Estaba terminando un proyecto para clase cuando me apareció en la pantalla
del portátil una videollamada entrante. ¿Monty? Mmm…, sinceramente,
después de lo que había pasado el día anterior, lo último que me apetecía era
hablar con él.
Sin embargo, no quería ser infantil. Lo pensé un momento y, al final,
respondí. Su cara apareció en mi pantalla al instante.
—Hola, Jenny —me saludó con una pequeña sonrisa inocente.
—Veo que ya no te apetece gritar.
Él estaba en su habitación. Solo estaba iluminado por una pequeña
lámpara que tenía al lado. Parecía algo cansado. Seguramente había tenido
entrenamiento.
Monty era bastante guapo, aunque esa sonrisa no le favoreciera. Tenía el
pelo rubio muy corto, casi rapado, y llevaba un pequeño pendiente en la oreja
que siempre me había parecido muy sexi. Ah, y sus ojos eran pequeños y
marrones. Una vez le dije que eran de color caca y se pasó sin hablarme dos
días enteros.
—¿Cómo estás? —Ignoró lo que había dicho.
—Bien —murmuré. Tampoco quería estar enfadada con él más tiempo del
necesario, así que cambié de tema—. Aunque la carrera sigue sin gustarme.
—¿No?
—No. No me gustan los libros que tengo que leer.
—Si te consuela, últimamente los entrenamientos no me van muy bien —
me dijo—. El entrenador está como loco para que ganemos el próximo
partido. Nos hace entrenar el doble.
—¿Cuándo es el partido?
—El sábado que viene.
—Me gustaría tanto ir y verte…
—Lo sé. —Me sonrió—. Pero ya te contaré cómo va.
Me miré las uñas, algo incómoda.
—Oye, Monty…, ¿has hablado con Nel?
—¿Con Nel? —Frunció el ceño—. No mucho, la verdad. ¿Por qué?
—Es que no me responde a los mensajes ni a las llamadas. Estoy
empezando a pensar que está enfadada conmigo.
—Cuando te marchaste, parecía bastante triste.
—¿Y eso justifica que no me hable? —Hice una mueca—. Menos mal que
he encontrado a Naya y a los demás por aquí. Si no, me sentiría muy sola.
—Me tienes a mí. Eso ya lo sabes.
¿Por qué no podía ser así siempre? ¿Por qué se transformaba en un
imbécil a la primera de cambio?
—Ojalá pudiera estar ahí contigo —añadió.
—Bueno… —Suspiré—. No tendremos que esperar mucho. Dentro de
unos meses nos volveremos a ver.
—Esos meses sin ti se me harán eternos.
Le sonreí, algo desanimada.
—Pero —suspiró— me alegro de que hayas encontrado algún amigo,
cariño.
Me dio la sensación de que quería decir algo más y no lo hacía.
—¿Y…? —pregunté, enarcando una ceja.
—¿Y has conocido a alguien…? Ya sabes. A alguien.
—No llevo aquí ni un mes, Monty. No me ha dado tiempo.
—Pero podrías haberlo hecho… ¿Nadie?
—Nadie —le aseguré—. ¿Qué hay de ti? ¿Algo que…, ejem…, contar?
Qué raro era preguntarle eso.
—Pues… la verdad es que hay una chica que me llama la atención, pero
no ha pasado nada.
—Oh… —No sabía qué decirle—. ¿Y cómo es?
—Creía que habíamos quedado en que no nos contaríamos los detalles —
me dijo, algo incómodo.
—¿Sí?
—Sí…, ¿no?
Sí, era mejor de esa forma. Ya era complicado tener la imagen de mi
novio acostándose con otra chica. Con detalles sería mucho peor.
Me encogí de hombros.
—Bueno…, hablemos de otra cosa.
—¿De qué quieres hablar?
—Mmm… —Intenté buscar una manera de plantear el tema sin que fuera
extremadamente incómodo—. Había pensado que quizá podríamos intentar
algo más… interesante… que hablar.
—¿Como qué?
—Ya sabes…, algo interesante…
Mi tono había intentado ser seductor, pero había sonado bastante ridículo.
—¿Como qué? —repitió, todavía más confuso.
—¿Y tú qué crees, Monty?
—No lo sé, ¿y si me lo dices de una maldita vez?
—Mira, déjalo. No importa.
—Si pudiera estar contigo, igual te entendería mejor.
—Ya lo sé, pero a no ser que tengas gasolina para venir a verme, lo veo
complicado.
—¿Y tú no tienes dinero ahorrado?
Me quedé mirando el móvil. Mi madre me había mandado un mensaje
esta mañana y, aunque podía imaginarme lo que ponía, había preferido no
leerlo. Como si eso fuera a solucionar algo.
—Sabes que no puedo estar yendo y viniendo continuamente —le dije.
—O no quieres —murmuró.
—No empieces, Monty.
—Lo siento, Jenny. Es que… estoy muy cansado. No quiero pagar mi mal
humor contigo.
—Lo sé. No te preocupes.
Él me sonrió.
