javier se quedó pasmado al ver que “su guardián” se esfumó ante sus ojos.

—¡Mierda! Jamás había visto desaparecer algo frente a mí. —Después de esto, sacudió su cabeza y dijo apuradamente—. ¡Ah! Da igual, es mejor que se haya ido, necesito vestirme rápidamente para aprovechar que mi mamá me llevará. ¡Odio tener que tomar camión para ir a la escuela!

Tras vestirse rápidamente, bajó a la sala, donde ya lo esperaban su madre y hermana. Mercy solo le lanzó una mirada severa y luego se marcharon. Como era de costumbre, Javier se mantuvo enajenado en todo el camino gracias a la música de su banda favorita, “The Ducks”, la cual escuchaba a todo volumen para bloquear cualquier intención de su madre por empezar una larga charla.

Cuando llegaron a la escuela, Jenny y Javier bajaron rápidamente del vehículo. Este último comenzó a avanzar, pero antes de poder alejarse, su madre lo llamó.

—Javier, no creas que he olvidado lo que discutimos ayer.

El joven sintió escalofríos cuando su madre hizo referencia a eso, pero antes de poder justificarse, la mujer continuó diciendo con seriedad.

—Decidí posponer la conversación para la cena, ya que quiero que te enfoques en tus estudios. —En ese momento, sus ojos se volvieron cristalizados y añadió—. Quiero que sepas que confío en ti…

Antes de terminar con la frase, una voz familiar interrumpió el emotivo momento.

—¡Ey, bro! ¡Qué bueno que llegaste! ¿Me prestas tu tarea de matemáticas?

 




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