Antes de Diciembre

Cap. 9: La fiesta de Lana

—¿Te falta mucho? —preguntó Sue, aporreando la puerta del cuarto de baño. 
—¡Un momento! —grité como pude mientras me repasaba el pintalabios rojo. 
Me miré un instante cuando terminé. Llevaba un vestido negro corto que había sido, en su momento, un regalo de Monty. Era bastante sorprendente que me hubiera regalado algo así teniendo en cuenta su forma de ser. De hecho, me había mandado un mensaje preguntándome qué iba a hacer esa 
noche y yo le había dicho que me quedaría en la cama. No quería tener que mandarle una foto arreglada para la fiesta y que me obligara a quitarme el vestido. 
Lo recorrí con las manos y le quité unas arruguitas pequeñas de la parte de abajo. También llevaba puestas mis medias favoritas, las negras oscuras, y mis botas con un poco de tacón. Yo con tacones era un peligro. Ese era el límite de lo que podía llevar sin matarme. 
Y el maquillaje… Bueno, me había cambiado el pintalabios tres veces, cada vez más insegura. El que llevaba ahora no terminaba de convencerme, pero dudaba que pudiera cambiármelo sin que Sue viniera a matarme por tardar demasiado. Me solté el pelo y respiré hondo. 
Ya estaba lista. 
Hice una mueca, insegura. 
¿Por qué me sentía tan horrible? Si tampoco me quedaba tan mal… 
Me miré a mí misma y tragué saliva antes de lanzar el pintalabios al bolso. 
Teníamos que irnos. No podía seguir así. 
—¿Te falta…? 
Abrí la puerta de golpe y me quedé mirándola. Sue no se había arreglado mucho. Iba como siempre, solo que con el pelo recogido. Había dicho que era por si vomitaba. Era bastante previsora. 
—Lista. —Sonreí, señalándome. 
—¿Tanto tiempo para esto? —protestó. 
—Oye, ¿no voy bien? 
—Pues no. —Puso los ojos en blanco. 
Menos mal que tenía a Sue para subirme el ánimo cuando me sentía mal conmigo misma. 
La seguí hacia el salón, colgándome el bolso del hombro. Will y Ross estaban en el sofá, cada uno más aburrido que el otro. 
—¿Para qué meterle prisa? —preguntó Ross sin mirarnos—. Si Naya va a hacer que lleguemos tarde igual. 
—Porque cuando Naya ve que la esperamos, se da más prisa. —Sonrió 
Will, poniéndose de pie—. Joder, Jenna, estás genial. 
—Igualmente. —Le di una palmadita en el brazo—. A Naya se le caerá la baba. 
Will me sonrió como si supiera algo que yo no, pero no dijo nada. 
Especialmente porque Sue carraspeó de forma exagerada, cruzándose de brazos. 
—Gracias por decírmelo a mí también. 
—Pensé que no te gustaría que te hablara —dijo Will, confuso—. Por lo general, no suele gustarte que la gente te dirija la palabra. 
—Es cierto —le concedió ella, antes de girarse hacia Ross—. ¿Se puede saber a qué esperas? 
Él se había quedado sentado. Y me estaba mirando fijamente el vestido. 
Cuando Sue le habló, parpadeó, carraspeó, y se puso de pie a toda velocidad. 
Me fijé en que evitaba mi mirada y fruncí un poco el ceño, confusa. 
—¿Estás bien? —le preguntó Will en tono burlón. 
Por la mirada que le dedicó Ross, me dio la sensación de que estaba molesto con él, pero no le dijo nada. Simplemente, pasó por mi lado y agarró las llaves, dando por zanjada la conversación. 
Fue el primero en meterse en el ascensor y yo me quedé a su lado. De forma instintiva, miré en su dirección y contuve la respiración cuando vi que me estaba echando una ojeada. Una bien grande. De arriba abajo. 
—Vamos a emborracharnos —dijo Will, distrayéndonos. 
Menos mal, no se había dado cuenta de que lo había pillado. 
—Vamos a que todo el mundo se emborrache, menos yo, que tengo que conducir —corrigió Ross, levantando las llaves. 
—La fiesta se te hará larga —le dije.

