Anne

•Capítulo Siete•

Capítulo Siete

 

Detiene el auto frente a mi casa y me lamento desde lo más profundo que tenga que bajarme ya. Ni siquiera sé por qué le hice caso a Max, bien podría haberlo ignorando y seguir pasándola bien con Ariel.

—La pase genial —comento, tratando de alargar mi estadía en el auto.

—Yo también —coincide él mirándome fijamente. Carajo, que yo no soy de las que apartan la mirada pero sus ojos tienen tanta intensidad que no puedo evitar sentirme nerviosa—, lo tenemos que repetir —me regala su perfecta sonrisa. Agradezco la oscuridad de la noche, y que el farol de la esquina no esté funcionando, porque o sino se daría cuenta de lo cohibida que me encuentro.

—Por supuesto —murmuro—. Además, ahora ya no tengo vergüenza para ir a los Bolos —levanto mi puño en son de festejo. 

—¿Tienes planes para mañana por la mañana? —Pregunta— Es sábado y creí que... —se rasca la nuca un tanto nervioso.

Que sexy se ve haciendo eso.

—La verdad me gustaría —aseguro—, pero lo que ocurre es que mañana es la inscripción para la competencia de Motocross —explico apenada.

—¿Haces motocross? —Pregunta, a pesar de la oscuridad puedo apreciar el brillo en sus ojos.

—En realidad, yo no —corrijo—, el que lo hace es Max, pero yo me encargo del mantenimiento de su moto. 

—¡Vaya! Pero no esperaba menos de ti, chica mecánica. ¿Te cuento algo?
Asiento, esperando lo que me quiere confesar.

Alarga su mano derecha y coloca un mechón de mi pelo atrás de mi oreja, sus ojos observan cada rincón de mi rostro y terminan su recorrido en mis ojos verdes.

—Me parece muy sexy imaginarte sobre una moto, y más si la estás manejando —confiesa con la voz ronca. La saliva se me atasca en la garganta y entreabro los labios sin saber qué decir.

—Que… 

—¿Dónde se realiza la competencia? —Pregunta interesado, salvándome de tener que responder algo. 

—A unas cuadras de aquí, en la pista Gregory —respondo—. ¿La conoces? 

—Sí, fui allí unas que otras veces. 

—Dentro de unos días comenzará la competencia, deberías ir, así de paso nos encontramos por allí. 

—Créeme primor, si voy a esa competencia solo será para verte a ti, no me van las motocicletas —y ahí está de nuevo ese maldito rubor. ¿Qué me pasa? Yo no soy de las que sonrojan así porque sí.

—Tú prefieres los autos y las carreras clandestinas sin ninguna protección —bromeo 

—En realidad prefiero muchas cosas —dice—, pero sí, esa es una de ellas. Por ejemplo, prefiero chicas rubias que sepan más de autos que cinco hombres juntos —Mientras pronuncia esas palabras acorta la distancia que nos separa y nuestras rostros queda separados por tan solo unos centímetros—, y que no teme romperse una uña o engrasarse el rostro —Su mano derecha me toma del cuello y su pulgar acaricia mi labio, yo no sé qué hacer, simplemente que quedo petrificada—, me gusta que me digan lo que piensan de mí sin tener pelos en la lengua —Su otra mano se posa en mi cintura y sus dedos me aprietan delicadamente, mi corazón martillea mi caja torácica sin control— y me gusta que demuestren su verdadero yo —La distancia es prácticamente nula. Sus ojos abandonan la míos y ahora conecta la mirada en mis labios entreabiertos.

Acorta los milímetros y cierro los ojos cuando siento sus labios rozar los míos.

—Te voy a besar —susurra.

Levanto la mano y pongo sobre su nuca.

—¿A qué esperas? —murmuro.

Abro los labios cuando siento el contacto de los suyos, pero como el mundo está en mi contra, un golpe en la ventanilla nos asusta y nos separamos  sobresaltados. Giro la cabeza como la niña del exorcista y miro al culpable de explotar esa burbuja perfecta que se había formado entre nosotros, Max nos mira de una forma mortífera, pero le hago competencia. Que pesadito, por Dios.

—Vamos, sal, ya es tarde —ordena enojado y regresa a la casa. Cabrón de mierda.

—Nos vemos otro día —me despido, totalmente indignada—, llámame —le doy en beso en la mejilla y le pido disculpas por el comportamiento de Max.

 Bajo antes de que diga nada. Entro a la casa como alma que lleva diablo y busco a Max por todos lados, hasta que lo hallo acostado en el sofá de la sala, le lanzo el bolso que te tenía en mi mano y del susto cae a suelo. 

—¡¿Qué demonios crees que estas haciendo?! —Exclama alterado.

—¡Es lo que yo te pregunto a ti, imbécil! —Grito igual de alterada— ¡¿Quién carajos te crees para mandarme?!

—¡Tu mejor amigo! —responde— Deberías agradecerme. 

—¿Agradecerte? —Repito con los ojos abiertos— ¿Pero acaso tu comes mierda de Teletubbies? No tengo nada que agradecerte, prácticamente has arruinado mi noche. 

—¿Noche, llamas a besuquearte con ese tipo? 

—¿Y a ti qué te importa con quién me besuquee?  Es mi puto problema si me besó con alguien o no. Yo jamás te pedí la lista de las personas con quién te comiste la boca, como para que tú me pidas explicaciones.

—¡Y yo tampoco necesito tu lista, pero ese tipo no me agrada!

—¿Y crees que a mí me agrada Maura? —Pregunto contrariada— No, pero aún así no te hago un escándalo porque la Barbie esa no sea de mi agrado. 

—Yo lo conozco Anne, es un imbécil que engatusa a todas en la universidad y luego las deja a su suerte. 

—¡Pero miren quién habla —exclamo—, si es el burro hablando de orejas! A mí no me vengas con bromas Maximiliano, eres peor que cualquier Don Juan de cuarta, sabré yo cuántas te has follado y dejado a la mañana siguiente, ya perdí la cuenta de las casas a la que he ido a buscarte. 

—Eso no viene al caso —masculla.

—Claro que viene —puntualizo—, porque te has puesto a criticarlo sin mirarte a ti mismo, y para dar fin a esta estúpida discusión te digo: me gusta Ariel y eso no lo vas a remediar. 

—Lo conoces de hace una semana, cómo puedes decir que te gusta —dice.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.