Naya y Will se habían ido a casa de los padres de ella durante dos días y Sue
estaba en casa de no sé quién, así que se las habían apañado para desaparecer
justo el día antes de que me fuera a pasar el fin de semana a casa. Al menos,
esperaba poder verlos al día siguiente, antes de irme.
Lo bueno de todo eso era que podría estar sola con Ross toda la noche.
Por primera vez.
Solo había un pequeño problema: Mike.
En esos momentos se paseaba por el salón, frenético. Me quedé mirándolo
desde el pasillo, algo confusa, cuando dio la vuelta a los bolsillos de su
chaqueta y la lanzó al suelo con frustración.
—¿Qué haces?
Cuando se giró, me di cuenta de que estaba más pálido de lo normal. Ni
siquiera sonreía. Ese no era el Mike al que estaba acostumbrada.
—Yo… mmm… —Me miró un momento—. No encuentro mi cartera.
—Oh.
Me quedé callada un momento.
—Te ayudaría, pero…
—¿Tienes dinero?
«A buena puerta has ido a llamar…», pensé.
—¿Lo necesitas ahora mismo? —pregunté, confusa.
—Sí. Es urgente. ¿Tienes dinero o no?
Mi instinto me gritó que no le diera dinero, pero tenía cara de necesitarlo
de verdad. Estuve a punto de llevarme una mano a la cartera, pero me obligué
a mí misma a detenerme.
—No llevo nada encima —mentí—. Si quieres, puedo llamar a Ross y…
—¡No! —me detuvo enseguida—. Da igual. Déjalo.
Lo observé mientras cerraba el cajón de un golpe y se sentaba en el sillón,
pasándose las manos por la cara.
—Te ayudaría a buscar la cartera, pero tengo que ir a clase… Ayer ya
llegué tarde, no puedo volver a hacerlo. Espero que la encuentres pronto. Si
no, seguro que Ross te prestará lo que necesites. O yo lo haré.
No respondió. Supuse que querría estar solo, así que cogí mis cosas y me
marché. Sin embargo, mientras bajaba en el ascensor, me encontré a mí
misma enviándole un mensaje a Ross.
Mike estaba muy raro. Creo que necesita dinero. Igual deberías llamarlo.
No esperé a que me respondiera porque, como he dicho, llegaba tarde a
clase, así que lancé el móvil al interior del bolso y empecé a correr hacia la
parada de metro.
***
Cuando salí de clase, tenía cara de cansancio; entre otras cosas, porque esa
noche no había dormido tanto como me hubiera gustado. Además, las clases
habían terminado muy tarde y tenía hambre. Estaba bajando los escalones de
la entrada de la facultad sin muchas ganas cuando me pareció escuchar mi
nombre. Parpadeé, mirando a mi alrededor, y mi vista se detuvo en seco en
una mujer que se acercaba a mí.
La madre de Ross.
—¿Mary? —pregunté, sorprendida.
—Hola, querida —me saludó con su sonrisa de siempre, aunque parecía
un poco preocupada.
Terminé de bajar los escalones y me detuve delante de ella.
—¿Ocurre… algo? —pregunté.
Se demoró un momento en responderme, y yo empecé a notar que se me
aceleraba el corazón.
—Oh, no —aseguró, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos—. Es que
hemos decidido cenar en mi casa y Jackie no podía venir a buscarte.
—¿Y eso? —pregunté, confusa, siguiéndola hacia el aparcamiento. No era
muy normal que Ross no pudiera venir a buscarme.
—Ha ido a buscar a Mike. —Esa fue toda su explicación.
Su coche era un Audi azul brillante. Seguro que era más caro que mi
habitación entera. El interior olía muy bien y estaba muy limpio, casi me dio
lástima tener que ensuciar la inmaculada alfombrilla con mis botas viejas y
húmedas.
Mary me dedicó una pequeña sonrisa antes de arrancar el coche.
—Jackie me dijo que vas a ver a tu madre dentro de poco.
Jackie había omitido el detalle de que él me había pagado el viaje.
—Sí. Es su cumpleaños.
—Felicítala de mi parte. —Me sonrió.
