Another Cinderella

Capítulo III

La chica se acurrucaba entre las sábanas de algodón limpio, dentro de aquella espaciosa habitación que se le hizo melancólicamente solitaria desde el primer momento. Ni la magnífica cama con dosel, ni la decoración finísima hicieron que se sintiera cómoda. Una vez que llegaron al palacio, fue prácticamente encerrada en una de las muchas habitaciones del recinto, aunque en el fondo agradecía ese gesto. La caminata que hizo durante la noche anterior comenzaba a hacer estragos en ella, y lo único que quería era un lugar donde descansar.

Alice sonreía entre sueños al pensar en su futuro al lado de la persona que amaba. Se veía a sí misma en su humilde hogar, limpiando y cocinando, escogiendo los condimentos necesarios para elaborar una deliciosa cena con la que recibiría a su amado esposo. Visualizaba también que su vientre no estaba delgado como antes, sino que se formaba un bulto: el fruto de su amor que le proporcionaba alegría cada vez que este se movía. Y se imaginaba unos años más tarde unas manitas que pedían ser levantadas y un padre amoroso que complacía las exigencias de la pequeña. Una niña rubia… dos quizás… o hasta tres, una numerosa pero feliz familia.

Era un sueño hermoso. Nada que ver con la terrible realidad que estaba viviendo.

—¿Piensas dormir todo el día? —aquella voz que últimamente la ponía de mal humor llenó su habitación e hizo que abriera los ojos pesadamente, despidiéndose así de aquel bonito sueño—. ¡Levántate!

El príncipe, avanzó hasta su cama y sin ningún reparo quitó la sábana que cubría el cuerpo de Alice, haciendo que esta se sobresaltara, tanto por la impresión, como por la corriente de aire fresco que se coló por la ventana.

¿Acaso éste hombre no tiene nada de respeto por la privacidad de otras personas?, pensó e inmediatamente su rostro enrojeció al pensar en lo que hubiera pasado si estuviera en paños menores, pero se sintió aliviada al notar que aún no se quitaba el vestido que había usado para el baile y que ahora estaba arruinado.

—Vístete con la mejor ropa que tengas— le ordenó con ese tono que no admitía ninguna réplica, y sin consultarle comenzó a hurgar en su baúl, sacando todo lo que traía y tirándolo sin ningún interés, incluido el vestido nupcial que Alice había fabricado para su boda con Nathaniel. Aquello era más de lo que podía tolerar.

—¿Por qué tengo que hacerlo? —protestó, sin ponerse a pensar en el rango que Castiel ostentaba, ni tampoco que se encontraba en el palacio real. Realmente el rencor que estaba cultivando hacia el príncipe le impedía pensar con claridad. Él detuvo su labor y suspiró fastidiado.

—¿Debo explicarte la razón de cada una de las órdenes que haré?— hubo un momento de silencio; Alice no sabía si debía contestar o no y la mirada que le estaba dirigiendo el príncipe de Amoris tampoco ayudaba mucho. Sin embargo él continúo con un tono más relajado pero aún serio—. Mi madre quiere conocerte.

Y aquella declaración le llegó como balde de agua fría e hizo que la azabache entrara en pánico. Si Castiel era el príncipe del reino Amoris solo significaba algo: su madre era la reina… La Reina Valérie de Amoris, la persona con mayor autoridad en todo el país, y sobre todas las personas. Y ahora esa persona tan importante quería conocerla. Si bien, era cierto que el difunto rey Jean-Louis y su esposa eran conocidos como personas buenas y amables, que siempre habían hecho todo lo posible porque hubiera paz entre los distritos, no pudo evitar sentir cierto nerviosismo. Se presentaría ante ella como la prometida de su hijo, un enorme engaño solo para que ese obtuviera la corona… ¡estaría frente a ella para mentirle!

Pero eso no era todo. Había algo en ella que impedía que les agradara a las madres de otros chicos, o eso creía Alice. Aunque esos "chicos" se remontaban solo a Nathaniel, y si bien sólo se había presentado una vez ante su madre (y en ese entonces ni siquiera salía con él) inmediatamente sintió un rechazo por parte de la madre del rubio. Quizá era porque no tenía buena relación con la hermana de Nath, pero era algo que Alice nunca pudo evitar. Ámber siempre estaba haciendo fechorías, y ella no podía dejar que se saliera con la suya.

Alice sacudió su cabeza para quitarse esos pensamientos y negarse, pero Castiel ya estaba saliendo de la habitación.

—Date prisa, cenaremos en una hora.

Observó por los grandes ventanales que el sol estaba a punto de ponerse. ¿Acaso había dormido todo el día? Su estómago gruñó por no haber probado alimento alguno, pero ese era el menor de sus problemas, muchas veces tuvo que pasar días sin comer al no tener recursos suficientes; pero ahora con la reciente noticia, todo rastro de hambre se había ido muy, muy lejos.

Con resignación, se dirigió a buscar entre sus ropas algo que estuviera a la altura para la gala nocturna.

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Media hora después se plantó frente al espejo, miró con detenimiento su atuendo, un vestido sencillo sin ningún adorno relevante, un color pálido que lo hacía ver casi blanco. No era el mejor vestido que había hecho, ese lo estaba reservando para solo una ocasión especial junto a la persona que amaba, ocasión que se estaba postergando por capricho del príncipe de Amoris. Cabello suelto y obviamente sin un rastro de maquillaje.

—¿Qué diablos es ese vestido? —Alice se sobresaltó al ver que el príncipe la miraba por sobre el reflejo del espejo, parado aún en la puerta. Definitivamente no conocía acerca de privacidad, ni espacio personal.

—Es el mejor que tenía—respuesta directa. Castiel negó con la cabeza, y se dirigió de nueva cuenta al baúl de donde sacó cierto vestido que había encontrado con anterioridad, y se lo lanzó sin interés.

—Este es mucho mejor.

—¡No! —contestó furiosa ante el trato que su vestido especial estaba recibiendo. Jamás de los jamases usaría aquel atuendo frente al príncipe de Amoris. Él no merecía verla así, sólo Nathaniel podría hacerlo—. Este vestido no. Lo estoy reservando para… algo.



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En el texto hay: fanfic, romance, corazondemelon

Editado: 01.02.2023

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