—Debería irme a dormir, cariño. Mañana te llamaré, ¿vale?
—Vale.
—Buenas noches. Te quiero.
—Buenas noches, Monty.
Le mandé un beso con la mano y cerré el portátil. Seguía teniendo el
móvil al lado. Un mensaje de mi madre iluminó la pequeña pantalla.
Llámame YA, Jennifer Michelle Brown.
Ni siquiera me dio tiempo a suspirar antes de que llegara otro.
O afronta las consecuencias de no hacerlo.
Mi madre, a veces, podía llegar a parecer una mafiosa.
Era mejor no prolongar la espera de lo inevitable. Marqué su número y me
puse de pie, mirando por la ventana. Ya eran casi las nueve de la noche.
Y, como seguro que había estado esperando una respuesta, apenas tardó
dos segundos en responder.
—¡Jennifer! —chilló—. ¡He estado todo el día esperando que me
llamaras!
—Lo siento, mamá. No he encontrado un hueco hasta ahora.
Era mentira, claro, pero eso no iba a decírselo. Simplemente, no había
querido oír lo que tenía que decirme.
—No pasa nada —me dijo, aunque era obvio que no se lo había creído, y
luego suspiró—. Cielo, tenemos que hablar de…
—Dinero —finalicé por ella.
—Sí…, sabes que…, bueno…, tu padre y yo no estamos atravesando un
buen momento.
—Lo sé, mamá.
—Hemos tenido que prestar dinero a Shanon para el material escolar del
pequeño Owen, y tus hermanos…, bueno, también han necesitado dinero para
su taller. Ahora mismo…, bueno, no sé cómo decirte esto, pero…
—No tenéis dinero para pagarme la residencia.
Intenté con todas mis fuerzas no sonar enfadada. ¿Por qué sí había dinero
para dárselo a mis hermanos, aunque no tuvieran ni idea de coches, pero no
para mi educación?
Pero nunca se lo diría a mi madre. Sabía que ella intentaba tenernos
siempre a todos contentos. No quería que se sintiera mal. Aunque, a veces,
podía hacer que yo me sintiera así.
—Lo siento, cielo —me dijo, y sonó sinceramente triste—. He intentado
hacer cuentas, pero de verdad que no tenemos dinero suficiente. No para este
mes, al menos.
—Lo entiendo, mamá.
—Eres un cielo —me dijo, y casi podía ver que se ponía en modo drama
—. Teníamos que ingresar el dinero ayer y…
—Lo sé —repetí—. Buscaré la manera de… no sé… de seguir viviendo
aquí.
—Oh, sí, claro…
Esperé a que terminara, pero no lo hizo.
—¿Pero…? —Enarqué una ceja.
—Pero… podrías volver a casa, Jennifer —me sugirió—. Un mes ha
estado bien para pasarlo fuera, pero… quizá podrías pensar en volver con nosotros, ¿no? ¿Dónde vas a estar mejor que en casita con tu familia, que te
quiere más que nadie en el mundo?
—Mamá, ya hemos hablado de esto antes.
—Y sigues insistiendo en quedarte ahí, sola, sin nosotros.
—No estoy sola, he hecho amigos.
—¡Aquí también tienes amigos!
—Oh, sí, esa gran amiga que no me ha hablado en un mes. Estoy
encantada con ella.
—Bueno, yo soy tu amiga, ¿no?
—Mamá… —Suspiré.
—Vale, ¡pero quiero que vuelvas igual!
—Quiero quedarme —insistí—. Además, me habéis pagado las
asignaturas del semestre. No quiero tirar ese dinero a la basura.
—Tu bienestar es más importante que ese dinero, Jennifer, ya lo sabes.
Además, hicimos un trato.
—Ese trato era hasta diciembre —le recordé—. Y me dijiste que sería
entonces cuando tendría que decidir si quería seguir aquí o volver a casa.
Estamos en octubre. A principios de octubre.
—Pero si quieres volver antes, nadie te juzgará por ello.
—Mamá, quiero quedarme —repetí.
Ella suspiró.
—Mira, no tienes por qué buscar trabajo. Bastante tendrás con estudiar.
—No es para tanto —le aseguré—. No hacemos gran cosa.
Al menos, yo no hacía gran cosa. Quizá mis compañeros sí.
—De todas formas, no quiero obligarte a trabajar. Intenta encontrar
alguna forma de pasar este mes o… No sé, Jennifer… El mes que viene no
tendremos que pagarles nada a tus hermanos y tendremos suficiente para darte
el dinero. Ya te lo devolveremos. Solo… búscate la vida por este mes, ¿vale?
—Está bien —suspiré.
—Aunque, si para entonces ya has cambiado de opinión…
—Mamá —la corté, entornando los ojos—, esto no será una estrategia
para que quiera volver a casa, ¿no?
—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —preguntó ella con voz chillona.
—Porque te conozco. Y se te pone la voz aguda cuando mientes.
—No es verdad —me dijo, otra vez con voz chillona.
—¡Mamá, podría dormir en la calle!
—O podrías volver a casa.