Aparentemente Ella

Capítulo 16

 

—Quedaste perfecta —murmuró mi amiga alisando las inexistentes arrugas del vestido rojo que me obligó a ponerme, sinceramente no sé qué le encontraban de espectacular a estas cosas. Es estresante estar pendiente de la vestimenta. Más aun cuando se usan para impresionar.

—Perfección es algo inalcanzable, Grecia. Y bueno, yo menos que nadie.

Hizo un mohín y se encogió de hombros.

—Los pequeños detalles hacen grandes cosas.

Reí estridentemente.

—Y esas grandes cosas pueden ser una catástrofe —dije entre dientes, tomé un mechón entre mis dedos, haciendo espirales naturales con él. Aborrezco lo ostentoso. Esto es lo más sencillo que puedo hacer. Mis influencias sobre mi apariencia son limitadas cuando esta mujer está cerca.

Arqueó la barra rubia de su ceja y me pellizcó levemente. Lo suficientemente fuerte para hacerme chillar un poco.

—Ouch, eso duele.

Me acaricié el brazo y ella sonrió complacida. Sacudí mi cabeza con una sonrisa pegada en mis facciones. Por más que lo intentara, no podía dejar de sonreír. Él provocaba eso en mí. Me hacía sentir diferente. Sí. Más diferente de lo normal.

—Eres tan tierna, luces como la encarnación del amor —comentó Grecia dando pasos hacia atrás para verme desde un mejor ángulo. Su mirada que usualmente me acuchilla con preguntas, en esta ocasión, me enviaba a un lago matinal de sueños.

Hice una mueca, cruzándome de brazos.

— ¡No soy tierna! Además, amor sigue siendo una palabra y un sentimiento irreconocible para mí. Sigue siendo muy pronto.

Bajé mi rostro y comencé a zarandear mi cabello. Me tomó los brazos, poniéndomelos a mis costados.

—Tranquila. No hay presión. Pero pasará. Vi lo necesario para estar segura de que eso va a pasar.

Anhelé desaparecer, evitar esta conversación.

— No te confíes de las primeras impresiones, son muy engañosas —corté ásperamente. Primero lo primero, ser cauta aun cuando me comportase como una chica estupidizada.

—Solo lo sé, Pao.

Fruncí mi ceño, no supe que contestar a esa declaración tan firme. Asentí esquivando más palabras. Mejor prevenir que lamentar. Mis oídos vibraron con el familiar sonido del timbre.

Mierda.

— ¡Llegó! —exclamó dando saltitos de alegría, por otro lado, deseaba que un remolino me tragara. No comprendí como la mayoría de las chicas pueden sentirse tan confiadas en estos encuentros. O mejor dicho citas. Aunque no sé lo que es esto.

Grecia bajó, sus pasos golpearon en las escaleras. Rayos y centellas repiquetearon en mi oído. ¡Mi Dios! Miré hacia arriba con ironía. La lluvia era agradable, no obstante esta conseguía inundarme en una gran nostalgia.

— ¿No pudiste retener la tormenta un poco más? —pregunté al ser de allá arriba que amaba contemplar el huracán que tenía por vida. Estaba de espaldas a la puerta. Sentí presión en mi nuca. Alguien me estaba mirando.

—Si lo ves desde otra perspectiva, no te parecerá malo. La lluvia representa prosperidad, es buena para pensar y jugar —su alusión tan centrada me causó curiosidad. Le gustaba la lluvia.

Viré mi cuerpo a su encuentro. Sus manos colgaban de sus jeans. Se veía tan relajado aunque estuviese en modo profesor. Le eché una rápida ojeada de arriba hacia abajo. Hice un ademán de perfección. Rió con esto.

—Si quieres doy una vuelta y todo —sugirió ladeando la cabeza, mientras me analizaba, algo revoloteó en mi pecho.

—No es necesario. No necesito tantas pruebas para saber que luces ridículamente bien.

Arqueó su ceja escéptico.

— ¿Así que te gusta mi apariencia?

Me mordí el labio, frenando mis palabras, cosa que fue en vano.

— Eres un genio pretencioso, Mason. Sí, me gusta —musité, temblando por su aproximación, acarició mi mejilla.

—Dime más.

—Que engreído eres —expresé con mi ceño fruncido, traspasando el mar verdoso de sus ojos.

—Pues soy el engreído que te gusta.

Puse mis ojos en blanco. Aceptando la estúpida verdad de sus palabras. Acunó mi rostro en un punto de su hombro que parecía hecho para que yo encajara ahí. Quise saber cómo sería besar esa parte de él. No. Stop. Debo calmarme.

— ¿En qué estás pensando? —sonsacó tocando mi cabeza, siguiendo la cascada de mis rizos. Sopesé su pregunta por un momento.

—No puedo decirte.

— ¿Por qué?

— Pensarás mal de mí.

—No lo creo. Solo dímelo, nena.

Chillé de risa.

—Que cursi. Es la primera vez que me llaman así.

Pasé desapercibido su rapidez. Con un solo movimiento me cargó entre sus brazos. Grité de miedo, hace años que no lo hacía. Correteó hacia la entrada de la residencia y me empapé al instante. Demonios. La prenda de seda vergonzosamente se empezó a ceñir a mi figura. Le di golpes en su pecho para que me bajara. Lo hizo y me quité las zapatillas. Los lancé hacia la puerta trasera y grité como loca.

Patiné por el cemento que con la influencia del agua estaba resbaladizo. Luego caminé con los brazos paralelos sobre el borde de la acera. Imaginando que pasaba a través de una cuerda floja. Mi mente seguía teniendo la imaginación de una niña. Al menos eso conservé.

Con este pensamiento repentino, las lágrimas llenaron mis ojos. Él cayó en cuenta y corrió hacia mí. El habitual frío de la angustia me embargó. Sus brazos me dieron la bienvenida y entré en su calidez. Intenté no gimotear bruscamente, pero fue inútil.

—Paola ¿qué tienes?

No pensé en una respuesta, solo solté lo primero que se me vino a la cabeza.

—Un muy mal genio.

Ambos sonreímos. Respiré el olor de la humedad. Las gotas resbalaban por mi cuerpo. Posé mis manos en su pecho, donde se ubicaba su clavícula y me agarré de su camisa. Imploró con su mirada mi acercamiento. Esta acción me provocó un inesperado placer. Accedí y me enganché en su carnosa boca, su piel tan cremosa como un postre. Mi columna hormigueó. Gemí deseando más. Aquí estaba yo. Besando a Mason Hale. Mi profesor. Bajo la lluvia. Y con nuestras ropas lo sobradamente adheridas a nosotros como para pensar que no estamos vestidos.



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En el texto hay: humor amistad, suspenso amor dolor, amornotoxico

Editado: 03.12.2021

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