Esa mañana, corriendo, me machaqué un poco más que de costumbre. Me
sentía bastante mal por haberme enfadado con Jack. De hecho, una parte de
mí quería pedirle perdón por haber sido tan inmadura y no dejarle su espacio.
Pero la otra, la que estaba harta de tanto secreto, se posicionó por delante e
hizo que siguiera enfurruñada.
Subí por las escaleras y saludé a Agnes amablemente cuando se cruzó
conmigo. En cuanto abrí la puerta, mi olfato detectó enseguida que alguien
estaba cocinando algo. ¡Tortitas! Mi estómago rugió al instante.
Sue, Will y Mike estaban sentados en la barra, mirando con la misma
expresión de ansia la cocina. Me quedé parada de golpe al darme cuenta de
que miraban a Jack, que estaba cocinando con el ceño fruncido,
completamente concentrado.
El pobre movía la sartén como si no lo hubiera hecho ni una sola vez en
su vida. Tuve que reprimir una sonrisa divertida.
—¿Falta mucho? —protestó Mike—. Tengo hambre.
—Cállate —masculló su hermano sin mirarlo.
—Yo también tengo hambre —dijo Sue.
—Tú también cállate.
Me quité los auriculares ya apagados, confusa.
—¿Qué hacéis?
Vi que a Jack casi se le cayó la sartén al suelo cuando se giró a toda
velocidad hacia mí.
—Buenos días… —Sonrió como un angelito—. ¿Tienes hambre?
Puso las tortitas torpemente en un plato. La verdad era que estaba
hambrienta. Y, aunque era evidente que era la primera vez en su vida que
Jack hacía tortitas, tenían un aspecto increíble.
Abrí la boca para responder, pero Sue me interrumpió. Tanto ella como
Mike estaban indignados.
—¿Qué…? ¿Ella sí y nosotros no?
—Cállate. —Jack no borró su sonrisa cuando se acercó a mí—. Ni caso.
Son para ti.
Aunque estuviera aparentemente tranquilo, era obvio que estaba
intentando ir con cautela. Tardé unos segundos en moverme y él se mordió el
labio inferior. Después acepté el plato y vi que su sonrisa se relajaba.
Me senté entre Sue y Mike porque Will había ido a por otra alternativa a
la nevera. Los dos miraban mi plato como si quisieran matarme por él.
—¿Nos das un poco? —preguntó él con una sonrisa inocente.
—O compártelas solo conmigo —sugirió Sue.
—Yo soy más amigo tuyo que ella.
—No es cierto.
—Sí lo es.
—Vive conmigo.
—¡Y conmigo!
—Tú no vives aquí, solo eres un parásito.
—¡Soy el hermano del dueño! ¿Qué eres tú? ¿Eh?
—Son todas suyas —sentenció Jack—. Dejad de molestar, hienas.
Los dos se cruzaron de brazos a la vez mientras yo me llevaba un trozo de
tortita a la boca. Todos me miraban fijamente. Especialmente Jack. Me sentía
como si fuera a tomar la decisión más importante de sus vidas.
—¿Qué? —pregunté con la boca llena.
Cuando el silencio se prolongó unos segundos más, me ruboricé.
—¿Podéis dejar de mirarme así?
Jack se adelantó entonces, repiqueteando un dedo en la barra.
—¿Están… ricas?
Tragué lo que tenía en la boca y asentí con la cabeza.
—Es difícil creer que es la primera vez que las haces —admití.
—Menos mal —murmuró él, dejando la sartén en el fregadero con un
suspiro.
Todo el mundo volvió a lo suyo. Mike y Sue seguían pareciendo molestos
cuando uno se dejó caer en el sillón y el otro en el sofá, alejados el uno del
otro.
Jack se quedó de pie delante de mí. Tenía la mano apoyada en la barra a
unos centímetros de la mía. Continuaba repiqueteando un dedo
nerviosamente.
—¿Has dormido bien? —preguntó.
Lo miré un momento y luego asentí con la cabeza.
—Más o menos. ¿Y tú?
—No tanto como me hubiera gustado.
Parecía nervioso. No recordaba haberlo visto nervioso nunca.
—¿Estás…? ¿Estamos bien?
Por un momento, uno muy breve, estuve a punto de pedirle perdón por ser
una cabezota.
Pero, en su lugar, me metí un trozo de tortita en la boca y enarqué una
ceja.
—No lo sé. ¿Vas a decirme algo?
—Jen…
—Entonces no.
Apartó la mirada, claramente molesto. Después me volvió a mirar.
—¿Puedo llevarte a clase? Solo tienes una, ¿no?
—Me gusta el metro.
—Podemos hacer algo luego, si quieres —sugirió, acercando un poco su
mano a la mía.
—Tengo planes.
Suspiró, se pasó una mano por el pelo, frustrado.
—Muy bien —dijo finalmente, y desapareció por el pasillo.
Will me miraba con una ceja enarcada desde el otro lado de la cocina. Sus
labios estaban curvados en una pequeña sonrisa divertida.
—Eso de escuchar conversaciones ajenas no es tu estilo, Will —le dije
con los ojos entornados.
—Estabais a un metro de mí. No he podido evitarlo.
Removió su café lentamente.
—Así que el castigo de la frialdad, ¿eh? Eso es un poco cruel, Jenna.
Agaché la cabeza, algo avergonzada.
—¿Te ha dicho algo? —pregunté en voz baja.
—No hace falta. Me ha despertado de repente para preguntarme si
conocía la receta para hacer tortitas. Nunca creí que viviría para ver el día en
que a Ross le saliera su vena cocinera. Lo único que sabe hacer es chili.
No pude evitar sonreír un poco. Will se adelantó y se apoyó en la barra.
—¿Puedo preguntar qué ha hecho?
—¿No puedes imaginártelo? —mascullé de mala gana.
Sonrió, divertido.
—Sí, la verdad es que puedo hacerme una idea.
—Pues inténtalo.
—¿No ha querido contarte algo?
Suspiré.
—A veces, odio lo mucho que os conocéis. Parecéis siameses o algo así.
—¿Qué tiene que ver ser siameses con…?
—¿Crees que estoy siendo muy dura con él?
Necesitaba la opinión de alguien objetivo. Naya iba a decirme que lo
perdonara, Sue que lo hiciera sufrir y a Mike le daría igual. O aprovecharía
para meterse más con él. Will era mi mejor opción. Como siempre.
—Honestamente, no tengo ni idea —admitió—. Nunca había visto a Ross
tan comprometido con nadie. Creo que nunca se ha visto en la situación de
querer que alguien le perdone algo que ha hecho mal.
Intenté con todas mis fuerzas que eso no hiciera que mi corazón se
derritiera un poco. No lo conseguí.
Maldito y encantador Jack Ross.
—Entonces, ¿soy la primera? —bromeé.
—No deberías estar disfrutando con esto —me regañó, pero estaba
sonriendo.
—Es que… nunca nadie había tratado de ganarse mi perdón —admití.
—Le gustas, Jenna —me dijo, repentinamente serio—. Mucho más de lo
que crees, probablemente.
—Bueno…
—Lo digo en serio. —Me dio un apretón en el hombro—. Nunca lo había
visto así con nadie.
Me sentí un poco conmovida mientras miraba mis tortitas a medio comer.
—¿Crees que debería disculparme…? —pregunté—. Ahora me siento mal
por él.
—No, no. —Will se encogió de hombros—. Le sienta bien tener que
perseguir a alguien por una vez en su vida. Déjalo así hasta esta noche.
Tras decir esto, se alejó de mí con una sonrisa divertida.