Antes de Diciembre

Cap. 7: Estúpida perfección

Me mordí la lengua inconscientemente mientras buscaba como una posesa las respuestas de una práctica de Lingüística por internet. No entendía cómo hablar de una lengua podía ser tan malditamente complicado. Y estaba sola en casa, así que no podía llamar a Ross o Will para que me ayudaran. O, mejor dicho, para que yo pudiera hacerme la tonta y ellos terminaran completando la tarea por mí. 
Bueno, técnicamente, Will y Naya sí estaban en casa, pero estaban encerrados en la habitación y podía oír la música demasiado alta proveniente de ella. Todos sabíamos qué significaba eso. Así que, sí, estaba sola. 
Ya me había rendido y estaba de brazos cruzados, de mal humor, cuando escuché que llamaban al timbre. ¡Por fin tenía una excusa para no hacer los deberes! Fui a abrir la puerta bastante más feliz de lo estrictamente necesario. 
Sin embargo, mi sonrisita malvada desapareció nada más ver quién era. 
Me quedé mirando a una chica un poco más baja que yo, delgadita y con un flequillo rubio brillante, acorde con su ropa cara y bonita. 
De hecho, toda ella era muy guapa. Tenía los rasgos finos y una sonrisa encantadora que vaciló un poco cuando me vio. Igual no se esperaba que fuera yo quien abriera. 
—Hola —murmuré, intentando reaccionar. 
—Hola. —Sonrió educadamente—. ¿Está Ross en casa? 
Y, entonces, me acordé. Era Lana. La chica de la que Naya me había hablado unas cuantas veces al recordar el instituto. La que Chris había mencionado. Y la que había visto en la pantalla del móvil de Ross cuando le llamó. Era su exnovia. Pero… ¿no vivía en Francia? 
Pensar en Ross se me hacía un poco incómodo. Después de lo que había dicho Sue unos días antes durante la cena, la relación se había…, bueno, enrarecido. Más que nada porque seguíamos interactuando como siempre, pero cada vez que nos rozábamos, uno se acercaba al otro o nos mirábamos 
durante un momento más del necesario, cada uno se quedaba inmerso en su propio silencio tenso antes de que fingiéramos que no había sucedido. 
Era curioso, porque no me había dado cuenta de que en nuestra… eh… ¿relación…? nos tocáramos tanto como para echarlo de menos. Porque sí, lo echaba de menos. Era raro no poder lanzarme sobre él en el sofá solo para que los demás se rieran. O no poder acurrucarme a su lado cuando mirábamos una película. O, simplemente, no poder poner la cabeza en su hombro. 
Quizá el hecho de que nos hubiéramos separado un poco era lo mejor. No estaba segura de que a Monty fuera a gustarle que hiciera todo eso con un chico, a pesar de nuestro trato. 
Por no hablar de lo poco que le gustaría conocer los sueños que tenía cada noche con Ross. No había manera de que me dejaran en paz. Al menos, él no se había dado cuenta. Y eso que yo solía hablar en sueños. Menos mal. 
Decidí volver a la realidad cuando vi que Lana seguía sonriendo educadamente. 
—No está. —Me aclaré la garganta, señalando el salón—. Pero… eh… puedes esperarlo aquí. 
—Gracias. 
—No creo que tarde mucho. Termina las clases a las… 
—Cinco. —Me sonrió mientras entraba—. Lo sé. 
Me quedé mirando su espalda y me ajusté las gafas. ¿Y qué hacía aquí si ya sabía que Ross no estaba? Lana miró a su alrededor y se quitó la chaqueta. Llevaba puesto un jersey 
ajustado que yo jamás me habría atrevido ni a tocar para que no me marcara demasiado la curvita de la barriga. Ella, sin embargo, lo lucía de forma bastante segura. Y le quedaba maravillosamente. 
Me cayó mal. No voy a negarlo. 
Y sé que fue sin motivo, ¿vale? ¡Lo sé! Pero me cayó muy muy muy mal. 
Puso los brazos en jarras y me miró sonriente. 
—Esto está tal y como lo recordaba. 
—¿Has venido aquí antes? —intenté sacar conversación. 
—Oh, muchas veces —me aseguró—. Seguro que más que tú. Yo elegí la mayoría de los muebles que hay por aquí. 
El tono ya no me gustó. Lo decía con una sonrisa muy dulce, pero sus ojos no me estaban transmitiendo lo mismo. Eso me dejó un poco descolocada. Sin embargo, ella volvió a hablar, así que no pude considerarlo demasiado. 

—Oh, ¿estabas haciendo los deberes? —Señaló mis apuntes-.¿Te he molestado? 
—No, no. —Los quité del sofá y los metí en mi carpeta patosamente—. No te preocupes. 
¿Por qué demonios estaba tan torpe? 
—¿Estás segura? Puedo volver más tarde. 
—En serio, puedes quedarte. Yo ya había terminado. 
Ella miró mi atuendo, que era mi pijama improvisado hecho con ropa de Ross, y sonrió mientras yo me ponía roja. Ni siquiera parecía hacerlo con malicia, pero yo me sentí como si pareciera un saco de patatas. ¿Por qué usaba tanta ropa de Ross últimamente? Si me quedaba ridícula. 
Porque te gusta su olor. 
Cállate, conciencia. No es el momento. 
—Tú debes de ser Jennifer —concluyó, sentándose en el sofá con toda la confianza del mundo. 
—Sí. —Sonreí, o lo intenté—. Aunque prefiero Jenna. ¿Cómo lo sabes? 
—Ross me dijo que una chica estaba viviendo con él. 
—Oh. 
Se me formó una sonrisa estúpida que borré al instante en que me di cuenta de que ella me estaba mirando fijamente, analizando mi reacción. 
—Me ha hablado mucho de ti —añadió. 
—Ah…, ¿sí? 
—Sí, Jennifer. 
—Eh…, te he dicho que pref… 
—Pero eso es como un secreto de confesión. No puedo contártelo. 
Se rio, y su estúpidamente perfecta risa hizo que tuviera que morderme la lengua para no ponerle mala cara. 
Justo en ese incómodo instante, Naya apareció por el pasillo hablando con Will. Los dos acababan de vestirse. Ella se quedó paralizada por un momento cuando vio a Lana sentada conmigo. Después soltó un grito que la otra siguió antes de que las dos se abrazaran con fuerza, casi tirándose al suelo. 
Me quedé mirándolas, un poco incómoda. 
—¡No me lo creo! ¡¡¡No me lo creo!!! —chilló Naya sin despegarse de ella. 
—¡Pues créetelo! —Lana se separó y abrazó a Will, que le dedicó una pequeña sonrisa educada—. Ay, cómo os echaba de menos. Si esta es como mi segunda casa. 
¿Era cosa mía o, cada vez que decía algo así, me miraba fijamente?




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