¿Sabría el tipo de relación que había realmente entre Ross y yo? Bueno, ni
siquiera yo estaba segura de cómo clasificarla. Pero le aseguré que lo haría.
—¿Está bien Ross? —pregunté tras unos momentos de silencio.
—Sí, claro —me dijo—. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque es la primera vez desde que lo conozco que no ha podido ir a
buscar a alguien.
—Bueno…, estos días ha estado un poco ocupado —me dijo—. Por todo
lo de ese corto…
Había mencionado algo sobre un corto, pero no mucho. Solo sabía que
estaba trabajando en uno nuevo y que por eso pasaba muy poco tiempo en
casa. A Ross no le gustaba hablar de su trabajo, así que yo no le preguntaba
mucho sobre él.
—Sí —murmuré—, se le echa de menos en casa…
No me di cuenta de que lo había dicho hasta que lo hice. Ella pasó por alto
lo roja que me había puesto y sonrió.
—Además, debería estar pendiente de que lo acepten en esa escuela… —
terminó.
Espera. Eso no me lo había dicho.
—¿Qué escuela? —pregunté, confusa.
—Oh, les mandó una solicitud hace un año —me dijo para calmarme con
un gesto de la mano—. Es normal que no te haya dicho nada. Seguro que ya
ni se acuerda. Es tan desastre…
Me moría de curiosidad, pero quería disimular.
—¿Es una escuela de… audiovisuales o algo así?
—Oh, sí. Una de las mejores de Europa. Es francesa. Siempre ha querido
estudiar en ella, pero… vete a saber. Jackie… no es que sea muy previsible.
Puede que lo acepten y ya ni siquiera le apetezca ir.
Sonreí. Eso era cierto.
No sé cómo, pero terminó contándome anécdotas graciosas sobre la
infancia de Ross y Mike. Estaba acabando de contarme una cuando metió el
coche en el garaje de su casa. Mike y Ross todavía no habían llegado, y me
tranquilizó ver que no había señales de su padre.
Mary debió de leer mi expresión, porque me dedicó una pequeña sonrisa
mientras iba hacia la cocina y yo la seguía.
—Intento que mi marido y mis hijos no coincidan nunca —dijo, abriendo
la nevera y revisando un gazpacho que me hizo babear de hambre—. No se
llevan muy bien, como ya pudiste comprobar.
—Algo he notado —murmuré, y enseguida levanté la cabeza para
asegurarme de que no se había enfadado. Lejos de eso, me sonreía, divertida.
—Bueno, solo queda esperar a que esos dos desastres que tengo por hijos
lleguen —dijo, y vi que había sacado una botella de vino—. ¿Quieres?
—No me gusta el vino.
Ella sonrió y sacó una botella de cerveza.
—Has tenido suerte. Cuando Mike viene, tienden a desaparecer
mágicamente.
Cuando vi que iba al salón, me apresuré a abrir la botella y a seguirla. Me
sentía como una niña pequeña. No sabía qué hacer o qué decir. De alguna
forma, quería impresionarla, pero… tampoco es que tuviera muchas armas
secretas para impresionar a nadie. De hecho, se me daba mejor dejarme a mí
misma en ridículo.
—Siéntate si quieres —me ofreció, dando una palmadita a su lado.
«Oh, no. La inspección fatal», pensé.
Era consciente de que no estaba saliendo con Ross, pero me sentía igual
que cuando había conocido a la madre de Monty, a quien no le hizo mucha
gracia conocer a una chica que pudiera robarle el amor de su mimado hijo
único.
—¿Qué tal con tu novio? —me preguntó Mary de pronto.
Genial.
Muy buen inicio.
Había olvidado que se dijo que tenía novio en la cena con el padre de
Ross…
—Agnes me lo cuenta casi todo —me dijo, leyendo la pregunta implícita
en mis ojos.
—Oh, bueno…, ya no estoy con él.
—Vaya, lo siento.
—Yo no —dije. Me salió del alma, pero rectifiqué enseguida—. Es
decir…, eh… Lo dejé hace unas semanas, pero ya hacía tiempo que me sentía
como si ya no estuviéramos juntos. Especialmente, después de conocer a
Ro… Cuando llegué a… a aquí.
Ya estaba roja. Perfecto.