Un rayo de luz se colaba por el estrecho espacio entre el zarandeo del cortinado y el cristal de la ventana, acompañado del sonido plácido y calmo que hacía la tela al moverse. El haz intermitente daba en la comisura de su boca entreabierta, húmeda por la saliva que se volcaba a través de ella y terminaba en la sábana. Mechones de su cabello castaño se habían soltado de la trenza y caían desparramados alrededor, dando una imagen sobrecogedora y un tanto graciosa.
Drake, sentado en el sillón de la habitación, con las piernas estiradas y el codo derecho apoyado en el posa brazos, sostenía su sien e hipnótico se concentraba en la respiración de Cadence, en el movimiento de la curvatura de su espalda con cada exhalación y en su serenidad.
No pudo evitar que sus labios se estiraran en una sonrisa al percibir sus ojos apretarse cada vez que el haz de luz le molestaba y hasta imaginaba su voz quejosa y crítica, echándole las culpas de que aquello sucediera y lanzando improperios, suponiendo que lo hacía adrede. Algo que no escapaba de la realidad pues a pesar de notarlo había dejado correr los minutos mientras disfrutaba aquel paisaje y de cuando en cuando apuraba al cortinado para que se corriera durante “segundos más largos”.
No había podido cerrar sus ojos ni un solo instante en toda la noche, rememorando aquel momento incómodo y hostil en el escritorio; las amenazas y las advertencias, las palabras hacia su madre y el significado que podrían tener; la carta de Cadence, su madre y lo que recordaba de aquellos años.
Apenas un día cada quince, su padre se decidía a visitar a su madre, quien había aguardado por aquel instante desde el preciso momento en que había visto su levita perderse a la vuelta del callejón, la última vez. Días interminables de lágrimas silenciosas y el empeño por convencerlo o convencerse que aquella despedida era la última, que pronto volvería y los llevaría a una casa bonita donde estarían juntos de una vez y para siempre. Había crecido oyendo las mismas palabras y viendo la levita irse una y otra vez, aunque su madre se empeñara en contar a Diane y demás vecinos que su esposo estaba de viaje, en la guerra, en negocios e innumerables excusas que repetía una y otra vez.
Un puñado de mentiras baratas había sido suficiente para convencer a su corazón bondadoso y deseoso de sentirse amado. Un puñado de mentiras que inevitablemente habían salido a la luz, destruyendo sus ilusiones y haciéndola enloquecer. Podía oír sus reproches entre lágrimas como si los escuchara por primera vez y su mejillas resonando ante los embistes repetitivos de Law, que luego se hicieron costumbre. Un sinfín de golpes y palabras hirientes, de amenazas y odios a su madre; de desprecios y maldiciones que también propinaba a su rostro inocente de niño.
Drake tragó saliva mientras volvía la mirada a Cadence que iluminada por el haz de luz, era lo único a qué aferrarse. Ya sabía que luego de aquellos recuerdos funestos venían los peores. Llegaban los ojos enrojecidos de su madre, la corrida por el pasillo, la voz grave de aquel hombre, un empujón, un grito, el golpe de la puerta, el armario, la oscuridad, los gritos y el silencio devastador del miedo y el olor a muerte.
Inspiró profundo y apretó sus ojos fuertemente mientras la puerta de la habitación resonaba repetitivamente, espabilando sus ensoñaciones y anunciando visitas que aguardaban por la señora. Volvió sus ojos a ella, ajena a todo mal y lamentó tener que despertarla, aunque ya era media mañana.
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Observó con atención las palabras dibujadas en aquellos papeles, la firma del notario y su nombre junto al apellido de Drake.
Caddy apretó su frente, concentrada y analítica, aturdida por las palabras de John que continuaban saliendo de su boca como un vendaval repleto de razones y más razones por las cuales debía firmar. Ninguna era ilógica ni alocada, no eran fábulas fantasiosas ni artilugios para engañarla. Tragó saliva y oyó con atención los argumentos de su primo, de su amigo y de todo lo que consideraba familia.
—Es lo único que he podido lograr. Hablé con mis abogados y no hay nada más que hacer, Caddy. El matrimonio ya es un hecho consumado y de igual manera dar marcha atrás sería despreciable y vergonzoso. Jamás lo aceptarían y terminarías exiliada sabrá Dios a dónde. Esto creo que sería una manera de protegerte a ti misma y de alguna manera dejar que yo también lo haga, como siempre ha sido, como siempre lo he hecho y te consta. —Asintió levemente y volvió a mirar los papeles que llevaba en la mano. Su corazón se apretó fuerte al oírle, pensando en aquellas ironías: ella sacrificándose por ayudar a su primo, por salvar su honra y probablemente su vida; ahora él se ofrecía a salvar el dinero de su familia, una que no conocía, ignorando que de alguna manera era lo que menos le importaba. Quizás John creía que así era, no había entendido que en realidad era su identidad y su independencia las que había perdido.
Inspiró profundo y miró la pluma que reposaba sobre la mesa de la biblioteca. Las afirmaciones de Drake pasaban una y otra vez frente a ella. Infinidad de advertencias sobre su inocencia y las irracionales afirmaciones sobre John al que apenas conocía.
— ¿Qué sucede? ¿Acaso dudas? —preguntó con dulzura y comprensión.
—No es eso. Es que estoy tan agotada, exhausta de que mis días últimamente giren alrededor de dinero y más dinero.
—Caddy… si no me necesitas, podrás hacer de cuenta que no estoy y que este papel nunca fue firmado. De lo contrario, podrás estar tranquila que contarás con mi respaldo y con todo lo que pueda guardar para ti. Será mi manera de protegerte… ¿entiendes?