Corea del norte había lanzado un misil balístico hacia el continente americano. El misil había sido derribado por los EE. UU y la ONU sobre el océano Pacífico. Parecía inminente la llegada de la Tercera Guerra Mundial, pero no fué así. Durante los siguientes meses, empezaron a aparecer por diversas partes del mundo, personas con un extraño padecimiento. Todas las noches se envolvían en una fiera locura; asesinaban, saqueaban, hasta practicaban canibalismo. Los infectados, al siguente día recuperaban la cordura, perdiendo la memoria de lo sucedido. Sus cuerpos día tras día iban muriendo lentamente; era como una tortura que terminaba cuando empezaba la muerte.
Luego de una cruenta guerra, la ONU junto a EE. UU. Habían derrocado el régimen de corea del norte. China por su parte, se mostró aliada a la decisión.
Dedicaron mucho de su tiempo investigando los laboratorios y los arcenales, aun en medio de muchos problemas globales. Descubrieron que los Norcoreanos "habían creado" un Virus al que llamaron 001.
Nunca explicaron la forma en que este se propagaba e infectaba, aunque algunos especulaban que era a traves del aire. Posterior a todo esto, el mundo se sumió en la total incertidumbre.
Mi nombre es Sebas, Vivía con mis padres en una Urbanización de buena estatura económica, lugar donde no había un día que nos faltara comida. Mi padre era un comerciante exitoso, por lo tanto esos problemas (Por lo menos a principio de mi vida) eran menores. Mi madre era una valiente y hermosa enfermera. Durante un tiempo iba de visita a la clínica más cercana para prestar sus honorables servicios a los más necesitados; pero luego de varios incidentes, en donde una enfermera asustada apuñaló en el hombro a un hombre que intentó apuñalarla con una aguja, dejó de ir.
Mi padre y yo en varias ocasiones, arriesgando nuestra integridad viajabamos hasta el almacen en busca de alimentos. En varias oportunidades nuestra suerte era detestable; un grupo de pandilleros rateros, armados hasta los dientes, nos interceptaban amenazandonos de muerte si nos oponíamos a no darle nuestros alimentos. Eso me llegó a frustrar mucho, aunque a decir verdad era mejor de esa manera. Me imagino que si hubieran descubierto el amacen la historia hubiese sido diferente.
Día tras día se veía poca la esperanza de vivir en un mundo de paz. Eternos parecían los días cuando no salíamos a la ciudad o a hacer alguna actividad. Simplemente el tiempo se detenía.
Miraba el reloj de reojo acostado sobre un sillón de espuma. Aquellas manecillas parecían estáticas. Al volterar a verlas siempre las encontraban en su mismo puesto; como queriéndome decir que el tiempo se había detenido. Pero de repente llegaba a mi mente que dicho reloj estaba averiado. Luego lo refutaba arduamente al quedarme viendo el reloj. Magicamente las manecillas empiezaban a moverse. Vaya pasatiempo tan absurdo tenía. A si pasaba los días mientras mi madre trataba de ayudar a los vecinos en apuros y mi padre protegía la casa.
Sin embargo, los días dan giros drásticos y salirse de esa casillas de lo común. Una noche tan oscura como el infinito espacio, sonaron bombos y platillos frente a nuestra. Vaya sorprensa, ¡Era el ejército! Mis padres atemorizados hasta los pelos, miraban sigilosamente por las ventanas de cristal que se encontraban tapadas por una fina cortina de seda; tan hermosa bailaba con el viento.
No podía ver absolutamente nada. Ambos tapaban cualquier hueco a mi alcance, impidiéndome observar que pasaba. En medio de mi deseo de poder ver por la ventana, aquellos sonidos se detuvieron y solo se escuchó un crujir.
Mi madre asustada se echó atrás, pasmada; dandome la oportunidad de observar: y es que con tranquilizantes sacaron a los vecinos de su casa, personas que a mí parecer no se encontraban infectados. Misteriosamente vi el crecimiento de un resplandor proveniente de la casa de los vecinos. ¡Un gran fuego como si poveniese del mismísimo infierno crecía sobre el techo de la casa, como si aquellas llamas tuviesen vida propia! ¡No pude observar más. Mi padre me echó hacia atrás. Al parecer creían que un chico de solo 14 años no entendería lo que estaba pasando. Que ilusos eran!
Mis padres pasmados, asombrados, con un susto de mil años (Sobretodo mi madre) me ordenaron regresar a la cama y me trataron de explicar lo sucedido, pero no era ni tonto ni inocente para creer lo que me decían.
El resto de la noche transcurrió normal, cuando un doloroso gimoteo me levantó. Caminaba por el pasillo, me acerqué a la habitación de mis padres y de inmediato reconocí el timbre de ese llanto; era de mi madre. Me acerqué sigilosamente y pegue mi oído contra la puerta, teniendo esperanzas de encontrar la causa de ellos. Escuché brevemente aunque, no entendí mucho; pues estaban tratando a toda costa de que no se escuchara casi nada: Mi madre se había despertado de golpe, acompañado por un ataque de nervios. Su preocupación por los vecinos le habían causado las penurias. Al oir eso, simplemente me regresé a mi habitación. En aquel entonces estaba totalmente seguro de que mi madre no había visto nada de este mundo.
Al día siguiente mi padre me pegó tremendo aun yo alelado.
— ¡Sebas! ¡Sebas! Vamos al almacén!
La última palabra alivió mis nervios. "Almacén" mi padre sabía cómo era mi espíritu: aventurero y dinámico nato. Me encantaba salir a explorar y conocer el exterior aun en medio de la situación apocalíptica. Sin pensarlo dos veces, me alisté con mis mejores botas y mi chaleco para el frío. De inmediato y sin titubear salimos disparados como una bala.
El almacén quedaba algo lejos. Recurrimos a un pequeño carro del año 2018, de la marca Toyota color azul, ya desgastado por el tiempo y por la heridas.
5 años antes, tenía 9 años. Mis padres y yo, aventureros aficionados recorrimos el país entero de costa a costa. La primera herida que recibió el coche, fue cuando ya muy oscuro en la noche bajamos una montaña que tenía un camino natural. Una especie de túnel de rocas que era estrecho por momentos y anchos en otros; nuestro coche recibió muchas ralladuras y un foco terminó apagado. Como era costumbre en esas situaciones mis padres y yo nos lo tomamos a risas. Una de las heridas más significativas, era el cristal de la parte de atrás y en parte delantera: Unas grietas producidas por el pasar de una bala. Esto ocurrió una mañana en que íbamos a la playa, ya para este entonces tenía 10 años. Paramos en un establecimiento de comida rápida con la intención de comprar la suficiente comida para aguantar todo el día. Recuerdo muy bien que el parqueo propiedad de la cadena de comida rápida estaba abarrotado hasta el tope. Mi padre se vió obligado a estacionarnos a un lado de la calle principal. Mis padres me dejaron en el auto, mientras ellos hacían la fila eterna.