Él me miró un momento y volvió a carraspear. 
—Lo dudo mucho. 
Pasó por mi lado otra vez sin mirarme y subió a su coche. Me senté a su lado mientras Will llamaba a Naya, diciéndole que ya íbamos a buscarla. Aun así, cuando llegamos a la residencia, tuvo que subir a su habitación de todos modos. Nos quedamos los tres escuchando la música en silencio hasta que, al cabo de un rato, Sue suspiró. 
—Se acabó —masculló—. Ya han pasado más de cinco minutos. Como los pille follando, pienso matarlos. 
Salió del coche hecha una furia y escuché un gritito de Chris diciéndole que no podía pasar antes de que la puerta volviera a cerrarse. 
Y ahí empezó el silencio tenso. Pero de otra clase de tensión. 
De esa que prefería no asumir que tenía con Ross. 
Últimamente, habíamos tenido muchos de esos silencios. Eran raros. 
Como si alguien quisiera decir algo, pero no llegara a hacerlo. Yo misma sentía que tenía algo que decir, pero no sabía muy bien el qué, así que normalmente me limitaba a mirarme los zapatos. Y él a mirarme a mí. 
Justo como estábamos haciendo en ese momento. 
Repiqueteé los dedos en mis rodillas cuando noté que Ross las estaba mirando. Ni siquiera estaba segura de cómo lo sabía, pero era verdad. Cuando me giré para comprobarlo, lo confirmé al instante. Le dediqué una pequeña sonrisa, él me miró los labios y yo volví a girarme al instante, con las mejillas 
ardiendo en llamas. Él carraspeó, yo me acaricié el cuello, nerviosa, y noté sus ojos clavados en mi mano. Por un momento, me imaginé que esa mano era la suya. Como la que había puesto en mis costillas. Me pregunté si esa noche volveríamos a dormir así, y el rubor de mi cara descendió por mi cuello. 
¿Era cosa mía o hacía mucho calor ahí dentro? 
—¿Tienes la… la calefacción puesta? —pregunté con un hilo de voz. 
Por un momento, pareció confuso. 
—No. ¿Tienes frío? ¿Quieres que la ponga? 
—No —le dije demasiado rotundamente. 
Así que el problema era yo. Cerré los ojos e intenté calmarme. ¿Qué me pasaba? 
—¿Quieres mi chaqueta? —se ofreció. 
¿Ponerme en ese momento algo que oliera a él? ¿Que rozara mi piel algo que acababa de rozar la suya? El calor fue todavía peor y tuve que sumarle que se me acelerara el pulso. Negué con la cabeza sin mirarlo, pero podía sentir sus ojos clavados en mi perfil. 
Al final, no pude contenerme y también le eché una ojeada. Lo cierto era que él también estaba muy guapo. Llevaba una chaqueta de cuero que nunca le había visto puesta y que le sentaba genial. Y su pelo estaba todavía más alborotado que de costumbre, pero de alguna forma se veía mejor así. Más él. 
Mi mirada se encontró con la suya cuando le repasaba la cara y me sorprendió la calidez que encontré en ella. De hecho, me dejó en silencio unos segundos antes de ser capaz de decir algo. 
—Parece que tardan —dije al final. 
Él esbozó media sonrisa y asintió con la cabeza. 
—Eso parece. 
Tragué saliva y volví a mirar la puerta de la residencia, que seguía sin abrirse. Intenté pensar en cualquier cosa que decir. Pero todas estaban relacionadas con temas que harían la situación todavía más incómoda, si es que eso era posible. 
Justo entonces Ross decidió romper el silencio por mí. 
—Nunca te había visto con un vestido. 
Por fin. Un tema neutral. Me giré, visiblemente más relajada. 
—Bueno…, el invierno no es la mejor época del año para llevar vestidos. 
—Sonreí, nerviosa sin saber muy bien por qué—. A no ser que tengas una fiesta, claro. 
—Ya podrían invitarnos a más fiestas —bromeó. 
Me quedé mirándolo un momento y, por primera vez, me pregunté hasta qué punto esas bromas eran…, bueno, bromas. Porque yo estaba nerviosa. 
Muy nerviosa. Y sabía por qué. Pero él no parecía nervioso. Sin embargo, no había despegado los ojos de mí desde que habíamos salido de casa. 
Ese pensamiento hizo que se me retorciera el estómago por los nervios. 
—Nunca lo había usado —murmuré, intentando distraerme a mí misma 
—. Es un regalo de Mo… mamá. Yo nunca te había visto con una chaqueta de cuero. 
—La usaba mucho cuando iba al instituto. —Me sonrió ampliamente—. Intentaba parecer un chico malo. 
—El clásico chico malo, ¿eh? —Sonreí. 
—Sí. Muy clásico. Pero nunca pasa de moda. 
—¿Y lo eras? 
—¿El qué? —preguntó, confuso. 
—Un chico malo. 




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