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MAYA (II)
Aproximadamente a las seis de la tarde, la Sra. Stuart llamó a la puerta de su hija. Al no recibir respuesta, se tomó la libertad como madre de entrar de todos modos. Como se lo había imaginado, se encontró a Maya sentada frente a su computadora, con sus audífonos puestos, meneando la cabeza al ritmo de la canción que estuviera escuchando, mientras su mano sujetaba la pluma de su tableta electrónica, y pasaba trazo tras trazos sobre la superficie lisa de ésta. Sus ojos estaban bien fijos en el monitor delante de ella, donde lo que trazaba en la tableta se proyectaba en automático, dándole forma a la ilustración digital que estaba realizando.
—Hey —pronunció la Sra. Stuart en alto, pero Maya siguió sin reaccionar. Soltó entonces un largo suspiro, y se aproximó rápidamente hacia ella—. ¡Hey! —pronunció más fuerte, al tiempo que le daba varios toques en su hombro con insistencia.
Maya se sobresaltó sorprendida por el repentino contacto. Soltó rápidamente la pluma, y se retiró los audífonos con ambas manos.
—¿Qué? —preguntó un poco molesta, volteándose hacia su madre.
—Voy a salir a hacer un par de cosas —le informó ésta con seriedad—. No creo volver antes de las nueve, así que me iré directo a la tienda.
Maya reparó en ese momento en que su madre en efecto tenía ya puesto el uniforme de camiseta marrón y pantalón amarillo del Supermercado Alianza en el que trabajaba. Era una tienda de comestibles y artículos varios en el centro de St. Lewrick que abría las veinticuatro horas, y esa última semana a su madre le había tocado el nada placentero turno nocturno. Eso significaba que no volvería a casa hasta la mañana del día siguiente.
No la envidiaba en lo absoluto, ciertamente. Lo bueno es que eran turnos rotativos, por lo que sólo le tocaría quizás un par de semanas más, antes de cambiar a otro más accesible.
—Está bien —musitó Maya con tono cauto, girándose de nuevo hacia su monitor—. Qué te vaya bien.
Antes de que la Sra. Stuart se retirara, un poco sin querer, un poco apropósito, echó un vistazo al monitor, y en la ilustración en la que Maya estaba trabajando en esos momentos. Algo que, quizás, hubiera preferido no hacer, pues lo que vio resultó… un tanto confuso, y sólo sería capaz de describir como un montón de tentáculos verdes, envolviendo el cuerpo musculoso y desnudo de un hombre. Y esas serían quizás las palabras menos fuertes que podría elegir para ello.
—¿Qué es eso? —exclamó la Sra. Stuart, notablemente exaltada.
Maya rio, a su ve notablemente divertida por la reacción de su madre.
—Es sólo un dibujo, mamá. No te va a morder.
—Cómo quisiera verte dibujar cosas bonitas para variar.
—¿Qué?, ¿no te parece bonito? —exclamó Maya con tono sarcástico, pero a continuación optó por una postura más seria—. Es una comisión, me pagan por hacerlo. Ya te lo había explicado. Y un poco más de dinero siempre es bueno, ¿no?
—Eso no lo discuto —musitó su madre, no del todo convencida.
Maya siempre había sido una excelente dibujante, incluso desde que era niña. No hace muchos años atrás, las paredes de esa habitación estaban cubiertas de los hermosos dibujos que hacía, de muchos varios tópicos y formas. También solía hacerlo en diferentes técnicas y medios, pero sus predilectos siempre habían sido los pasteles; creaba combinaciones de colores increíbles con ellos.
Pero de un tiempo para acá, todo lo que su madre la veía dibujar era en su computadora, y siempre cosas un tanto aterradoras como la que hacía en ese momento.
Maya en efecto le había explicado cómo funcionaba ese asunto de las comisiones. Y aunque la idea de que su hija aceptara encargos de personas en internet para que les dibujara… ese tipo cosas, no le terminaba de agradar, ciertamente lo que ganaba con eso no les caía nada mal en sus finanzas.
Quizás si tan sólo ella pudiera tener un mejor trabajo. O si no se hubiera separado de su ahora ex esposo…
La Sra. Stuart agitó su cabeza, dejando de lado esos pensamientos. No tenía sentido darle más vueltas a cosas que ya pasaron.
Maya ya se había puesto de nuevo manos a la obra en su dibujo, o lo que fuera, por lo que la Sra. Stuart se dispuso a retirarse. Pero antes de cruzar la puerta, sin embargo, se detuvo y se regresó un momento sobre sus pasos.
—Ah, casi lo olvido —masculló mientras rebuscaba en el bolsillo trasero de su pantalón—. La chica de hace rato te dejó esto.
Colocó entonces sobre el escritorio el sobre blanco, con el nombre de MAYA escrito grande en él. Ésta lo miró de reojo un segundo, y de inmediato se giró de hacia el monitor, restándole importancia.
—¿Qué chica? —inquirió de forma distraída.
—La que te vino a buscar y dijiste que se fuera al Diablo, ¿recuerdas?
Maya intentó hacer memoria del incidente, y la verdad era que apenas se acordaba. Su madre le había gritado desde la planta baja, diciéndole que alguien la estaba buscando, y… sí, quizás había gritado algo parecido a lo que su madre describía. La verdad era que estaba tan concentrada en lo que estaba haciendo en ese momento, que había más que nada contestado en automático.
—¿Y quién era?