AquÍ No Hay Amor (dual)

32

Ailyne caminaba tan de prisa que había dejado atrás al dual. Tenía que volver, tenía que ver cómo estaba Celso. Al acercarse a la puerta empezó a correr y casi riñó al hombre para que se apresure con las llaves. Soltó un suspiro aliviado al verlo sentado en el borde de la cama, pero él no alzó la cabeza.

—¿Celso? —lo llamó. Dejó a un lado el equipo médico que había conseguido y se acuclilló delante—. ¿Estás bien? —Levantó los brazos para acariciarle, pero se quedó con las manos en el aire. No sabía dónde tocarlo sin hacerle daño. Su rostro era irreconocible. Cortes, moretones y arañazos cubrían cada centímetro de su piel. Los ojos se le llenaron de lágrimas y al final dejó caer las manos—. Conseguí un botiquín de primeros auxilios. Voy a limpiarte, ¿de acuerdo?

—No. Estoy bien.

Ailyne se mordió los labios.

—Ellos me prometieron que te pondrás bien —susurró, levantándose y empezando a sacar gasas y alcohol de la caja—. Dicen que tus heridas son superficiales. La verdad es que no estoy segura de recordar cómo se hace, no tuve ocasión de practicar —se excusó, hablando con rapidez—. Necesito que me guíes. No lo haré tan bien como tú. Pero te pondrás bien. Y luego, vamos a ir a Reborn. Obtuve… —se detuvo cuando Celso agarró su mano.

Miró sus nudillos ensangrentados y sintió lágrimas corriendo por sus mejillas, pero no se movió para secarlas.

—Ailyne, para ya —dijo él, el esfuerzo de hablar era evidente.

—Te daré un poco de agua. —Intentó alejarse, pero Celso no se lo permitió.

—¿Qué hiciste?

—¿Cómo?

—¿Qué les dijiste? ¿Qué te hicieron?

Ailyne soltó una carcajada nerviosa.

—Nada parecido a lo que te hicieron a ti. —No pudo soportar mirarlo. Lo que veía de sus ojos era un mar de sangre. Giró la cabeza y regresó al botiquín. Empezó a ordenar el contenido con manos temblorosas—. Me preguntaron por los términos de la negociación. No sé mucho y no creo que sea un secreto. Dudo que les haya contado algo nuevo. ¿Me permitirás curar tus heridas?

Celso asintió en silencio y ella empezó a hacerlo. Despacio, deteniéndose cada vez que él se sobresaltaba, logró después de mucho tiempo limpiar la sangre de su cara y su cuello. El malestar de su estómago empezó a disminuir cuando al finalizar entendió que, en efecto, las contusiones no eran permanentes. Quizá le quedaría una marca del corte de la ceja y esperaba que sus labios fueran a recuperar la hermosa forma de antes, pero las hinchazones y los moretones iban a desaparecer en un par de días.

—¿No estarías mejor si te cubres con la manta? —preguntó mirando su camiseta hecha jirones y el pantalón rasgado.

Celso negó con la cabeza, le atrapó las manos e intentó dejar un beso en sus dedos.

—Gracias.

—No me lo agradezcas. Por mi culpa pasó.

—Por mi culpa traicionaste Reborn —la contradijo él.

—No sabía que teníamos una competición.

Celso le abrazó la cintura y dejó caer la frente contra sus pechos. Ailyne se quedó con las manos en sus hombros, dibujando círculos con los dedos. Quería acariciarle el pelo, pero no se atrevía. Lo tenía sucio, lleno de polvo y manchas sangrientas, no sabía si su cabeza estaba bien. Se quedaron abrazados hasta que sus cuerpos se ablandaron por el calor del otro.

—Me gustaría poder besarte —susurró él.

Ailyne sonrió y se atrevió a rozarle la piel de una mejilla con los labios.

—¿Cómo está tu cabeza? Si estás pensando en besos en tu situación, no sé cómo entenderlo. O estás bien o muy mal.

—Estoy bien. Ellos… —Celso se detuvo y ella intervino impaciente.

—¿Qué hiciste para ganarte esto?

—¿Por qué supones que es culpa mía? —se quejó él ofendido.

—Porque empiezo a conocerte.

Celso contó un par de respiraciones antes de continuar con voz apagada.

—Yo era como ellos. Fui parte de grupo. Nosotros… sabemos cómo hacerlo. Si me hubieran querido muerto, estaría muerto. Desde hace mucho. Pero te necesitan y me usan para impresionarte.

—Vaya. Deberías haberles contado que me dejaste una impresión fuerte desde el principio. No hacía falta destrozarte.

La sonrisa se quedó en el interior de Celso, ya que no podía usar los labios. Se tendió en la cama y Ailyne se tumbó de un lado y lo atrajo entre sus esbeltos brazos, envolviéndole la cintura.

—Dicen que avisaron a mi padre y que esperan una respuesta.

—¿Eso es bueno?

—No lo sé, no creo que vaya a aceptar el chantaje. ¿Puedo pedirte un favor? —preguntó después de un momento de silencio.

—Cualquier cosa. Aunque dudo que ahora mismo y en este lugar pueda concedértelo.

—Oh, sí que puedes. —Ailyne sonrió—. Cuéntame una historia sobre el caballero de brillante armadura.

—¿Qué?

—Me dijiste que tiempo atrás existían caballeros que salvaban a las doncellas encontradas en apuros. Me gustaría escuchar una de esas historias.




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