Cuando abrí los ojos, tardé un momento en saber qué estaba pasando.
Parpadeé al notar que tenía un brazo alrededor y que mi mejilla estaba
apoyada sobre alguien. Entonces todos los recuerdos de la noche anterior
vinieron a mi mente y mi pulso se aceleró sin que pudiera evitarlo.
Miré a Ross, que seguía durmiendo plácidamente. Tenía un brazo por
encima de la parte baja de mi espalda y una mano hundida en mi pelo. Podía
notar sus labios rozándome la frente.
Nunca había dormido así con alguien. Ni siquiera con Monty. Y, de
alguna forma extraña…, estaba más cómoda que nunca.
Quise quedarme ahí más tiempo para poder disfrutarlo un poco más, pero,
a la vez, quería alejarme para aclarar mis ideas. Estaba muy confusa. Y sabía
que no podría quitarme esa confusión de encima si seguía teniéndolo tan
cerca. Aunque fuera dormido.
Me aparté con cuidado y él murmuró algo en sueños. Luego, sin hacer un
solo ruido, me levanté de la cama. Cuando dormía, parecía un verdadero
angelito. Fui de puntillas hacia mi armario y me puse unas bragas, un
sujetador y mi ropa de deporte. Tenía que salir a correr.
Y eso que estaba agotada. Pero era por culpa de otro tipo de ejercicio.
Eché una última ojeada a Ross antes de salir de la habitación, y no pude
evitar sonreír. Sin embargo, dejé de hacerlo para reprenderme a mí misma.
Tenía que parar.
Solo había sido un… eh… momento interesante… con… eh… con un
amigo.
Sí, había sido exactamente eso.
Permíteme que me ría.
Definitivamente, tenía que relajarme un poco.
No estuve corriendo tanto tiempo como de costumbre, así que hice tiempo
comprando un café para todos y un bote de mantequilla de cacahuete para
Sue. Mientras entraba en el edificio, me detuve al notar que me vibraba el
móvil. Dudé un momento al ver que era Monty.
Entonces, sin saber muy bien por qué, decidí no responder.
Al entrar en el piso, me encontré a Sue rebuscando en la nevera. Ross
estaba bostezando en la barra —solo se había molestado en ponerse unos
pantalones de algodón— y yo miré el águila que tenía tatuada en la espalda
sin poder evitarlo. Esa noche la había acariciado y besado más veces de las
que querría admitir. Me puse roja al recordarlo.
Will y Naya llegaron entonces a la cocina con cara de sueño y decidí
volver a centrarme.
—Mirad lo que traigo. —Sonreí ampliamente, dejándolo todo en la
encimera.
—Will, lo siento, ya no eres la persona que más quiero. —Naya se acercó
con una sonrisita golosa.
—Lo superaré.
Sue, por su parte, solo me puso mala cara.
—¿Café?
—Y un bote de mantequilla de cacahuete para la señorita —dije,
sacándolo de la bolsa.
Su mirada se iluminó mientras lo agarraba e iba rápidamente a por una
cuchara. Miré a Ross y le pasé su café. Él me dedicó una sonrisa demasiado
privada como para usarla en público y yo aparté la mano, avergonzada,
cuando la rozó a propósito. Escuché que se reía mientras me centraba en mi
café, todavía abochornada.
—Siento el ruido de anoche —dijo Will, sentándose junto a Ross—. Es
que mi cama está rota y hace ruido porque sí…
—¿Porque sí? —repitió Ross, mirándolo con una ceja enarcada.
—Porque sí —le dijo Naya—. Espero que no os haya molestado.
—Siempre molestáis —murmuró Sue, que ya se había instalado en el
sillón.
—A mí no me habéis molestado —les aseguré.
—Ni a mí. —Ross sonrió—. De hecho, he dormido genial. Hacía mucho
tiempo que no dormía tan bien. Si es que alguna vez lo había hecho. ¿Y tú,
Jen?
Me estaba sonriendo abiertamente. Me ruboricé por tercera vez en dos
minutos. Él sabía muy bien qué implicaba esa pregunta. Como no sabía qué decirle, tomé un sorbo del café y gané un poco de tiempo.
—Yo… eh… bien, supongo —dije al final, aclarándome la garganta.
