Anomia: pequeñas asesinas

Capítulo 17- Nuestro juego

Jonathan se había precipitado al revelar que sabía todo frente a Doll, entendió su error al sentir su propia sangre caliente recorrer su espalda.

Al final, siendo asesino por Elizabeth, solo pudo pensar en cómo había fallado a todo el mundo: a su madre, a su hermana y a todos los que algún vez intentó proteger. Cuando intentó arrastrarse por el suelo y vio que era inútil solo pudo llorar en silencio pidiendo clemencia por la vida de su hermana menor.

Julieta, aquella dulce y tierna niña llena de culpa que no le correspondía, una persona buena y hermosa. Una niña muy amable que merecía lo mejor, no merecía ser asesinada, merecía una vida llena de felicidad.

Y Emily: aquella dulce niña que anteriormente había cuidado cuando era mas pequeña. Siempre vio dolor en sus ojos, quiso protegerla de todo mal, rodearla con sus brazos y decirle que todo estaría bien. Había decidido protegerla de toda amenaza. Pero no pudo hacerlo.

No pudo proteger nada. No pudo hacer nada.

Pidió a quien sea que escuchara su plegaria mental, si había un dios en ese mundo. Pidió que se acabara el mal, imploró que alguien detuviera a aquellos dos monstruos. Pidió que aquellas dos niñas de brillante sonrisa pudieran mostrarla incluso en el final de sus días.

Quería que no sufrieran, querían que rieran. Incluso si el ya no estaba para verlas sonreír. 

 

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Doll se había desmayado, pero Elizabeth no se dio cuenta, estaba concentrada en el dueño de la dulce voz que había llegado a interrumpir.

Un niño, frágil y de apariencia inocente, se encontraba en el umbral de la puerta sosteniendo en sus manos un paraguas negro con una punta de metal.

—¡¿Quien demonios eres?!—aulló Elizabeth.

Era imposible, ¿la habían descubierto?. Había fallado, tenía que matar a ese niño, el mismo paso una mano por su cabello café oscuro.

—Vamos, vamos, Elizabeth. No seas tan ruda—digo guiñando uno de sus ojos gris claro, tenía un brillo burlón en ellos.

Elizabeth bufo y se abalanzó sobre el con intención de apuñalarlo. El contrario se movió rápido y le pegó con el paraguas enterrándole la punta de metal en el brazo, pierna y estómago.

Se quejó de dolor antes de caer al suelo, se levantó de nuevo y su rival volvió a derribarla golpeándola en la garganta con aquella punta afilada. Empezó a toser agarrandose el cuello con una mano después de haberse quitado los guantes de látex que traía.

Su contrincante la miro con indiferencia antes de apoyar el paraguas en el suelo, como si fuera un bastón.

—Siempre tan complicada, te lo advierto: el próximo golpe será en el ojo si sigues intentando apuñalarme—le advirtió viéndola con desprecio.

—¡¿Quien eres?!—grito con voz ronca.

—Saludos, Elizabeth Ardat. Mi nombre es Noah. Es un placer conocerte—dijo haciendo una pequeña reverencia.

Elizabeth parpadeo perpleja.

—¿Noah?... ¿Como sabes mi nombre? Jamás te he visto—admitió enseñando los dientes.

—Antes de nada permíteme aclarar algo: no soy tu enemigo. Lo que he visto aquí no lo diré a nadie, no estoy aquí para hacerme el héroe o para interponerme en tu camino.

Sabía quien era ella, no sabía el como y le importaba bastante como para simplemente dejarlo ir. Bajo el pica hielo, el niño sonrió y también bajo el paraguas. Elizabeth se volteó, ¿que debía hacer? Tenía que averiguar de donde había salido ese niño irrespetuoso.

Suspiro fingiendo resignación: viendo que el menor de los dos bajaba la guardia aprovechó y se abalanzó sobre el antes de que pudiera reaccionar.

 

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Al despertar, Doll mantuvo los ojos cerrados un momento escuchando a su alrededor. No oía nada. Al abrir los ojos lo primero que vio fueron las cortinas de las ventanas de su salón de clases, revoloteaban con el aire y el mismo rozaba por su cara ¿Que había pasado?

Se sentó despacio poniendo una mano en su cabeza. Los recuerdos eran borrosos.

—Ya has despertado. Enhorabuena.

Doll giró la cabeza viendo a Elizabeth sentada en una de las sillas cerca de ella, tenía una sonrisa en el rostro y nuevamente tenía puestos las lentillas que cambiaban sus ojos de color.

—Por un momento pensé que estabas muerta y también tendría que deshacerme de tu cadaver—lo dijo con una brillante sonrisa.

Vio hacia la ventana: el cielo estaba naranja.

—¿Qué pasó?—pregunto ella confundida.

Elizabeth suspiro, había estado un buen rato tratando de despertarla, pero decidió que era mejor que descansara mientras ella se ocupaba del "asunto" que había creado.

—Te desmayaste—contesto con simpleza.



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En el texto hay: asesinatos, muerte y sangre, jovenes asesinos

Editado: 22.07.2020

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