Aprendiz

Cosa

La algarabía no se hizo esperar y la celebración por fin dio comienzo. Allí había una cantidad considerable de personas, pero no rebasaba ni un tercio de los que asistían a los eventos de su antiguo hogar. Luna contempló cómo los niños y jóvenes jugaban al alquerque, con mesas puestas en medio de las calles, y algunos adultos compartían jugadas de dados y naipes. La abundancia era más que obvia; la comida, sin duda, se podía considerar todo un arte porque había sido colocada con gran esmero. Sin duda su tiempo de ocio era algo muy preciado y disfrutado.

La nueva pareja estaba ahora a expensas de cualquiera que quisiera acercarse para charlar y conocer a la recién aceptada; ahora sentían la confianza de hacerlo.

—Vas a convertirte en estatua si sigues así —León le susurró al oído Luna, procurando discreción, al verla sin gesticular desde hacía varios minutos.

Se mantenían de pie, en un espacio que se fue liberando de personas debido a que el baile inició.

—No es fácil, todos me miran y puedo sentir su sospecha… Además, deberías avisarme antes de que… de que… hagas esa cosa —resopló enojada.

—¿Cosa? ¿A qué te…? —Él no pudo evitar soltar una leve carcajada cuando cayó en la cuenta—. ¡Por amor de mi madre! Estás más loca de lo que creí. No es una cosa, fue un pequeño beso y no es para tanto, tenía que hacerlo. Ahora no se podrá poner en duda nuestro vínculo.

Era seguro que no lo sabía, pero acababa de darle a Luna su primer beso. A pesar de tener una edad razonable, no se había permitido tener una relación. En otras circunstancias ya llevaría por lo menos cinco años unida en matrimonio y con más de un hijo que cuidar. Es cierto que en Isadora la pretendían más de dos jóvenes y que se sentía atraída por uno de sus conocidos, pero jamás se acercó a él para dejarse cortejar; aquello era algo que el tiempo no le permitía y no sentía la necesidad de lidiar con una pareja que le quitara parte de su atención. Sus padres, por su parte, no la presionaban, ni siquiera trataban el tema, porque sabían que tenía tareas importantes que cumplir.

—¡Pudiste avisarme antes! —musitó para que nadie oyera su conversación en medio del barullo.

—Si te hubiese avisado seguro comenzarías a quejarte antes de que lo hiciera, así que agradécemelo, para mí tampoco fue sencillo. Y ya mejor cierra la boca o alguien va a escucharnos —le respondió también con voz baja, pero sin parecer que discutían porque se encargaba de sonreír cuando los ojos curiosos los escrutaban.

Para calmar la tensión, León le tomó la mano y la condujo hacia el centro del lugar donde una canción lenta comenzó a sonar justo en ese momento.

—Supongo que quieres que bailemos —se burló, pero cedió a sus intenciones.

—No, yo voy a bailar y tú, bueno, puedes intentarlo. —Su mano libre rodeó la cintura de Luna y la acercó a su cuerpo mientras la otra que la sostenía entrelazada se alzó en el aire para seguir el ritmo de la música.

A ella le asombró el tipo de melodía que presentaban. Estaba acostumbrada a que estas solo fueran ejecutadas por artistas de instrumentos, sin embargo, en este caso sí incluían a un cantante. Si bien en Isadora contaban con intérpretes, solo eran a una voz y sin acompañamiento.

—Vas a tener que disculparme, pero desconozco este estilo de danza.

—Yo te guío. —Le guiñó un ojo y la ayudó a no equivocarse—. ¿Escuchas la canción? —preguntó. Su aliento cálido recorrió la frente de su compañera, que en ese momento estaba fría por la noche.

—Sí. Quiero pensar que sus letras deleitan por su belleza, pero confieso que no logro entenderla.

El prodigioso hombre que cantaba con gran dedicación pronunciaba palabras que ella no podía comprender.

—Es porque es una lengua distinta, las palabras son diferentes, pero en esencia dicen lo mismo que las nuestras. Habla del amor imposible y esas cursilerías. Algún día tal vez te diga lo que significan si te portas como debes.

—Mientes —murmuró incrédula. Tenía conocimiento de que a los intérpretes no se les permitía salirse de estrechos límites, y una concepción artística no estaba aceptada.

Las bromas que le jugaba se volvían recurrentes y ya había dejado de creer en su palabra, o más bien nunca la creyó. A pesar de todo, esa noche era como estar con alguien distinto, sus frases sonaban sinceras e incluso amables, podía darse el lujo de sentirse segura, aunque muy en el fondo sabía que lo detestaba.

—¿Puede concederme esta pieza el anfitrión? —pidió una chica que se encontraba parada frente a ellos y que permaneció esperando la respuesta de León.

Aquella mujer llevaba puesto un ajustado vestido color rosado que dejaba notar su curvilíneo cuerpo y no pasaba de los veinte años. El rostro que poseía se podría considerar común, pero con un evidente toque de coquetería: labios delgados, boca pequeña, ojos medianos y cafés, nariz afilada, aunque la forma de su rostro era lo que le arrebataba el ser considerada como una verdadera belleza. Lo que más destacaba era el brillo especial de su cabello rojizo que se encontraba recogido en una coleta alta.

—Me encantaría, pero ¿quién acompañará a mi dama? —respondió él con cortesía.

—Yo, por supuesto.

¡Por fin la voz que Luna ansiaba escuchar! Alí daba la cara luego de no aparecerse durante dos días; desde ese en que rechazó su petición de ayuda.




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