Zeus estaba recostado en su silla de oficina, observando a través de las ventanas mientras el ajetreo de la oficina seguía su curso. El ruido de las teclas, las llamadas telefónicas, y el constante ir y venir de las personas lo mantenían distraído, pero no tanto como la presencia de Sofía.
Desde aquel “accidente” en la sala de juntas, no había podido sacársela de la cabeza. El beso había sido rápido, inesperado, pero despertó algo en él. Algo que había estado tratando de ignorar desde que la vio el primer día.
Sofía. La nueva pasante. Una chica de 22 años que, a simple vista, parecía inofensiva. Pero había algo en ella, algo que Zeus no podía dejar de notar. Aunque intentara disimular su interés, cada vez que la veía, su mirada inevitablemente se posaba en ella.
La chica era hermosa, aunque de una manera sutil. No necesitaba de escotes pronunciados ni vestidos ajustados para llamar la atención. Su belleza radicaba en su inocencia, en esos ojos grandes que siempre parecían llenos de incertidumbre y nervios. Su cabello castaño caía en ondas suaves alrededor de su rostro, y aunque lo llevaba recogido la mayoría de las veces, Zeus no podía evitar imaginar cómo se vería suelto, desordenado después de una noche de pasión.
La ropa de Sofía era siempre formal, casi demasiado para su gusto. Blusas abotonadas hasta el cuello, faldas rectas que apenas mostraban sus piernas. Pero eso solo hacía que su curiosidad creciera. Imaginaba cómo sería descubrir lo que se escondía bajo esa fachada tan profesional. Había algo en ella, una sensualidad oculta que Zeus sabía que, con un poco de esfuerzo, podría despertar.
Maldita sea, pensó para sí mismo, mientras una sonrisa traviesa cruzaba su rostro. Se reclinó en la silla, cruzando los brazos sobre su pecho, mientras sus ojos seguían a Sofía, que caminaba a su escritorio. Cada movimiento que hacía, aunque torpe y tímido, despertaba algo en él.
Es demasiado inocente, pensó Zeus, mientras la observaba. No tiene idea de lo que podría hacerle. De lo fácil que sería seducirla. Y la idea lo excitaba.
Zeus, siempre un cazador cuando se trataba de mujeres, disfrutaba del desafío. No era que quisiera una relación, ni mucho menos. Eso ya lo había dejado claro desde hace tiempo. Pero con Sofía... había algo diferente. Su timidez, su falta de experiencia. Era como un libro cerrado que él quería abrir, descubrir cada página, cada secreto.
Se imaginó acercándose a ella, cómo se vería cuando dejara de ser tan reservada, cómo respondería si él la tocara de manera más íntima. ¿Se sonrojaría como siempre? ¿Se pondría nerviosa? Eso lo hacía sonreír. A Zeus le encantaba ese juego. Le gustaba la idea de ser el primero en llevarla a esos rincones de la vida que, claramente, nunca había explorado.
Sofía levantó la vista un momento y sus ojos se encontraron con los de Zeus. Ella rápidamente apartó la mirada, su rostro ligeramente sonrojado. Zeus sonrió para sí mismo, disfrutando de la reacción. La tengo, pensó. Está claramente afectada, aunque probablemente no lo admita ni siquiera para sí misma.
Pero ¿cómo sería tenerla realmente? La idea lo distraía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Cada vez que Sofía pasaba cerca, su mente vagaba hacia terrenos más peligrosos. Imaginaba sus labios enredados en un beso que no fuera accidental, sus manos explorando la piel suave que escondía bajo esa ropa formal.
Sabía que no debía. Ella era diferente. No como las chicas con las que solía jugar, las que sabían las reglas y aceptaban el final inevitable. Con Sofía, ese juego podría ser más complicado. Y sin embargo, no podía evitar querer descubrir hasta dónde podría llegar con ella.
Tiene que suceder tarde o temprano, pensó mientras la miraba. Sofía, con su aire inocente, era justo el tipo de chica que podría enamorarse rápido, y Zeus había prometido no dejar que eso volviera a suceder. No te acerques demasiado, se advirtió a sí mismo.
Y sin embargo, no podía dejar de imaginar cómo sería si se dejara llevar. ¿Cómo reaccionaría Sofía si él rompiera esa burbuja de inocencia que la rodeaba? Sabía que la atracción estaba ahí. Lo había sentido en el beso, por breve que fuera.
Zeus suspiró, pasando una mano por su cabello. Tengo que tener cuidado, pensó. Sabía que meterse con Sofía podría llevarlo a un camino sin retorno. Pero cuando la veía cruzar la oficina, con esa mezcla de dulzura y nerviosismo, no podía evitar desearla más.
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Editado: 09.11.2024