Sale de la última clase del día y camina hacia la salida apresuradamente. Ese día sí que ha vuelto a ir a clase, aunque ha perdido las dos primeras horas ya que, cuando pudo quedarse dormida, era de madrugada y le apetecía descansar un poco más. Ni siquiera ha salido a correr como cada mañana.
Se cruza con varios compañeros, a los que saluda con la mano rápidamente, y sigue caminando hasta la salida. Nada más salir del gran edificio, escucha como alguien la llama a su espalda.
–Brooke –vuelven a llamarla y ella se gira. Es Brendan–. ¿Podemos hablar?
–Iba a ir a comer algo.
–Bueno, puedo ir contigo.
–Me gustaría ir sola.
Brendan se queda mirándola unos segundos sin decir nada.
–No entiendo nada, Brooke –dice finalmente–. Has cambiado totalmente. No nos habla, ni siquiera quieres mirarnos, quieres estar todo el rato sola… y no entiendo por qué. Somos amigos, ¿no me puedes contar lo que te pasa? –hace una pausa–. Si hemos hecho algo, dínoslo y lo podemos hablar.
–Brendan, me gustaría estar sola –repite, sin responder a nada de lo que ha dicho antes.
–Y a mí me gustaría que tuviésemos la misma relación que antes.
–Pero es que… –se interrumpe.
No confío en ti. Ni en ti ni en nadie, piensa. Pero eso no lo dice.
–Pero… ¿qué?
–Nada –niega con la cabeza y da un paso atrás–. Voy a ir a comer algo, que luego tengo cosas que hacer. Adiós, Brendan.
El chico se queda mirándola sin decir nada más. No entiende el comportamiento de su amiga y le gustaría hablar con ella, pero tras la insistencia de Brooke en irse, decide no seguir preguntando.
Sigue pensando que hay ciertas cosas que sólo sabían ellos y, por lo tanto, alguno de sus amigos puede tener algo que ver con todo ello.
Brooke le da la espalda y se acerca rápidamente al comedor. Allí, elige un poco de ensalada de pasta para llevar y una botella de agua –es lo único que le apetece en ese momento– y sale al césped del campus para comerlo. El día está un poco nublado, pero no le importa. Elige una zona donde no hay mucha gente, sentándose en un banco; ya allí, comienza a comer tranquilamente.
Ese día llegan sus amigos. Tal y como habló el día anterior con Evelyn. Después de la llamada, tanto ella como Max miraron vuelos para ese día y, por suerte, encontraron uno con el que llegarían dentro de unas horas. Brooke tiene ganas de volver a verles.
Al terminar de comer, apenas 10 minutos más tarde, tira todo a la papelera más cercana y sube un momento a su habitación. Rachel no está –aún debe de estar comiendo– y aprovecha esos minutos que está sola para darse una ducha, lavarse los dientes, volver a vestirse –con unos leggins negros y una sudadera de la universidad– y, tras estar lista, volver a salir de la habitación. Tiene que ir al médico a que le vean la mano, aún vendada.
Conduce hasta el hospital donde le atendieron la última vez y espera paciente en la sala de espera, mirando un poco su móvil. Ese día está siendo bastante tranquilo y espera que continúe así el resto de la tarde y, por supuesto, la noche.
Cuando la llaman para entrar en consulta, rápidamente guarda su móvil y entra en la habitación que le indican. Un rato más tarde, sale del hospital con la mano ya libre de algún vendaje. La mano se ha curado bastante bien y han podido quitarle la venda, pero le han insistido en que tenga cuidado con esa mano e intente no hacer cualquier movimiento brusco.
Por fin, Brooke se siente un poco más libre sin tener la mano vendada.
Saliendo del hospital, se asegura de que tiene tiempo de sobra para llegar al aeropuerto y, tras ver que sí, entra en el coche y conduce con tranquilidad hacia allí. Sus amigos llegarán en un rato.
En el aeropuerto, ya esperando a la llegada de Evelyn y Max, mira a su alrededor. Está siendo un día tranquilo, pero… siente unos ojos observándola en todo momento. Tal y como lleva sintiéndose desde que comenzó todo. Pero ya piensa que no debe ser nadie, que simplemente es una paranoia suya después de todo.
–¡Brooke! –escucha que alguien exclama un rato más tarde.
Desvía la mirada hacia las personas que cruzan ahora la gran puerta de llegada y sonríe cuando ve llegar a sus amigos. Olvida ese sentimiento de vigilancia y se acerca a ellos.
–Te echaba de menos –abraza con fuerza a Evelyn, quien corresponde el abrazo de la misma forma.
–Yo a ti también –murmura ella–. ¿Cómo tienes la mano? Jack me dijo que tenías un esguince.
–Hace un rato me quitaron la venda, todo bien –sonríe y se acerca a Max, quien la recibe con los brazos abiertos–. Ay, Max. A ti también te echaba mucho de menos.
–Es mutuo –sonríe él ampliamente.
–Estás más delgada, ¿no? –comenta Evelyn cuando se coloca frente a ellos.
Brooke baja su mirada a su cuerpo. Sí que se ha fijado que está un poco más delgada; esos últimos días apenas ha tenido apetito, ha comido menos que antes. Además, ha salido a correr cada mañana.
–Puede ser –se encoge de hombros, aunque intenta no darle importancia–. Bueno, ¿vamos?
La pareja asiente con la cabeza y, arrastrando sus maletas, siguen a Brooke hacia el aparcamiento.
–¿Os quedaréis aquí el fin de semana? –les pregunta mientras ellos guardan las maletas en el coche.
–Sí, hemos cogido una habitación en un hotel barato que encontramos cerca del centro –le explica Max.
–Genial –Brooke sonríe. Está feliz de volver a estar con sus amigos–. Pues… ¿os llevo allí y luego vamos a tomar algo? ¿O al revés?
–Yo necesito un café ahora mismo –dice Evelyn.
–Pues vamos.
Brooke entra en el coche rápidamente y sus amigos no tardan en acompañarla; Max en la parte trasera y Evelyn a su lado. Lentamente, sale del aparcamiento y después conduce hasta alguna cafetería, la que está más alejada de su residencia.
De momento, parece que ninguno de los tres tiene intención de hablar de lo ocurrido. No ha habido tensión entre ellos ni parece estar en mente hablar de nada, pero Brooke sabe que debe hacerlo. De hecho, va a hacerlo. Son sus mejores amigos y deben saber todo lo que ha estado ocurriendo, al igual que Jack.
Editado: 22.10.2021