A Mackenzie siempre le encantó el aroma de la leña recién cortada. Le llevaba de vuelta a las vacaciones de Navidad que pasaba con sus abuelos después de que muriera su padre. Su abuelo calentaba la casa con un antiguo fogón de leña y la parte trasera de la casa siempre olía a cedro y al aroma no del todo desagradable de las cenizas frescas. Ese antiguo fogón de leña le vino a la memoria cuando salió del coche y entró al terreno de gravilla del Depósito Maderero Palmer. A su izquierda, se había dispuesto un aserradero, que metía un árbol enorme en una cinta de camino al aserradero que era más o menos del tamaño del coche del que acababa de salir. Más allá, varios montones de leña que se acababa de cortar esperaban su turno para la sierra.
Tomó un minuto para observar el proceso. Un cargador que parecía ser una mezcla entre una pequeña grúa y una máquina para agarrar juguetes elevaba los troncos y los depositaba en una máquina de aspecto arcaico que las empujaba hacia una cinta transportadora. De ahí, los troncos se dirigían directamente a una sierra que supuso que sería ajustada para cada tronco mediante un mecanismo o panel de control que no podía ver desde donde estaba sentada. Cuando desvió la mirada de esto, vio un camión saliendo por la entrada del depósito maderero con un tráiler de leña cortada que se elevaba hasta unos cuatro metros de altura.
Para su sorpresa, pensó en Zack mientras observaba todo esto. Él había hecho una solicitud para trabajar en un lugar como este al otro lado de la ciudad más o menos al mismo tiempo que había conseguido el trabajo en la planta textil; cuando se había enterado de los turnos rotatorios que había disponibles en la planta, había aceptado, esperando tener más tiempo libre. Ella pensó que se le podía dar bien trabajar con leña; siempre había tenido la habilidad para construir cosas.
“Parece un trabajo duro,” dijo Ellington.
“El nuestro también es bastante duro,” dijo ella, contenta de que los pensamientos sobre Zack salieran de su mente.
“Eso es cierto,” asintió Ellington.
Delante de ellos, un edificio básico de hormigón solamente se distinguía por unas letras negras de plantilla sobre la puerta principal que decían OFICINA. Caminó junto a Ellington hacia la puerta principal y una vez más se quedó impresionada cuando Ellington le abrió la puerta. No creía que nadie le hubiera mostrado tal deferencia y caballerosidad en la policía desde el primer momento que había llevado una placa. En el interior, el ruido externo se amortiguó y sonaba como un rugido sordo. La oficina consistía en un mostrador alargado con filas de armarios por detrás. El aroma de la leña cortada permeaba el lugar y parecía que hubiera polvo por todas partes. Un solo hombre permanecía de pie detrás del mostrador, escribiendo algo en un libro de contabilidad al tiempo que ellos entraban. Cuando les vio, fue evidente que estaba algo confundido—seguramente debido al traje de Ellington y al atuendo de oficina casual de Mackenzie.
“Qué hay,” dijo el hombre detrás del mostrador. “¿Puedo ayudarles?”
Ellington tomó la palabra, lo cual no desagradó a Mackenzie. Le había mostrado el máximo respeto y tenía más experiencia que ella. Le hizo preguntarse dónde estaría Porter. ¿Le había hecho quedarse en la oficina Nelson para repasar las fotografías? ¿O formaba parte del grupo que realizaba las entrevistas, quizá hablando con las compañeras de trabajo de Hailey Lizbrook?
“Soy el Agente Ellington, y esta es la Detective White,” dijo Ellington. “Nos gustaría hablar con usted un momento sobre un caso que estamos tratando de resolver.”
“Mmm, claro,” dijo el hombre, todavía claramente confundido. “¿Está seguro de que este es el sitio correcto?”
“Sí, señor,” dijo Ellington. “Aunque no podemos revelar los detalles completos del caso, lo que le puedo decir es que se ha hallado un poste en cada una de las escenas del crimen. Tomamos una muestra de la madera y nuestro
equipo forense nos trajo aquí.”
“¿Postes?” preguntó el hombre, sorprendido. “¿Está hablando del Asesino del Espantapájaros?”
Mackenzie frunció el ceño, disgustada por el hecho de que este caso ya se estuviera convirtiendo en tema habitual de las
conversaciones sociales. Si un hombre solitario en un depósito maderero había oído hablar de ello, había muchas posibilidades de que las noticias sobre el caso se hubieran extendido como la plaga. Y además de todo esto, su rostro estaba asociado con los periódicos que hablaban del tema.
Sin duda, él la miró de arriba abajo, y ella creyó ver el reconocimiento en su cara.
“Sí,” dijo Ellington. “¿Ha habido alguien fuera de lo normal que haya venido a comprar estos postes?”
“Estaré encantado de ayudarles,” dijo el hombre detrás del mostrador. Pero creo que va a resultarles un vericueto. Verá, yo solo recibo y vendo leña de compañías o de depósitos madereros más pequeños. Todo lo que sale de aquí se va por lo general a otro depósito maderero o a una compañía de alguna clase.” “¿Qué clase de compañías?” preguntó Mackenzie.
“Depende de a qué clase de madera nos estemos refiriendo,” dijo él. “La mayor parte de mi madera va destinada a compañías de construcción, claro que también tengo unos cuantos clientes que se dedican a trabajar la madera artesanalmente para hacer cosas como muebles.”
“¿Cuántos clientes pasan por aquí a lo largo de un mes?” preguntó Ellington.
“Más o menos setenta al mes,” dijo. “Aunque los últimos meses han sido bastante lentos. Lo que puede hacer más fácil encontrar lo que están buscando.”
“Otra cosa más,” dijo Mackenzie. “¿Hace algún tipo de marca en la madera que sale de aquí?”
“En pedidos grandes, a veces pongo un sello en una pieza por cargamento.”
“¿Un sello?”
“Sí. Se hace con una prensa pequeña que tengo afuera. Pone la fecha y el nombre de mi depósito maderero en la pieza.” “¿Pero nada tallado o grabado?” “No, nada de eso,” dijo el hombre.