AquÍ No Hay Amor (dual)

23

Celso avanzó usando cualquier método para confundirse con la noche. El trayecto que había elegido era difícil, pero el más seguro. Su plan estaba lleno de fallos y predispuesto al fracaso. Si es que podía llamarse «plan».

«¡Qué vergonzoso!», resopló. Solo le faltaba llevar una campana y dibujarse el círculo de un blanco en su frente. «¿Es lo mejor que se te ha ocurrido, idiota? ¡Viva el síndrome del caballero andante! Has tenido tu pago —un beso—, hay que cumplir con el contrato, ¿no? ¡Eres el rey! ¡El rey de los estúpidos! Encima hablas solo y ese búho te mira con cariño», se rio mientras remontaba la pendiente con el corazón encogido, pero sin que la sonrisa se le borrara de los labios.

Dejó atrás la zona arbolada y eligió un camino a la izquierda. Pensaba rodear el área del campamento y salir en el lado opuesto, en la zona de cocina que no debía estar tan protegida. Sabía que a Vank le gustaba alejarse después del desayuno y esconderse para encender uno de sus cigarros especiales. La idea le recordó que el tabaco había desaparecido de sus preocupaciones y no se había percatado. Bueno, ahora que había refrescado su memoria, añoraba tragar el humo hasta el fondo de sus pulmones. Cerró los ojos e hizo lo que pensaba, pero usando el aire puro de montaña. Sí, no era lo mismo. Pero podía aguantarse, y sus pensamientos volvieron a Vank.

Por si no lo encontraba, tenía preparado el plan B. Tocó un bolsillo de su mochila para asegurarse de que lo tenía. El aparato de comunicación lo guardaba desde que había trabajado con ellos. Pensaba escuchar la actividad del campamento, eso si recordaba cómo encontrar la frecuencia que usaban y que cambiaban dos veces al día.

El cielo se vistió de ceniciento pálido y la noche cedió el turno al día. La luna había bañado con su resplandor la tierra lo suficiente como para ayudarlo en el trayecto, pero ahora los primeros rayos de sol se dejaban ver detrás de la cumbre.

El camino se le hizo costoso, las piedras sueltas le dificultaban el avance. Se tomó un minuto para beber agua y vincularse con el universo, disfrutando de la sensación de conexión con la naturaleza. Continuó camino arriba hasta que dio con un gran corredor y respiró aliviado al recordar que había dejado atrás la parte más difícil. Solo le faltaba coger la bifurcación de la izquierda y estaría protegido por la vegetación.

Cuando consideró que se había acercado bastante, Celso encendió el comunicador en un intento de conocer la posición de los guardias. Después de unos chasquidos que casi mataron su esperanza de encontrar la frecuencia correcta, el sonido de voces empezó a escucharse alejado, como viniendo de otro mundo.

—Cinco, posición.

—Confirmando.

—Dos, cambio diez pulsaciones.

—Dos, entendido.

Se quedó varios minutos escuchando el lenguaje cifrado, hasta que estuvo seguro de conocer la localización de cada uno de los guardias y que no habría cambios sorpresas de turno. El placer de encontrase cara a cara con alguno de sus ex compañeros no sería mutuo. Comprobó la hora y se apresuró hacia el posible escondite de Vank, sonriendo contento al vislumbrarlo a través de la vegetación. Se aproximó por detrás y antes de que este lo percibiera, le tenía prisionera la garganta entre el antebrazo y el bíceps.

—Te haces viejo, amigo —susurró en su oído.

Vank soltó una maldición y contestó al instante. Le dobló la mano en un ángulo doloroso y lo liberó después de disfrutar de la mueca de dolor que Celso no pudo ocultar. Se inclinó para recoger del suelo el cigarro perdido y verificó si seguía encendido.

—¿Estás loco? ¿Qué cojones haces aquí? —susurró mirando alrededor en busca de ojos u orejas curiosas.

—Te extrañaba —se burló Celso—. No he podido dormir en toda la noche pensando en ti.

—¡Idiota! Es la peor decisión que pudieras haber tomado —comentó, dándole un manotazo en la oreja.

—¿Qué podía hacer, tonto? Darli amenazó con denunciarme. Tuve que irme.

—¿Aquí? ¿Tuviste que venir aquí? —Vank farfulló agitando la cabeza—. ¿Por qué no enviaste una invitación? Te habrían preparado un comité para recibirte. Espera. Creo que no hacía falta, todavía no se ha disuelto el comité que te dio el adiós.

—Seguro que me extrañan —se rio.

 Vank dio una calada, manteniendo el humo en los pulmones mientras asentía.

—Puedes apostarlo —dijo en voz lúgubre.

Celso entornó los párpados con los sentidos en alerta. No le gustaba la expresión de su amigo, tampoco el tono de su voz.

—¿Qué es lo que no sé?

—Darli. Toda la ciudad está detrás de ti.

Celso cerró los ojos y aguantó la respiración para disminuir los efectos del impacto. No era que no se lo esperara, pero escucharlo en voz alta le destrozaba la pizca de esperanza que había podido guardar de forma inconsciente.

—El amor de Darli —farfulló entre dientes—. ¿Cómo lo sabes? En las noticias no lo anunciaron.

—Ni lo harán —le explicó Vank—. Ahora es encargo político, la verdad no saldrá a la luz. Tu reborner es muy importante para nuestra ciudad.

—¿Cómo?




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