Anomia: pequeñas asesinas

Capítulo 53- Un último deseo

—¡Papá!—exclamó Emily lanzándose sobre su padre para abrazarlo.

El hombre rio y le devolvió el abrazo a su pequeña hija.

—Hola, hija.

No quería separarse pero debía hacerlo.

Tomando toda su fuerza de voluntad, se apartó de su padre con una sonrisa y lo miró como si todo estuviera bien.

—No habías venido—dijo en un tono acusador.

—Si, lo siento. Ya sabes cómo es mi trabajo, aveces tengo que salir del pueblo... Lo siento, pero tengo que volver al trabajo hoy mismo.

Emily sonrió en muestra de comprensión.

No quería que se fuera otra vez.  

Su padre frunció el ceño antes de tomarla del brazo y examinarlo. Descubrió un moretón grande cerca del hombro.  

—Me caí—mintió—. Ya sabes cómo soy; soy muy torpe.

—Hija mia, debes tener más cuidado—murmuro acariciando su brazo.

La niña asintió con tristeza antes de retirarse a su cuarto. Era triste que su padre no se diera cuenta que aquellas heridas no eran accidentes.

Ahora vivía Kaleb en aquella casa, pero ni siquiera eso era suficiente.

Había comenzado desde la muerte de Victoria.

Era como si su madre hubiera enloquecido, o hubiera demostrado el verdadero monstruo que era.

—Tu no eres mi hija—eso le había estado diciendo durante dos años.

Sus palabras hirientes eran menos dolorosas que los golpes que recibía por su parte. Aveces la tomaba del cabello y la arrastraba por toda la casa, otras veces le daba cachetadas o le aventaba cosas. Incluso había apagado cigarros en su piel cuando estaba ebria.

Una vez la ahorco, pero se detuvo antes de matarla.

Ahora que estaba Kaleb, sus ataques eran menos frecuentes pero aún existían. Odiaba quedarse sola en esa casa con su madre y por eso quería que su padre estuviera más tiempo en casa.

Tal vez en cierta forma su madre tenía razón. Emily siempre se sintió excluida de su propia familia. Siempre sintió que había una barrera invisible entre ella y su familia. No sabía explicar el por qué, solo lo sentía. Y tal vez su madre también.

Tal vez se lo merecía. En la escuela hubo un tiempo en que la molestaban también, aún recordaba los empujones o cuando le jalaban el cabello, sin contar todas las horribles cosas que decían a sus espaldas.

No. Se lo merecía.

Tal vez todos aquellos golpes e insultos eran el precio que había pagado por adelantado por aquello que hizo, aquello que había hecho y no recordaba:

Matar a alguien.

En su diario venía escrito todo lo que había pasado en la feria.

¿Ella había matado a alguien?

Mato a Isabel.

Ella mato.

Asesino a alguien.

Asesino.

La muerte era algo horrible. Asesinar a alguien era un acto atroz, un pecado que convertía a quien lo hacía en un monstruo, eso decía la sociedad.

—Pensé que era lo que tú querías—admitió Kaleb una vez ambos se reunieron—. Ella... Venus, Venus eras tú, eras la Emily que siempre debiste ser. Una Emily feliz que no paraba de sonreír.

—Ella no soy yo—murmuro apretando el diario—. Yo soy yo. No hay otra como yo. Escuchó estas voces en mi cabeza susurrándome y alentándome, invadiendo y matándome desde dentro—explicó poniendo las manos en su cabeza—. Yo no soy esa "Venus"... Yo soy Emily... Soy Emily...

O tal vez nunca lo fue. ¿Quien era ella en verdad?

Se sentó en el frío suelo abrazando sus rodillas pegándolas a su pecho. Kaleb la imito poniéndose a un lado de ella.

—La estación de tren abandonada—dijo Kaleb tras varios minutos en silencio—. Planean matar a Julieta ahí.

No podía cambiar de bando ahora. Había dejado morir a Jonathan, en ese momento había dejado en claro que seguiría a Doll hasta el final. No podía dar marcha atrás solo por Julieta... No podía salvarla.

Por un momento pensó en la bondad de Julieta y Jonathan, ambos chicos se habían preocupado por ella. Sacudió la cabeza intentando alejar esos pensamientos de ella.

Doll siempre había estado con ella, le había tendido la mano cuando nadie más lo hizo, la había sacado de un oscuro pozo de tristeza mientras las demás personas solo la veían e ignoraban.

Estaba en el bando correcto.

Doll había sido su luz, un brillante ángel que la protegió bajo sus alas.

—Quisiera tocar el arpa para ella—murmuró Emily mirando al vacío

—Puedes invitarla antes de...

—No—interrumpió a su Primo—. Quiero que sea lo último que escuche. Si no puedo salvarla, al menos quiero darle lo que ella me a pedido: tocarle una última pieza.

—Eso sería casi imposible, prima—admitió Kaleb cruzándose de brazos—. No existe un lugar... No, ¡espera, existe un lugar!

Kaleb se giró hacia ella con una sonrisa resplandeciente. Emily lo miró confundida pero en sus ojos vio determinación.

¿En verdad podía tocar una última vez para Julieta?

Sintió la mano de su primo en su hombro, al verlo él pequeño tenía una triste sonrisa en el rostro.

—Los niños cantando con voces de aves delicadas—cantó su primo.

Aquella canción era para mostrar su apoyo al otro.

—¿Qué esconden? ¿qué destruyen?—murmuro en respuesta la niña.

—El reloj ardiendo dice secretamente con el aroma de una flor: estoy aquí—completo Kaleb apoyando su cabeza en su hombro.

Emily miró al vacío. Estaba haciendo lo correcto, estaba en el bando correcto.

 

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Entre los árboles, en una zona rodeada por maleza y oculta a simple vista, una pequeña y arruinada cabaña se alzaba.

Kaleb la había descubierto con Victoria un día, habían decidido mantenerla en secreto aunque aún así pensaba en decirle a Emily, pero no hubo tiempo, hasta ese día.

La única ventana del lugar estaba rota, en su interior unas pocas plantas habían logrado colarse y salían del suelo y paredes sin contar que el lugar estaba lleno de polvo y humedad.



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En el texto hay: asesinatos, muerte y sangre, jovenes asesinos

Editado: 22.07.2020

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