Apocalipsis 001

ACTO VI: Arco "Criaturas" Parte III

 El jadeo y la desesperación nuestra, se hacía escuchar entre las oscuras calles sin vida de la ciudad. Corrí sintiendo mis talones en mi espalda. Traté de divisar el rostro en de mi padre en medio de la oscuridad.

—Sigue ... corriendo Sebas ... no te detengas. —Mostrándose sumamente exhausto, entrecortando las palabras con el jadeo.

Me estaba frustrando. Creí haber escuchado la turba de infectados correr dentro de los edificios; mi vista se nublaba, contribuyendo a mi frustración.

De pronto, escuché el retumbar del cuerpo de mi padre sobre el suelo.

—¡Papa! —Exclamé, con desesperación.

—¡Oye! Te dije que siguieras corriendo —Dijo recobrando su postura; al yo escuchar su voz levantarse.

—Déjame llevarla, fui yo el de la idea de traerla

Mi padre, como terco de nacimiento, se opuso rotundamente. Aceleró el paso, gritándome a cada momento.

Había transcurrido poco tiempo, cuando mi padre volvió a precipitarse sobre el asfalto.

— ¡Oye! ¿Estás bien? —Dije con urgencia, mientras que con una leve luz proveniente del cielo, veía algunos raspados en su barbilla emanando sangre.

—Sebas, descansemos un rato, los infectados ya deben de estar lejos —Dijo, mientras colocaba su trasero sobre el frío asfalto.

—Sebas, ¿Ves ese edificio de allá? — Levantó tembloroso su dedo índice — vamos hacía allá, debe de haber algún botiquín que nos sea de ayuda.

Puede ver por la tenue luz que me acompañanaba, el logo de un banco. El edificio no era de una altura muy pronunciada, pero sí era bastante ancho y se veía en mejores condiciones que los demás — O eso ví—. Al acercarnos con sigilo, decidimos acceder. Llegamos hasta una oficina muy hermética; lo supe por el intenso calor que allí se posaba.

— Sebas, camina hacia el escritorio. En este tipo de oficinas siempre hay luces de Neon.

Torpemente caminaba entre la reina oscuridad. No podía visualizar absolutamente nada; el calor me pegaba fuerte, escurriendo por mi frente torrentes de gotas. Abrí varios cajones, en donde dí con una linterna; para suerte de nosotros de ella una lívida luz azul blancuzca emanaba, lo suficiente para darme una vision mas clara de la situación.

Con la ayuda de la pálida luz, mi padre encontró las luces de neon, del tipo de aquellas que al doblarla una especie de luz verde se desprendía. Hicieron de complemento perfecto, ayudando a llenar de luz toda aquella sala.

Papeles estaban esparcidos por toda el área. Trozos de madera y concreto cubrían gran parte del piso. Ahí fué cuando me percaté de la realidad; los espacios por donde el aire circulaba estaban bloqueados por el cielo raso, que se había desprendido desde las vigas y que se encontraba mas cerca de la oficina.

—Sebas, ayúdame con Sara. Acabo de encontrar este botiquín con algunos vendajes. —Envolvió su cabeza con el vendaje—. Esto debe de ayudar por ahora.

—Espero, que mamá no se preocupe por nosotros, y la señora, ¿Cómo se sentirá al saber que su esposo está muerto? —Dije con melancolía, observando a Sara.

—Ese es el menor de nuestros problemas. Ahora solo debemos de pensar en cómo llegar a la casa. Creo que lo mejor sería que esperemos hasta el amanecer, así los infectados se calmarían y así regresaríamos al Jeep

— Y, ¿Qué hay del ejecito? ¿Qué si por infortunio nuestro, nos encuentran. ¡¿Y entonces... ?! —Supe entonces, que mi cara se hacía de horror, y sentía una sensación de repulsión, acompañado de desagradables escalofríos que subían por mi espalda.

—¡¡Oye Sebas!! ¡Me dijiste que ya estabas superando eso! Solo olvida eso de una vez por toda... eso, no es nada comparado a todo lo qué está pasando en el mundo. La propia historia de esta chica... toma como ejemplo eso. No me puedo imaginar que cosas estan pasando ahora mismo. Desde que ese maldito virus creado por los norcoreanos se esparció por el mundo, ¡esto es un infierno para mí cabeza!

El rostro de mi padre se tiñó de frustración. Con las uñas de su mano derecha, daba golpecitos sobre el escritorio mostrando su desesperación; su mano izquierda secaba el sudor de su frente y se movía por todo su rostro, movía su píe de arriba a abajo con desesperacion. Ese rostro llenaba de tristeza cualquiera que lo contemplara. Un rostro que me mostró lo destruido que estaba el mundo; destruido, sin esperanzas, ni nada que salvar, un mundo hueco, sin sentimientos ni razón de existir. Un mundo rojo, por la sangre derramada. Aquella sangre que ahora humedece aquella tierra, que era polvo.

Se estableció un silencio sepulcral entre nosotros. Era tan profundo el silencio, qué podía escuchar los latidos de nuestros corazones, el de él y Sara. El de Sara, era suave y sereno algo relajante, mientras que el de él era uniforme; aceleraba por ratos y por otros disminuía, por ratos riachuelo y por ratos una tormenta. Sus latidos fueron opacados por un sonido que de inmediato encendió nuestras alarmas. Eran pisadas, lentas y sincronizadas;una tras otra con total serenidad. Parecía tomarse el tiempo de producir cada una de ellas. Era como una tortura. Aquellas pisadas se hacían cada vez más claras, aumentando su sonido.

Mi padre, que desde siempre supe que era ateo, imploró con pudor a Dios.

Mi mente como siempre, no entienda la situación; se confundía o parecía simplemente alargar las sensaciones. El tiempo pareció detenerse; mis latidos se hicieron pulsantes al punto de empezarme a doler el pecho, mis ojos se hinchaban de la presión arterial, y mi respiración se hacía salvaje.

No dejábamos de observar la ventana de la puerta, cubierta de un tipo cristal borroso.

Lentamente algo parecía dibujarse sobre el cristal. No se podía vislumbrar bien, pero algo había ahí. Aquello se quedó ahí durante no sé cuanto tiempo; pues a decir verdad no supe cuanto tiempo había transcurrido. En un momento pude observar a mi padre; se veía calavérico. Estaba tan blanco como el papel. Lo escuché toser fuertemente. Miré hacia él y observé que estaba tomando un trozo de madera.



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En el texto hay: misterio, apocalipsis, ciencia ficcion

Editado: 21.08.2023

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