Cuando salí del examen…, tenía muy mala cara, la verdad. Me había salido más o menos bien, pero durante la mayor parte del tiempo había tenido la cabeza pendiente de una cosa que no era, precisamente, Chomsky y sus malditas teorías lingüísticas. Hubiera ido mejor de no ser por eso. Al salir del
edificio, me quedé mirando el aparcamiento un momento, un poco decepcionada conmigo misma, antes de suspirar y seguir mi camino.
Estaba llegando a la parada de metro cuando capté a alguien acercándose a mí. Mike. Me sonrió ampliamente.
—Otra vez tú —murmuré.
—¿Por qué nunca te alegras de verme? —protestó.
—Sueles deprimirme más de lo que ya lo estoy.
Él ignoró completamente mi comentario y sonrió. Había visto que solía ignorar los comentarios maliciosos. Especialmente los de Ross.
De todas formas, me sentí mal.
—Lo siento. —Negué con la cabeza—. Es que últimamente no he estado de…
—Ya, ya. —Me dio una palmadita en la espalda con sorprendente comprensión—. Todos tenemos días malos.
—Y semanas —murmuré.
Ya hacía casi una semana que Lana había aparecido por la puerta del piso.
La cosa no había cambiado demasiado. Y Ross y yo casi no nos hablábamos.
Es decir, hablábamos de tonterías, como quién hacía la cama ese día o sobre el horario…, pero de nada más. Era como si fuéramos vecinos intentando hablar sin sentirse incómodos al encontrarse en el ascensor.
—¿Vas a casa de Ross? —preguntó.
—Ese era el plan.
—Mira qué bien. —Sonrió ampliamente—. Yo también.
Durante todo el trayecto en metro estuvo ocupado intentando quitar una pegatina de la barra donde se agarraba, así que no hablamos mucho. Al menos, hasta que estuvimos subiendo en el ascensor del edificio.
—¿Puedo preguntarte algo? —Lo miré.
—Sorpréndeme.
—¿Dónde vives exactamente?
—Soy un alma libre. —Sonrió—. Duermo donde puedo.
—¿Y no tienes… casa?
—No. ¿Para qué?
—Para sentirte seguro —murmuré, perpleja—. Por si te quedas en la calle.
Él esperó a que abriera la puerta. Sue estaba en el sillón mirando una revista. Me saludó solo a mí mientras nos sentábamos en el sofá.
—Ya he dormido en la calle muchas veces —murmuró, sacando papel y haciéndose un cigarrillo distraídamente—. Tampoco es para tanto. Y, si no puedo dormir en casa de alguna chica, siempre tengo a Ross o a mis padres.
Ojalá yo pudiera estar así de relajada ante la vida.
—¿Qué haces? —le preguntó Sue de pronto.
Mike sonrió, pero yo no entendí nada.
—¿Qué pasa? —dije.
—Mira lo que está haciendo —me dijo ella, señalando el cigarrillo que seguía en proceso de formación.
—Bueno, aquí casi todo el mundo fuma y no…
—No es tabaco, idiota. —Sue puso los ojos en blanco.
Parpadeé y miré a Mike, que había terminado y me ofrecía su obra maestra en la palma de la mano.
—¿No me has dicho que tenías una semana mala? —preguntó—. Esto la arreglará.
—¿Esto es… un estupefaciente? —pregunté con voz estridente, sin atreverme a tocarlo.
—¿Un qué?
—Droga —aclaró Sue.
—¡Ah! Pues sí.
—¡Aleja eso de mí! —exigí.
—No es una droga tan fuerte. Es solo marihuana.
—¡¿Solo marihuana?! —repetí, incrédula—. No, no… Yo no… eh… mejor, guárdatelo. ¿No es ilegal? ¿Podríamos ir a la cárcel por esto?
—No es para tanto —protestó Sue, adelantándose y agarrándolo ella misma—. Nos lo fumaremos entre los tres.
—¿Os habéis vuelto locos? —pregunté con voz chillona.
—Relájate un poco —me dijo Mike—. ¿Nunca haces nada que esté un poco mal?
Me quedé mirándolo un momento.
