Caddy oía la perorata de Rose respecto al mayordomo de la familia, Graham, y sus excéntricos pedidos respecto a los horarios y la conducta de los empleados, quienes eran capaces de acatar sus órdenes sin si quiera murmurar al respecto. Bostezo tras bostezo terminaba de acomodar los vestidos mientras resoplaba y repetía lo agotada que se sentía en los pocos días que llevaban allí.
Este hombre, encargado de supervisar todas las tareas de la mansión, no dejaba que nadie del servicio apoyara la cabeza en la almohada si el señor Law o su esposa, permanecían despiertos. Aguardaba que la luz bajo su puerta se apagara del todo antes de que pudieran subir las escaleras y alistarse para dormir, ya que podían necesitar algo y todos debían estar listos y en sus puestos si acaso eso sucediera. El descanso se hacía tan corto como lo que tardaban las agujas del reloj en correr de las doce de la noche hasta las cuatro o cinco de la mañana, para que dos golpes estruendosos en la puerta de su dormitorio espabilaran sus ojos y le indicaran que tenía exactamente veinte minutos para vestirse, alistar su cabello y dejar su habitación ordenada y pulcra.
Cadence terminó de acomodar su cabello y miró a Rose con pena. Sí que se veía agotada a pesar de que en realidad no estaba al servicio de los Law, sino de ella misma, quien solía acostarse temprano y apenas abrir los ojos casi llegadas las nueve de la mañana. Quizás debía hablar con el mayordomo, pero no quería resultar gravosa al orden impuesto por los señores y se dijo a sí misma que al menos intentaría hablar con el hombre y solicitar ciertas contemplaciones con ella.
—Por favor disculpe mis quejas… No ha desayunado y ya le he traído mis contratiempos sin importancia.
—Claro que tienen importancia. Te prometo que hoy mismo hablaré con él y veremos cómo solucionar este asunto o al menos mejorarlo de alguna manera. —El rostro de la muchacha se iluminó y asintió.
Cadence volvió a concentrarse en el recogido pero parecía que el cabello se había revelado a sus intentos por colocar cada uno en su lugar, o quizás sus nervios no eran óptimos. Inspiró profundo para calmar sus manos y volvió a intentarlo mientras sus ojos se desviaban al reflejo de la cama. El lado de Drake estaba tal cual la noche anterior por lo que carraspeó para llamar la atención de Rose.
—¿El señor ya desayunó?
—No lo he visto en el comedor, pero bien temprano en la mañana me dispuse a ordenar su escritorio y cuando entorné la puerta, estaba recostado en el sillón, rodeado del humo del cigarro, señora.
Era evidente que Drake había pasado toda la noche en aquel lugar, rodeado de la humareda de su cigarro y claramente no había dormido más que esporádicos momentos.
No había vuelto a verlo desde su encuentro en la habitación, donde el aprovechado había mostrado un atisbo de calidad humana, de sentimientos o hasta podría decir, cariño. Le había abrazado y soportado su angustia desbocada, bajo un disfraz de ternura o algo semejante. Claro que aquella actitud le había desconcertado y hasta por un instante pensó que sería capaz de ayudarle a llenar tantos huecos vacíos de su vida, preguntas sin respuesta y demás. Él tenía experiencia, y si personas de la aristocracia, poderosas y adineradas, eran capaces de confiarle tareas difíciles y específicas bajo confidencialidad, ella, ilusa como siempre, pensó que quizás sería capaz de colaborar con lo de su madre, que parecía un enredo imposible de resolver para ella, o al menos así lo sentía, pues no tenía la mínima idea de dónde comenzar.
Finalmente la había sorprendido, pues no solo se abstuvo de mostrar un mínimo de comprensión o empatía hacia su dolor y realidad, sino que se había atrevido a solicitar como pago, semejante cosa. Iluso era, pues ella no era capaz de entregar su cuerpo en pos de conseguir cualquier propósito en la vida. Tenía orgullo y valía, por poco que fuera. Pero si él había sido capaz de traicionar el trabajo solicitado por Robert Hemingway, ocultar lo que había encontrado en pos de volverlo a su favor, ella haría la misma cosa.
Esperaría por un primer informe, un vislumbre de respuestas que sirvieran de puntapié y luego seguiría por su cuenta con cualquier excusa. De ninguna manera se entregaría a él, pues ladrón que roba a ladrón, obtiene cien años de perdón.
Asintió con un movimiento de cabeza, diciéndose a sí misma que el plan era bueno y que debía estar tranquila.
— ¿Dijiste que ibas a limpiar el escritorio? Esas no son tus tareas, Rose.
—Señora, es que le asignaron una habitación del otro lado de la casa, oscura y por su apariencia parecía que la usaban de depósito de viejos trastos. Para ser sincera, diría que las muchachas apenas lo han barrido. El señor Byrion me pidió encarecidamente que me encargara del asunto.
—Imagino que no pudiste negarte… —dijo con ironía. Claro estaba por el brillo en sus ojos, que más allá de no poder negarse, le fascinaba la idea de ayudarle.
—No… no pude. Pero no se preocupe, le dije que me encargaría de eso en cuanto terminara todos sus mandados.
—Mmm… muy bien. Iremos ahora.
— ¿Iremos? ¿Ahora?
—Quiero conocer el lugar, por lo que te acompañaré luego del desayuno.
Tomaron la salida y el corredor principal hasta la escalera. Ya se oía el murmullo en la sala del té e imaginó a todos reunidos, el ambiente tenso, las risas por lo bajo, incomodidad y todo lo espantoso que podía esperarse en cualquier encuentro social. Se detuvo de repente haciendo que Rose casi cayera escaleras abajo.