Ailyne estaba sonriendo, pero en cuanto lo escuchó, se incorporó y buscó la manta para cubrirse.
—No, no, no. No es eso, mi amor. —Celso se acercó para abrazarla—. Quizá sea un error, pero si fuera así, es la equivocación favorita de mi vida. Me hiciste feliz y lo único que espero es que te haya correspondido. Si no lo logré, pienso intentarlo hasta que lo consiga. ¿Me entiendes?
—¿Entonces? —preguntó ella y Celso recordó la idea. Se alejó y empezó a vestirse—. No usamos protección. No hablo de una enfermedad, acabo de reconfirmar mi estado de salud y tengo la certeza que de tu parte no habrá sorpresas, pero… ¿Cuál es la probabilidad de que sea el momento más inoportuno y te quedaras embarazada?
Ailyne estalló en risas y se mordió el labio para tranquilizarse.
—Ninguna. No soy activa hasta que no haya escogido a mi pareja.
—¿Qué diantres quieres decir?
Ella se puso carmesí. Tiró de la manta y sonrió cabizbaja.
—No es motivo de preocupación. Lo tengo controlado.
—Ah. Bien. —Eran buenas noticias pero por alguna razón, desilusionantes. Celso ahuyentó el incomprensible sentimiento y se inclinó para despedirse con un beso—. Nunca debes atacar a un macho de ese modo. Te advertí sobre las consecuencias —la regañó.
Ailyne le sonrió y él frunció el ceño, pues le pareció la sonrisa de una gata satisfecha.
—Creo que estaba preocupada por ti —reconoció.
—No deberías. —Él la ayudó a bajar y le ofreció la ropa recogida del suelo—. Soy grande, malo y fuerte. Mira mi bíceps —rio, haciendo bailar los músculos.
—Sabes que no creo en la fuerza física. Y hay demasiados peligros aquí —Ailyne susurró, mirando alrededor como si buscara una amenaza escondida.
—Y tú sabes que insisto en encargarme de ese asunto. —Celso le sonrió—. ¿Has comido?
Ailyne hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Pero he preparado café.
—¿Cómo supiste encender el fuego? —inquirió Celso, mirándola suspicaz.
—Vi cómo lo hacías tú ayer. Me gusta aprender y probar lo que tú haces.
—¡Que Dios nos ayude! —él farfulló buscando una taza que llenó con el líquido oscuro.
—Debo avisarte… —Ailyne se carcajeó ante la mueca combinación de sorpresa y asco que Celso no tuvo tiempo de ocultar—. Quería decirte que no me salió igual que el tuyo —añadió entre hipos, mirando su espalda cuando salió para escupir algo que tenía gusto de barro rancio.
Celso vació la taza, pero al fondo seguían depositados sedimentos granulados que no querían despegarse.
—Bebé —dijo sonriendo—, normalmente usamos el polvo que llamamos «café», no cemento.
—Te vi hacerlo —se excusó Ailyne—, pero no conocía las proporciones.
—No pasa nada. Te contaré el secreto.
Prepararon juntos el café y algo para desayunar. Afuera el sol había subido, reinando sobre el azul del cielo, pero en el interior de la cabaña no conseguía entrar. Para escapar de la oscuridad deprimente del cuarto, sacaron una manta e improvisaron un picnic bajo la sombra de un abeto.
—Estás tranquilo —comentó Ailyne estudiando su rostro. Conocía muy bien sus estados de ánimo y no recordaba haberlo visto tan complacido—. ¿Encontraste a tu amigo?
—Sí. Nos ayudará —respondió Celso con una confianza que no sabía que tenía—. Esperaremos aquí hasta que nos traiga un mapa y nos dé las instrucciones. —No consideró necesario ponerla al corriente del resto de las novedades, de su papel en las negociaciones.
Ailyne se quedó en silencio y Celso se preguntó en qué estaría pensando.
—Doy un centavo por tus pensamientos.
—¿Por qué harías eso?
—Es una expresión. Quiere decir que me gustaría que los compartieras conmigo.
Ella le evitó la mirada, pero la necesidad de conocer la respuesta a sus preguntas fue más fuerte.
—¿Qué harás tú luego? ¿Qué pasará después de que yo me vaya?
Celso deseó haberse callado. Procuraba no llevar sus pensamientos tan lejos y de ninguna manera quería alarmarla.
—No te preocupes. Me las apañaré de alguna manera. Siempre caigo de pie —aseguró, esperando que fuese suficiente para apaciguarla y sabiendo que estaba mintiéndose solo.
—¿Alguna vez pensaste en ir a Reborn? —El silencio fue la respuesta. Celso se había quedado con los labios entreabiertos y la miraba perdido—. Creo que no habrá problemas considerando lo que hiciste por mí. Hablaré con mi padre y… —Ailyne se calló, pues él desvió la mirada alejándose de ella—. Está bien —suspiró y renunció—. ¿Cuánto tardará tu amigo?
Él se aclaró la garganta y se frotó las palmas en un gesto de satisfacción.
—No lo sé. Si no llega hoy, con certeza lo hará mañana. Mejor preparemos nuestro equipaje y disfrutemos del tiempo que nos queda.
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Editado: 27.09.2020