—¿Cómo? —Dio un respingo, mirándome—. ¿Solo bien?
No pude evitar sonreír al ver su expresión de ofensa absoluta.
—Bastante bien —corregí.
—¿Bastante? ¿Eso qué quiere decir?
—Un aprobado —dije, levantando la barbilla—. Y muy raspado. Un
cinco.
—¡Un cinco!
—Un cinco y medio, como mucho.
—Venga ya. Eso era un sobresaliente. Y lo sabes.
—No, no lo sé porque no lo era.
—Un diez.
—Un cinco.
—Un nueve noventa y nueve.
—Un siete.
—Un nueve noventa y ocho. Como mínimo.
Los demás intercambiaron una mirada un poco perdida. Ni siquiera Will
parecía estar siguiéndonos.
—¿Ponéis nota a vuestro sueño? —preguntó Naya, confusa.
—Es una afición que tenemos —contestó Ross, sonriendo inocentemente.
—Mierda —escuché decir a Sue.
Nos giramos los cuatro hacia ella, que se había acercado otra vez a la
cocina.
—Está atascado —dijo, mirando el agua acumulada en el fregadero—. Y
es un buen momento para dejar claro que yo no voy a arreglarlo.
—Yo tengo cosas que hacer —dijo Will enseguida al notar el codazo de
Naya.
—¿Qué cosas? —le preguntó Ross, algo molesto.
—Estar conmigo —aclaró Naya.
Los dos se quedaron mirando a Ross, que, tras unos segundos, resopló
ruidosamente.
—Estoy empezando a hartarme de ser el chico de los recados.
Media hora después de intentarlo con el desatascador, estaba tumbado en
el suelo con la cabeza metida debajo del fregadero mientras yo no me perdía
ni un solo detalle, sentada en la encimera. Comí un trozo de tostada y miré las
herramientas que tenía al lado.
—¿Qué tal ahí abajo? —pregunté, divertida.
—Te lo estás pasando bien con esto, ¿no?
—Mejor de lo que esperaba —dije, intentando no mirarle el torso
desnudo. Aunque era la oportunidad perfecta. No podía verme.
Vale, igual sí iba a hacerlo. Solo un poquito.
—Llave inglesa —me pidió, estirando la mano hacia mí.
—¿Cuáles son las palabritas mágicas, Ross?
—Dámela o te hago aquí mismo lo que te hice anoche.
Me puse roja como un tomate y se la pasé enseguida. Vi que su pecho se
sacudía cuando empezó a reírse.
—Esas no eran las palabritas mágicas —mascullé.
—Ya lo creo que lo eran. Han servido. Y seguro que te has ruborizado.
—Claro que no.
Los músculos de su estómago se tensaban cuando hacía fuerza. Di otro
mordisco a la tostada, saboreando el momento.
—¿Te puedo preguntar algo, Ross?
—Cómo no —murmuró distraídamente.
—¿Puedes explicarme por qué sabes desatascar una tubería, pero no sabes
ir de compras?
—Oye, cada uno tiene sus habilidades.
—Mira que eres raro…
—Yo utilizo más el adjetivo genial —murmuró como si estuviera
haciendo fuerza para desenroscar algo—. Joder, ¿por qué no podemos llamar
a un fontanero? Se suelen encargar de estas cosas, ¿sabes? Básicamente, es su
trabajo. Yo mismo pagaré. No puede ser tan caro.
—Bueno…, podríamos hacerlo…
Dejé la frase en el aire, divertida, y vi que dejaba de hacer lo que estuviera
haciendo.
—¿Pero…? —preguntó.
—Pero… me sentiría bastante decepcionada, Ross, la verdad.
Él suspiró y vi que volvía a tensarse al hacer fuerza de nuevo.
—Lo que hace uno por una chica —murmuró en voz baja.
—¿Qué tal vas? —pregunté sonriendo.
—Tengo la cabeza metida debajo de un fregadero, ¿cómo crees que voy?
—Esa no es la actitud adecuada, Ross.
—Tengo la actitud adecuada para otras cosas por las que me das solo un
aprobado raspado.
No dije nada, abochornada. ¿Por qué me daba vergüenza que hablara de lo
de anoche tan abiertamente?