Aprendiz

Verdugo

La blancura de su piel hizo contraste con la oscuridad del lugar. La capa en el suelo fue un recordatorio de que se hallaba sin su cobijo, pero a esas alturas poco le importó.

El enemigo apareció ante ellos, avanzando a paso mesurado.

—No lo creo. El camino comienza, pero para ti directo a la muerte —vociferó uno de los hombres que se acercaban.

León permanecía firme, mirando al frente, con la espada larga recta y los pies separados, listo para defenderse. Uno de los intrusos avanzó de inmediato, dispuesto a herirlo o matarlo.

—Va a ser mejor que pares o también te las verás conmigo —exclamó Luna, quien se dejó ver, avanzó y lo encaró con una seguridad que León solo había podido presenciar una vez; una que lo hizo recordar de dónde venía.

El hombre, por completo perplejo, parpadeó sin poder comprender aquella aparición y caminó con lentitud hasta ella, deteniéndose a cuatro metros de distancia.

—Usted —mencionó casi balbuceando las palabras y enfocó su vista para confirmar de quién se trataba—. ¡Está viva!

Se acercó un vigilante más y se dirigió a ella.

—Es una grata noticia saber que sobrevivió, pero temo decirle que no podemos obedecerla. Tenemos la orden de arrestar a cualquiera con el que nos topemos y por eso este hombre quedará bajo nuestra custodia.

—¿Bajo arresto? —Se sentía tan sorprendida por lo que pasaba que pensar con claridad se volvió un reto. León se mantenía en silencio—. ¿Con qué cargos? —exigió saber.

—A decir verdad no contábamos con uno en especial, pero creo que la de secuestrarla es el más adecuado —contestó otro personaje que parecía ser el que dirigía al grupo porque les hizo una seña para que los demás bajaran la guardia.

—Ya lo veo, te sientes con poder. —Lo señaló con un dedo y entrecerró los ojos para poder verle mejor la cara—. Te conozco bien, conozco cuánto lo deseabas, ¿no, Daniel? Pero recuerda que no puedes detener a alguien que no es de Isadora, mucho menos dejarlo entrar, es contra las reglas, lo sabes y lo saben todos los aquí presentes. —Recorrió amenazante con la punta de su espada a cada uno de los que estaban allí. Reconoció a todos, eran sus guardias; esos a los que ella dirigía en Orión y que ahora, por obvias razones, mostraban su recelo.

—Este es un caso especial, usted no debería defender a su raptor —pronunció Daniel, quien en ese momento la afrontaba, retándola con una mirada de desprecio.

Tenía presente que Daniel nunca fue un buen elemento, se mostraba rebelde y lo castigó más veces de lo que recordaba. «¿Por qué ahora era quien estaba al frente?», se preguntó ofendida por el reemplazo tan poco digno que le dieron.

—¡Deténganlo! —ordenó sin dialogar más.

Luna no comprendía por qué León no profería palabra.

Tres de ellos avanzaron hacia la pareja, pero ella se interpuso para evitar que lo tocaran.

—Pues si así lo ponen. —La ira la abordó y levantó su arma con seguridad. El reflejo en el metal le reafirmó que ya no era la misma que salió de Isadora meses atrás, su mirada parecía ser la de otra persona. Convencida amenazó a los que fueron sus subordinados—. Estoy dispuesta a morir, así que intenten conseguirlo.

Era momento de comenzar con el juego corto, técnica con la que aprovechaba la cercanía para atacar a su rival. Prefería ser instintiva y muy rápida porque forcejear con hombres de su complexión les daría grandes ventajas.

Los vigilantes, a los que muchas veces ayudó a mejorar sus métodos de combate, le voltearon el favor y se mostraron dispuestos a usar sus habilidades en su contra. Sin dar tiempo al juicio, avanzaron listos para comenzar un enfrentamiento inmoral porque Daniel les indicó que debían enfrentarlos los tres que pretendieron detenerlo y el primero que se lanzó a atacarlo.

La mujer se convenció de que, si era necesario, iba terminar con la vida de los que una vez consideró incluso sus amigos; al menos antes de conocer lo que era la amistad.

El violento tintineo de dos espadas chocando retumbó y León reaccionó deteniendo un tajo que iba directo a él.

Los dos contaban con la agilidad y destreza necesarias para creerse valientes y, a pesar de la diferencia numérica, se protegían con habilidad, sabían moverse en la oscuridad mejor que los vigilantes y sentían la satisfacción de que morirían defendiendo lo que más amaban.

León lanzó un golpe cortante contra Daniel, quien no dudó en desenvainar e ir tras de Luna al verla vulnerable, usando el filo directo sobre la piel, y la sangre pronto corrió del brazo derecho del engreído hombre. Desde el codo hasta los dedos se fue cubriendo del líquido carmín y tiró aterrado su arma para intentar pararlo.

Ella, por su lado, se mostraba tenaz. Levantando ambas manos para elevar su espada desarmó a uno de los atacantes con una fuerte embestida y dio una patada a la espada para alejarla, quedando oculta entre un montón de plantas ennegrecidas. Fue allí donde comprendió la ventaja de haber entrenado la vista entre las tinieblas. Al segundo lo hizo tambalear y caer con un golpe del mango directo en la frente y le clavó en la pantorrilla el acero que había sido afilado durante horas. Pensó en terminar con su cometido, pero se detuvo al ver la expresión de horror que el hombre tenía.




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