AquÍ No Hay Amor (dual)

7

Adam Varper finalizó la llamada e hizo girar el lujoso sillón hacia la ventana. Un rayo de luz se coló a través del cristal, buscando su rostro y deteniéndose en su cabello blanco, como si quisiera reconfortarlo.

Tiró de la cinta que le apretaba el cuello y luego dejó las manos en las rodillas, pero los gestos pensados para serenarlo no ahuyentaron su inquietud.

Su pulcra apariencia exterior se encontraba en el polo opuesto de la tempestad que crecía en su interior, la cual luchaba por domar. Querría poder desatarla. Querría romper algo o dañar a alguien. Replicar con violencia. Con todo el nervio, la rabia y la exasperación que sentía.

No hizo nada, tampoco su rostro reveló alguno de sus pensamientos. Ningún músculo se crispó en su cara, la respiración no cambió ni un ápice, y se quedó observando la ciudad desde la comodidad de su sede central.

El control era importante. «Pero ¿qué hacer cuando ya no lo tienes?», se preguntó. Por primera vez en su vida se encontraba ante una situación que no podía controlar.

El sonido de la puerta al abrirse lo hizo voltear el sillón. Su Mío entró con pasos calculados y ligeros. Trabajaba para él desde hacía más de veinte años y se había ganado un estatus superior al de un empleado corriente. Hacía de chófer, guardaespaldas, confidente, incluso espía.

—Tengo los últimos detalles, señor —dijo sin ninguna inflexión en la voz.

—¿Algo nuevo? —preguntó Adam en el mismo tono. No se molestaba en mirar los canales mediáticos. Sabía que se enseñaba lo que se consideraba adecuado para la población. Su interés iba más allá. Mucho más.

—Se confirma oficialmente el naufragio del buque.

—Es imposible. —Adam enfatizó la negativa con un movimiento de cabeza—. Las medidas de seguridad son infalibles. Yo mismo las he revisado.

—Lo sé. —Mío no le recordó que él también estuvo presente en la inspección y las conocía.

—¿Cuál es la versión oficial?

—Un corto circuito en la sala de máquinas y la tormenta.

Adam rio con amargura, pensando en que los habitantes de Reborn no se creerían tal mentira desvergonzada.

—Idiotas —resopló—. ¿No han encontrado algo mejor? En la sala de máquinas cabe solo el computador de comando. ¿Cómo podría el cortocircuito de un cable hundir un barco que pesa toneladas?

Mío encogió los hombros de forma imperceptible y, antes de hablar, se aclaró la garganta.

—¿Qué desea que hagamos, señor?

—Descubrir la verdad. ¿Cuáles son las estadísticas?

Mío tecleó con rapidez en el dispositivo que había mantenido a su espalda hasta entonces.

—Sesenta personas se encontraban a bordo. Treinta nueve varones, dieciocho mujeres y tres niños. Cuatro hombres y dos mujeres salvados. Dieciocho muertos conocidos, de los cuales doce hombres y seis hembras. Treinta seis declarados desaparecidos.

—Ailyne está desaparecida —dijo Adam en tono implacable—. No permitiré declararla muerta hasta que no tenga la evidencia. Nadie en todas las tierras de las Colonias se atreverá a no estar de acuerdo conmigo —farfulló arrugando el ceño.

—Sí, señor.

—Vamos a averiguar qué pasó en realidad con el barco —prosiguió Adam, calculando mentalmente los riesgos de implicarse en una operación de tal proporción.

—Podemos intentarlo —contestó Mío, al suponer lo que rondaba por la cabeza de su jefe.

Adam le dio la espalda, mirando a través de la ventana como si esperara que las respuestas volaran hacia él, y continuó por confirmar las sospechas de Mío.

—Tendrás que visitar Stray.

—Haré lo que haga falta.

—Encuéntrala. No me importa cómo lo hagas o lo que tengas que hacer para eso. Encuéntrala.

Mío asintió con un gesto, pero no se movió y Adam le concedió el permiso para hablar mediante una señal de cabeza.

—Empezaré los preparativos de inmediato. Pero me imagino que daré con complicaciones.

Ambos mantuvieron una pausa silenciosa, sopesando lo que no se habían dicho.

—Me haré cargo de que tengas vía libre —resumió Adam, planeando en cuestión de segundos las siguientes maniobras—. Propondré a Barín para ocuparse de que los astray nos devuelvan a nuestra gente y me centraré en ayudarte.

Mío aprobó de nuevo y se alejó con los mismos pasos cuidadosos.

Había estado presente en el nacimiento de Ailyne y la consideraba hija suya, si bien sabía que tenía prohibido el pensamiento. El señor Varper planeaba mover las montañas y secar los ríos para encontrarla. Él pensaba hacer más que eso.

Del otro lado de la puerta, Adam volvió a iniciar las conversaciones. El momento del accidente no podría ser más inadecuado; las negociaciones con la ciudad Stray vecina fallaban. La idea era convencerlos para que aceptaran la supremacía de las Colonias sin derramamiento de sangre. Ahora los astray se negaban a devolverles a los reborners pasajeros del barco y ellos les acusaban por el accidente. El reloj no se detenía y tenían previsto usar cualquier procedimiento.




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