En las últimas dos semanas, luego del encuentro entre ambos donde ese beso los atrapó, León se cuestionó a diario el motivo por el cual se atrevió a unir sus labios con los de ella de esa manera y de las consecuencias que traería. «¿Por qué no me detuvo? Puede que una reacción mera del momento», pensó. Cualquiera que fuera la respuesta él evitaba encontrarse a solas con Luna. Llegaba casi de mañana a casa y se iba apenas oscurecía. Las pocas veces que la tuvo cerca era en público y no permitía que hablaran, no deseaba tener ni un solo instante en confidencia porque no sabría qué decirle si el tema salía a discusión.
Ese día se encontraba reparando una cerca de alambre y se mantenía tan ensimismado que no advirtió que alguien se le acercaba por detrás.
—Por lo visto te han atado las riendas —se escuchó decir.
Él reconoció enseguida la voz de Christina, quien se le acercó provocativa y lo abrazó por detrás sin darle tiempo de reaccionar.
—Estoy trabajando, ¿no ves? —pronunció cortante, tratando con discreción de zafarse de las aferradas manos que lo sujetaban con fuerza de la cintura.
—Antes no te mostrabas tan indiferente conmigo, no me digas que esa forastera te ha hecho cambiar —le susurró queriendo tocar su mejilla, pero León se giró para evitarlo.
—No te voy a permitir que la llames así. Luna es ahora parte de mi vida y te exijo que la respetes. Además debo recordarte que yo jamás te he incitado a hacer cosas como estas. —Necesitaba librarse de tan incómoda situación, pero sus palabras no eran lo bastante firmes como para alejarla.
Para cualquier hombre, Christina resultaría bastante aceptable, pero él no tenía motivos para darle sus atenciones ni mucho menos desposarla.
—No te lo creo —jugueteó, ignorando la negativa. Sentía que perdía su oportunidad y estaba dispuesta a usar las armas que tuviera a la mano—. Mira, si esa… mujer… no te satisface como creo que pasa, sabes bien que yo sí puedo hacerlo, solo dilo, será cuando tú quieras y en el momento que desees —le dijo con la voz sensual e insinuante.
—¡Deja de decir tonterías! No permites que me concentre —exclamó con un tono que quiso sonar lo más calmado posible porque ya se sentía exasperado.
León intentaba que un poste de la cerca se mantuviera firme para poder terminar de poner el alambre, pero la mujer resultaba demasiado insistente.
—Puedes concentrarte más en mis aposentos —musitó con descaro.
Eran evidentes las ansias que ella tenía por poseerlo y dejaba en claro la facilidad con la que él podía poseerla.
A lo lejos, Luna ayudaba a Alí a trasladar víveres a la casa; Lili, quien era la encargada de surtirlos, se sentía indispuesta y ambos quisieron ayudarla. Luna estaba feliz porque su buen amigo había vuelto a frecuentarla y hasta se podría decir que pendiente de sus actividades. Por el contrario, León ahora era quien se ausentaba, dejándole claro su desaire, pero se encontraba de acuerdo con la distancia que marcaba, quizá por el mismo sentimiento de duda que los embargaba a los dos. Aprovechó la salida para pedir prestada en la armería una espada a una mano, tenía curiosidad por probarla y cuando la tuvo la colgó en su cintura.
Caminaban sin saber lo que sucedía a solo una calle de allí e iban conversando sin parar. Era fácil hablar con Alí, y la ayudaba a mantenerse ocupada ahora que no cargaba tantas responsabilidades encima.
—Creo que debo comenzar a hacer más cosas, comienzo a aburrirme —le mencionó agobiada.
—Tal vez es bueno que busques un oficio. Si quieres puedo recomendarte. ¿Qué es lo que te gustaría hacer?
—Es que no… —Se disponía a pensar en una alternativa en la que pudiera ocupar su tiempo, pero algo llamó su atención y, sin esperarlo, se percató de lo que pasaba a unos cuantos metros de distancia.
Luna visualizó en la templada oscuridad a León de pie y a Christina detrás de él, pegada como una hiedra venenosa. Una desconocida sensación en el estómago la atacó, y se fue haciendo más acentuada mientras los observaba.
—¡Esa mujer no entiende! Es una necia —comentó Alí al ver que el rostro de su acompañante cambiaba de color.
Ella percibió las palabras de él como si fueran dichas a lo lejos, como ecos que se perdían con rapidez.
De pronto todo desapareció. Las casas, las plantas, los árboles que rodeaban el perímetro del pueblo, las personas que deambulaban envueltas en sus propios asuntos…, se esfumaron; solo quedó un gran espacio vacío entre ella y las dos personas que ocupaban su atención. El dolor en su estómago se fue transformando en una pulsante cólera que creció hasta el punto de no poder resistirlo. Quitó con poca cortesía la mano de su acompañante, quien trató de retenerla sin obtener éxito.
—¿A dónde vas? ¡Regresa por favor! —le habló con voz alta, pero fue ignorado de forma deliberada.
Luna se acercó con rapidez. Ninguno de los involucrados notó su presencia y, cuando se halló más próxima, alcanzó a escuchar las insinuaciones atrevidas que Christina hacía. En ese instante perdió todo sentido y actuó como su mente más salvaje le ordenó; justo como actuaría en Isadora. Esa mujer violenta que había dormido acababa de volver a salir, esta vez más irracional.
#32103 en Novela romántica
#20492 en Otros
#2633 en Aventura
triangulo amoroso, medieval, romance acción drama reflexión amistad
Editado: 27.05.2024