La intervención del prefecto Urbina tomó por sorpresa a Javier, ya que era raro que un adulto se pusiera de su lado. En tanto, el profesor Agustín fulminó con la mirada al estudiante y luego replicó, incrédulo.
—¿Enfermo? ¿Le dijo eso?
El prefecto Urbina mantuvo su postura firme y añadió:
—Sí, acabo de comprobar que el muchacho tiene fiebre.
—Así que lo comprobó —reviró el profesor con suspicacia, manteniendo su mirada recelosa contra Javier.
«Maldita sea, ¿cómo engañó al idiota de Héctor? Mmmm… Estoy seguro de que Javier está mintiendo. ¡Qué tonto muchacho! Usaré “su enfermedad” para exponerlo y que esto sea suficiente prueba para que lo expulsen de una vez», pensó Agustín, maliciosamente.
Angélica se atragantó al escuchar los insidiosos pensamientos de ese profesor y pensó en voz alta.
—¡Vaya! Y yo que ya comenzaba a sentirme culpable por el hecho de que te sacaran del salón.
Javier escuchó esto y preguntó mentalmente: «¿De qué estás hablando?»
Ella lo miró y respondió seriamente:
—El profesor Agustín se las trae contra ti. Justo acabo de escuchar que piensa expulsarte del salón.
«¿Ah sí? No es novedad», añadió Javier, no muy asombrado con el descubrimiento de su guardiana, quien exclamó un tanto molesta por la actitud relajada del chico.
—¿Cómo? ¿Sabías que ese profesor te odia?
Antes de que este respondiera, Agustín volvió a hablar.
—¿No sería mejor que vaya a la enfermería? Si es que este joven…
—Gracias por su sugerencia —lo interrumpió el prefecto, alzando la voz—, pero considero que sería mejor que el joven Pacheco se marche antes para que consulte con un médico.
Martín, quien estaba más del lado del profesor Agustín, se atrevió a intervenir.
—Una simple fiebre puede ser tratada en enfermería, así que coincido con el profesor Agustín de que no es necesario que el alumno se marche.
El profesor Agustín sonrió maliciosamente al ver que el otro prefecto estaba de su lado, mientras que Urbina fulminó con la mirada a su compañero e inmediatamente se dirigió a Javier, para impedir que el maestro se colgara del argumento de Martín.
—Muchacho, además de la fiebre y el dolor de estómago que me dijiste, ¿tienes otro síntoma más?
Agustín y Martín se sorprendieron al escuchar esto último y voltearon a ver a Javier para confirmarlo. Al tener la atención de todos hacia él, Javier entró en pánico, ya que ahora sería difícil fingir frente a esos dos sujetos incrédulos. En ese momento, Angélica se acercó para decirle al oído.
—No debo decirte esto, pero si vas a mentir, hazlo lo más creíble posible.
Esto último causó gracia a Javier, que sonrió sarcásticamente y luego respondió en voz alta.
—¿Acaso creen que miento?
Irritado por la actitud desenfadada del alumno, el profesor Agustín reviró.
—Con usted nunca se sabe, así que si no está mintiendo, podemos ir todos a la enfermería y comprobarlo.
—Bien, vamos a la enfermería —retó Javier, demasiado seguro de su respuesta.
El profesor Agustín frunció el ceño, receloso por lo rápido que ese alumno había aceptado su propuesta, pero luego resopló de sarcasmo, ante la idea de “atraparlo en su mentira”.
«Estúpido chico, ahora sí, no tendrás forma de engañarme. Disfrutaré de ver cómo te sacan de esta escuela», pensó.
Angélica escuchó esto e inmediatamente advirtió a “su protegido”:
—¡Oye! Tendrás que inventar algo mejor, porque ese profesor usará tu mentira para expulsarte por la puerta de atrás.
Javier ignoró esta última advertencia y se adelantó para dirigirse a la enfermería que se encontraba cerca de la dirección. Cuando llegó, la doctora Mariana se extrañó de verlo acompañado por el profesor Agustín y el prefecto Urbina.
—Buen día, ¿qué los trae por acá? —preguntó diligentemente.
Antes de que Javier hablara, el profesor Agustín tomó la palabra.
—Este joven dice tener fiebre —recalcó haciendo el gesto de comillas.
—Y dolor de estómago —añadió el prefecto, harto de la actitud inquisidora del docente.
La doctora Mariana miró a ambos hombres con extrañeza, para después dirigirse a Javier, quien estaba tranquilamente parado junto a ellos.
—¿Es cierto lo que dicen?
El muchacho suspiró con pereza y luego respondió.
—Desde la mañana tenía dolor de cabeza, pero durante la clase del profe Agustín, comencé a sentirme extraño y, como el maestro asumió que estaba causando problemas, me sacó del salón.
Agustín reaccionó colérico ante el señalamiento de Javier.
—¡Muchacho insolente! ¿Cómo te atreves a mentir frente a todos?
—¡Calma, profesor Agustín! —intervino el prefecto Urbina.
—¿Por qué estás solapando a este mentiroso? ¡Es claro que está actuando! —replicó Agustín furioso, cuyos ojos parecían salirse de sus órbitas.
Angélica se estremeció ante la actitud agresiva de ese profesor, que sintió pena por Javier y añadió.
—¿Qué onda con el profe? ¿Acaso le hiciste algo para que te odie de esa forma?
Javier no tenía respuesta a esta pregunta, así que se limitó a encoger los hombros y esperar pacientemente a que las cosas se calmen. En tanto, la doctora Mariana alzó la voz para calmar la situación.
—Yo determinaré si el joven está mintiendo o no —. Después de esto, se dirigió a Javier—. Por favor, toma asiento para que te ponga el termómetro y te haga unas preguntas de rutina.
El muchacho se sentó obedientemente, mientras la doctora le indicó que se colocara el termómetro debajo de la axila y luego comenzó a tomarle la presión.
—Bien, además de la fiebre, el dolor de cabeza y de estómago, ¿qué otros síntomas has tenido?
En su mente, Javier respondió irónicamente: «Tengo visiones de una chica fantasma».
Angélica escuchó esto y exclamó ofendida.
—¡Oye! ¡Ya te dije que no soy un fantasma!
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Editado: 10.02.2024