—Tu madre me dijo que te encontraría aquí —me encojo hacia su cuerpo. Como lo hice en los días más difíciles. Caminamos lentamente por el quieto lugar.
—Gracias, Nate.
—Eres muy valiente al querer hacer esto sola, pero no es el tipo de cosas que debas hacer por tu cuenta.
—Lo sé, sólo no quería poner el estrés sobre mi madre.
—¿Por qué no acudiste a mí?
—Salí huyendo de aquí, no…
—Emma, entendimos perfectamente por qué lo hiciste. No estamos enojados. Sigues siendo familia y siempre lo serán.
—Gracias —pasa su enorme brazo sobre mis hombros.
Era tan contrastante verlos a él y Max junto. Él, al ser bombero, tenía un cuerpo muy trabajado. Mi esposo era alto, pero no tenía ni la mitad de masa muscular que tiene su hermano. Inconscientemente me acurruco más junto a él. También lo entiende, también perdió ese día. También era su compañero de vida, de una forma diferente, pero estaban el uno para el otro de una manera feroz y protectora.
—Ha pasado un tiempo desde que estuve aquí también —rompe el silencio.
—¿Cómo lo llevas? —lo escucho tragar.
—Sigo dejando mensajes en su teléfono. Sigo repitiendo sus mensajes de voz. No quiero dejar de escucharlo, no quiero perder su voz en mi cabeza —suelto un sollozo. Sé cómo se siente, hice lo mismo por casi dos años, hasta que el dolor pudo más conmigo.
—Nunca se irá, nunca —susurro.
—¿Sabes que me hizo aprenderme esa mierda de las lilis? —suelto una extraña carcajada entre lágrimas.
—¿En serio?
—La flor brotó de una lágrima de Eva cuando fue expulsada del Edén y supo que tenía un niño dentro de ella. También que en la época victoriana las regalaban como símbolo de amor.
—Oh, Dios, ¿te hizo recitarlo?
—Más veces de las que quisiera admitir —reímos—. Me dijo que podría serme útil en el futuro. Gracias a Dios mi mujer odia las flores.
—Son tal para cual —la tensión en los brazos de Nate me indicó que estábamos en el lugar.
—Te esperaré aquí, ve —besa mi cabellera—. Si es mucho para ti, sólo dime —asiento torpemente.
Veo la lápida que tantas veces vi en mi mente, en mis sueños, pero con mi nombre en ella. Lo que fue la representación de mi negación por tanto tiempo y que todavía, a momentos, lo sigue siendo. Leo el nombre de mi mejor amigo y de la persona que me mostró que la vida podía ser muy divertida bien acompañado. Me duele ver su fecha de nacimiento y la fecha en que fue arrebatado de mí. Tan joven, apenas comenzábamos nuestra travesía en el mundo.
Tomo un respiro antes de sentarme frente al frío pedazo de piedra. Tan diferente al cálido corazón que tenía enterrado bajo de él. No hago el intento por esconder mis lágrimas, dejo que fluyan en lo que encuentro el valor de hacer lo que realmente quiero hacer.
—Te extraño tanto, amor mío —apenas digo con la voz entrecortada—. Nina está enorme, se parece mucho a ti y no sabes cómo amo eso. Es como si siguieras aquí. Ya le he contado un poco sobre ti, también te extraña.
Volteo a ver, Nate también está sobre el césped, con las piernas cruzadas, como haciendo meditación. Hay rastros de lágrimas por sus mejillas, mismas que escurren por su cuello. Tiene la nariz levemente roja, sus ojos cerrados. Mueve la boca, como si estuviera hablando.
—Antes de decirte lo que vengo preparando desde hace unos días, quiero que sepas que te amo. Que siempre lo haré. Cambiaste mi vida de maneras que nunca creí que fueran posibles. Hiciste que viera el mundo con otros ojos, incluso con tu partida. Cada momento contigo y sin ti, ha sido aprendizaje constante. Hoy creo tener la fuerza suficiente para hablarte del dejar ir y no porque pretenda olvidarte sino porque he encontrado a alguien, y la amo —de nuevo siento que mis pulmones no toman suficiente aire—. Adora a Nina y me hace feliz. No creí que la felicidad llegaría a mi vida de nuevo, hasta que la vi. Lo supe al instante, pondría todo de cabeza. Yo… —las lágrimas comienzan a salir de nuevo— no quiero este dolor, Max, no quiero seguir sufriendo. Ya no tengo fuerzas. Ya no puedo más —me recuesto sobre el pasto sintiendo la gélida roca en mi cabeza—. Estoy lista para otra lección de vida, mi cielo, una en donde me ayudas a soltarte y dejarme ser feliz por los tres.
Me quedo llorando ahí, acostada, no sé cuánto tiempo pasa, sin embargo, las lágrimas no dejan de salir; sollozo tras sollozo, siento el pesar de mi corazón alivianarse un poco. Pero, el simple hecho de estar haciendo esto me duele como el día que se fue. Por fin estoy aceptando mi vida sin él e iniciando, posiblemente, mi vida con alguien más.
—¿Estás bien? —una enorme mano se posa sobre mi hombro. Asiento—, ¿necesitas más tiempo? —niego con la cabeza— Vamos, te llevaré a un lugar más tranquilo —con una facilidad increíble me toma como a un bebé y me carga hasta su coche. Le agradezco silenciosamente, no sé si soy capaz de caminar por mi cuenta. Me pone el cinturón de seguridad y por el camino que toma, me lleva a su casa.
—Gracias —murmullo cuando estamos frente a la entrada de su casa.
—No tienes que hacerlo. Margaret va a estar muy feliz de verte —salimos del auto; apenas abre la puerta de su preciosa vivienda una melodiosa y conocida voz se hace presente.