Ante ti, soy

Capítulo 14

Cambridge, 20 de Junio de 1820 – 7:00 pm

Corrió el cortinado y con su guante limpió el cristal empañado. Llovía y parecía increíble que el sol hubiera reinado plenamente alguna vez sobre aquel cielo encapotado. Inspiró profundo y presionó sus manos la una a la otra, enérgicamente, mientras se decía que no era una locura lo que estaba haciendo, que no era algo impropio o comprometedor, era simplemente el encargue de su amiga enferma y envuelta en medio de un compromiso social. Cerró sus ojos y apretó su sien más segura que nunca que nada de aquello que intentaba meter dentro de su cabeza, podía ser real. ¿Qué clase de nota se deja escondida en una glorieta? Una sola respuesta merodeaba su cabeza y se sintió mentirosa y traicionera. Brooke era decidida, rebelde, indomable, siempre interesada en el bienestar económico y la posición social, como así también en los caballeros atractivos. Claro que Robert Hemingway tenía los dos primeros, pero lo de caballero atractivo lo había perdido hacía tiempo, al menos para alguien como ella.

¿Qué mal había hecho en la vida para verse envuelta en todo aquel embrollo? Sólo había anhelado quedarse en su hogar, llorar sus penas, no volver a ver a Harris para que doliera menos su corazón y sentir la paz de leer un buen libro bajo la sombra de algún árbol. En lugar de su anhelada tranquilidad, había pasado los últimos días viendo a Walter tan cerca y tan lejos al mismo tiempo, chocando innumerables veces con el misterioso Denson que se había empeñado en complicar su vida, y ahora haciendo aquel “favor” que olía a pecado.

Se recostó hacia atrás diciéndose a sí misma que faltaba muy poco para llegar, que haría el encargue y con cualquier excusa se largaría de la casa de los Hemingway. No le importaría John, Jane ni la mismísima Brooke. Estaba hastiada de complacer a los demás a costa de su propio dolor o deseo.

El carruaje se detuvo sobre la calle y sólo debía caminar un poco para llegar al lugar indicado. El agua no daba tregua y la calle se veía casi desierta, con ocasionales carruajes y la escasa luz de una tarde que se extinguía. Aguardó impaciente que la puerta se abriera y un empleado de la casa aguardaba para acompañarle. Sus pasos eran apresurados y podía sentir el agua cayendo sobre su capa y mojando el borde de su vestido. La caminata parecía eterna, quizás por los nervios o el afán por concluir aquel encargue que de muchas maneras le perturbaba. Cuando faltaban apenas unos metros para llegar, el sonido ensordecedor de un rayo la exaltó, al tiempo que un bandido tomó al muchacho por detrás cubriendo su boca y sólo pudo ver aquella silueta envolver el cuerpo del muchacho que lanzaba manotazos al aire para liberarse. Gritó desesperada y sólo atinó a correr de regreso hacia el carruaje. Las telas pesaban demasiado, enredándose entre sus piernas que apenas coordinarán el escape. El corazón parecía salirse de su pecho al percibir aquellos pasos corriendo tras de sí, y hubiera jurado que la respiración de aquel animal, rozaba su cuello. Faltaba poco para alcanzar el carruaje de los Hemingway y sentía inútil gritar, pues la calle estaba deshabitada. Su zapato trastabilló en la acera y una mano, cual garra, la tomó por el brazo. Gritó suplicando con toda la fuerza de su garganta, pero antes de poder oírlo, fue ahogado por aquella pesada mano que cubrió su boca y la empujó hacia la oscuridad. ¿Qué seguía después? ¿La muerte? El miedo la invadió y al mismo tiempo, la alentaba. Clavo sus dientes en aquella mano sin pensar en nada más y dispuesta a defenderse de aquel malhechor a como diera lugar.

Entre el tintineo incesante de la lluvia y el gruñido de dolor que escapó de aquel miserable, ante la única defensa y el deseo ferviente de ser liberada, el cañón de un arma apuntó en el costado de su cabeza.

— ¡Si vuelve a morderme, si grita, si me golpea, no dudaré en jalar el gatillo! —dijo amenazante y solo asintió. El hombre enmascarado sólo dejaba ver sus ojos rojizos y amenazantes cual braza de fuego que la inmovilizaron — ¡Deme la maldita nota! ¡Démela! —Le exigía una y otra vez. Su pedido la confundió. No era su vida, no era dinero ni tampoco aprovecharse de ella; quería la nota de Brooke, solo eso. Volvió a empujar su cabeza con el arma y sus manos temblorosas revolvían entre la tela de su capa y la falda de su vestido. La bolsa se había escondido y la premura de aquel miserable solo evitaba que desenmarañara el nudo.

Al fin la suavidad del terciopelo alcanzó sus manos y sin apartar su mirada de aquel par de ojos amenazantes, buscó en ella la nota de Brooke.

— ¡Apúrese! —Le increpó, al oír las ruedas de algún carruaje. Su grito sumado a la presión del arma, la sobresaltaron y el bolso resbaló de sus manos temblorosas, cayendo al suelo.  Rápidamente intentó tomarlo pero él se adelantó, arrebatándolo y perdiéndose en la oscuridad de los interminables recovecos.

Sus labios temblaron y su garganta se rasgo. Estiró su mano hacia él deseando alcanzarlo, pero solo vio el borde de su capa perderse en la lejanía y el sonido de sus pasos golpeando los charcos de agua.

— ¡No! ¡Por favor!  —suplicó en vano y casi como un murmullo. — ¡Aguarde!

No podía creerlo y sintió su cuerpo desvanecer, allí entre la lluvia y las grises calles, había perdido para siempre su carta.

****

El regreso a la casa fue una terrible agonía. Un desear constante por regresar el tiempo atrás con el deseo firme de jamás haberse presentado en casa de los Hemingway, de haber cedido a los deseos de su amiga sobre su dolor y desdicha. Se sentía maltrecha, humillada y ultrajada en sus más íntimos secretos. Ahora algún malviviente de Cambridge tenía la carta de Brooke con sabrá Dios que pecado, y la suya, aquel papel ajado por innumerables lecturas, poseedor de aquella huella borroneada por sus lágrimas que habían desvanecido la palabra “amor”, casi hasta dejarla ilegible. Su llanto, su dolor, su verdad, su historia y parte de su vida le habían sido arrebatadas en un oscuro callejón. Había perdido no sólo la posesión de la misma, sino su secreto, la verdad que ya no le pertenecía, así como el derecho a que viera o no, la luz. Apretó sus ojos y se deshizo en lágrimas que corrieron por sus mejillas pálidas.



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En el texto hay: epocavictoriana, amor misterio

Editado: 05.04.2022

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