Dos semanas después…
El tiempo pasa tan rápido pero a la vez tan lento, cada movimiento de la manecilla del reloj es como una pieza de mi alma cayendo al precipicio. Creo que en mi fábrica personal de lágrimas hubo alguna falla pues éstas ya no cesan de mis ojos, mientras que la tristeza reina en mi corazón. La soledad en la que me dejó Max es demasiado abrumadora que me enoja no poder entrar en esa habitación y despertarlo a sacudidas o tal vez derramándole una cubeta de agua fría como lo hice en aquella primera competencia, el muy terco estaba tan ansioso que se desveló toda la noche y al día siguiente no había poder humano que lo levante de su cama, pero yo conseguí hacerlo y eso es lo peor... Ahora no puedo despertarlo.
Estas han sido las dos semanas más horribles de mi existencia, ya no aguanto no poder conversar con mi amigo, gastarle bromas y golpearlo cuando yo soy víctima de las suyas. Extraño su sobre protección y sus celos infundados, sus abrazos de oso, extraño verlo en el taller arreglando algún auto o simplemente fastidiándome.
Extraño todo de él.
Los doctores ya le arrebataron los yesos de las piernas con la excusa de que gracias a no tener movimientos sanaron más rápido, eso es bueno ¿no?; pero aparte de ello no sabemos nada más. Ellos dicen que es normal cuando se entra en coma que el paciente tarde días en recuperar la conciencia, tal vez para ellos es normal pero para mí es una tortura lenta el no saber si despertará o no.
En mi casa las cosas mejoraron, mamá ya no está tan enojada con Sara hasta el punto que llegó a hacerle una broma, también está llevando mejor la muerte de papá; en el taller Mario sigue ayudándonos, y digo ayudándonos porque yo decidí volver trabajar para así poder mantener la cabeza ocupada. Ariel se ha mostrado más comprensivo de lo que debería que a veces se vuelve irritante, y en cuanto a la universidad, no he tenido mucho tiempo para pensar en ello por lo que no pude darle ninguna respuesta a Marina gracias a Dios ella no me ha insistido.
Aunque por el día voy a trabajar al taller, nadie pudo evitar que venga todas las noche junto a Max, eso también ayuda a que Marta pueda volver a casa, mamá viene por las tardes hasta que yo venga para que la madre de Max pueda ir a trabajar, en la estación de servicio donde le dan empleo no tienen en cuenta que tiene un hijo hospitalizado.
—¿Enserio vas a seguir inconsciente? —Un día una enfermera me escuchó hablándole a Max y creyó que éste ya había despertado, cuando se dio cuenta que no era así me lanzó una mirada reprochadora y volvió a sus quehaceres— No es nada divertido hablar y no tener respuesta, ya me tacharon de loca por tu culpa, estoy segura de que cuando despiertes tendrás que ir a buscarme un manicomio, allí me encontrarás en una habitación sin puertas con un chaleco de fuerza y con el cabello todo levantado, con el rostro lleno de manchas amarillas —Ruedo los ojos y río sin humor— Bueno, tal vez solo creas que acabo de despertar porque ese es mi aspecto todas las mañanas.
Sentada en la silla me acerco un poco más a la camilla y recuesto mi cabeza a un costado de su cuerpo y cierro los ojos, decir que tengo sueño es quedar corto, mis párpados se me cierran por sí solos como si de imanes se tratarán.
—Vamos Anne, apúrate —me dice la voz de un niño a mis espaldas, giro rápidamente y encuentro a Max pero con el aspecto de un niño de seis años— Eres demasiado lenta.
—¡Yo no soy lenta! —Reclamo y me sorprende que mi voz también se parece a la de una niña, miro mis manos y efectivamente pertenecen a una pequeña criatura— ¿Qué vamos a jugar? —Pregunto cuando llego hasta él, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estamos en un parque pero no hay nadie aparte de nosotros.
—A las escondidas —asiento, me gusta la idea porque yo siempre fui la mejor en ese juego— Puede que en eso me ganes, ya que eres tan lenta.
—¡Ya te dije que yo no soy lenta! —Chillo.
—Está bien —acepta mientras ríe divertido—, para que veas que te quiero, dejaré que te escondas tú primero.
—Ok, debes de contar hasta cincuenta —Max corre hasta un árbol y cubre sus ojos con sus manos. Yo voy corriendo hasta la sección de juegos y entro a la casita tobogán y me escondo en su interior, me hago un ovillo para que no vea mis pies desde abajo.
Recorro la vista por las paredes de plástico amarillo y miro los garabatos de los niños que pasaron por este lugar, algunos son dibujos de animales deformes y otros de flores torcidas, también hay nombres mal escritos faltantes de las letras principales.
Max y yo siempre venimos a este parque para jugar cuando nuestras madres nos se dan cuenta, se podría decir que es nuestro más divertido hobbie, no el hacerlas enfadar, sino la adrenalina de hacer cosas a escondidas, aparte es divertido.
—Anne —dice Max susurrando y tapo mi boca para no producir el menor ruido posible— Vamos, Anne —su voz suena apagada ¿por qué suena como si estuviera cansada?— Despierta, Anne...
—Anne —Abro los ojos casadamente al oír la voz de Max, debo de seguir soñando.
—Déjenme dormir más —pido ronroneando y vuelvo a cerrar los ojos.
—Anastasia —vuelve a decir la voz pastosa de Max y abro abruptamente mis ojos y levanto la cabeza. Mi mejor amigo me mira con una sonrisa media— Hola.
—¡Max, despertaste! —Salto de la silla toco su rostro tratando de descifrar si esto es un sueño o no— ¡Estás despierto! —Exclamo eufórica. Sonrío de oreja a oreja mientras toco la suavidad de su rostro.
—Creo que sí —dice mirando a su alrededor— ¿Cómo llegue al hospital?
—Eso no importa, no puedo creer que estés despierto —me agacho y lo abrazo, la felicidad es infinita. Por fin despertó.
Por fin estoy en sus brazos, por fin el sabe que lo abrazo. Siento el corazón apunto de estallarme.
Volvió.
Ha vuelto a mí.