Durante toda mi adolescencia, esa frase había sido la que más había usado mi hermana conmigo. Preguntarme si nunca haría nada que estuviera medianamente mal, o que, al menos, me hiciera salir de mi zona de confort.
Cuando ella dejó de preguntármelo, empezó a hacerlo Monty.
Y no tenían razón. Yo… podía ser muy loca cuando quería.
Era… eh… muy temeraria.
Claro que sí, querida.
¡Lo eres!
—Dame eso —musité, enfadada, agarrando el porro.
Mike y Sue empezaron a aplaudir cuando le quité el encendedor y, tras dudar un segundo, encendí el porro, dándole una calada larga. El sabor era extraño y me ardió un poco la garganta con el humo. Fue un poco raro. Estuve a punto de toser como una loca, pero intenté contenerme para hacerme la dura.
Iba a dárselo a Sue, pero me hicieron darle dos caladas más, divertidos.
Diez minutos más tarde ellos se reían a carcajadas, mirándome.
—Nunca creí que haría esto en casa de mi hermano —murmuró Mike con una risita.
—Ross se va a cabrear. —Sue también se reía como una niña pequeña.
Ellos dos estaban en el sofá mientras que yo me había mudado a un sillón.
Estaba mirando el techo con los pies colgando del reposabrazos. No me sentía ni bien ni mal. Solo… seguía ahí, existiendo. Sin más.
—¿Qué tal, principiante? —me preguntó Mike.
—Bie… Uy…
Mi voz sonó rara. No sé por qué, pero me hizo gracia. Intenté evitar reírme y parpadeé. De pronto, me sentí muy relajada, casi mareada. Traté de centrarme en mirar un punto fijo del techo y lo hice tan bien que por un momento me olvidé del resto del mundo, dejando la mente completamente en blanco.
—¿Holaaaaaa…? —escuché una risita de Mike que parecía tener su propio eco en la habitación.
Solté una risita parecida al volver a la realidad y dejé colgar la cabeza fuera del sillón para mirarlos.
—Estáis… sentados en el techo —murmuré, confusa.
Ellos dos empezaron a reírse a carcajadas de mí mientras seguían fumando. Me lo pasaron de nuevo y, tras otra calada, se lo devolví.
—¿Y por qué estamos… eh…? —Se me olvidó por un momento de lo que estaba hablando—. ¿Fumando?
—Porque sí —me dijo Mike, dejándose caer en el respaldo—. Se han hecho más pactos así que estando serenos.
—No sé yo si eso… —Me reí cuando vi a Sue tosiendo porque Mike le había echado el humo en la cara.
—¿Y qué te pasaba? —me preguntó Mike.
—¿Eh?
—Estabas un poco depre, ¿no? —dijo con voz arrastrada.
—Estaba… depre… ¿deprimida? —pregunté, confusa.
—Es que está celosa de la ex de Ross —dijo Sue, asintiendo con la cabeza.
—¡Oye! —Empecé a reírme, señalándola—. ¡Yo no estoy…!
No pude terminar porque ellos se estaban riendo de mí, y a mí me hizo gracia.
—Es que… —Suspiré, qué mareo y qué relajamiento a la vez—. Uf… Mi hermana cree que me estoy acordando de algo un poco jodido que me pasó hace… eh… mmm… ¿De qué hablábamos?
—De tu hermana y de tu pasado oscuro —me dijo Sue con una risita.
—Ay, sí —correspondí a su risita—. Es que hace unos meses me dio un… eh… ¿Cómo se dice eso? Cuando te alteras mucho y te quedas así.
Hice como que me quedaba muerta y ellos empezaron a reírse a carcajadas. Yo también me reí, y tuve que sujetarme al sillón para no caerme.
—Un ataque de algo —dijo Sue.
—¡Sí! —Sonreí—. ¡De ansiedad!
—¿Por qué?
Parpadeé un momento y luego empecé a reírme.
—Es que os vais a reír.
—Si ya nos estamos riendo. —Mike estaba llorando de la risa.
—Es que… parece una tontería —dije, riendo.
—Dilo ya, pesada. —Sue puso los ojos en blanco.
—Incluso fumada estás amargada —le dije, negando con la cabeza.