Abraham sólo pudo detenerse cuando a pesar de la distancia escuchó un agudo llanto que parecía provenir del árbol que se desmoronaba lentamente en simples cenizas que se esparcían por el aire.
El dolor en su pecho seguía presente y era un duro recordatorio de que no debía haberse marchado, se volvió hacia atrás percatándose con desconcierto que del árbol brotaban como agua en una fuente una infinidad de siluetas de grandes aves negras que desplegaban sus alas conforme alzaban el vuelo siguiendo a la primera.
—Es hermoso, ¿no lo crees? —preguntó Bastian, quien había aparecido a su lado. Su apariencia era la misma de la primera vez que lo conoció sin embargo había una diferencia, sus ojos brillaban en un rojo intenso aunque no alcanzaba a descifrar las emociones que pasaban por ellos.
Abraham lo miró con desprecio e incredulidad.
—¿Qué hiciste? ¿Y mi familia?
—Tu familia está a salvo por ahora, pero irán perdiendo su esencia humana conforme se quemen todos los árboles, además yo no hice nada, tú fuiste la llave que abrió la jaula que nos encadenaba.
—¿Nos? ¿A quiénes?
Una sonrisa se dibujó en los labios de Bastian.
—A nosotros los Beldaedrodarks.
—No... no puede ser —Abraham sintió sus piernas decaer y se esforzó por permanecer de pie.
—Sí puede ser y todo es gracias a ti.
—¿Por qué me mentiste?
—No mentí, sólo alteré un poco la verdad, te dije que los guardianes limitaban nuestro poder y es verdad. Acompáñame, Abraham, te mostraré tu verdadero origen y de lo que eres capaz de hacer.
—¡Yo no soy como ustedes!
—Lo eres, todo esto ya estaba planeado desde antes de que nacieras, no puedes escapar de tu destino. Hay un gran ejército de Beldaedrodarks que está a tu disposición, ven con nosotros y toma el lugar que te pertenece.
Abraham sintió como si su corazón dejara de latir y apretó los puños con fuerza.
—¡Jamás me uniré a ustedes! ¡Antes muerto! —gritó con voz seca.
—Eso puede arreglarse —respondió Bastian.
Antes de que Abraham tuviera la oportunidad de decir algo sintió la presencia de un objeto helado penetrar la piel de su estómago, bajó la mirada y advirtió en que la mano de Bastian empuñaba una daga contra su abdomen, del cual emanaba un chorro de sangre que se impregnaba en su pijama azul.
Lo había apuñalado.
Volvió a alzar la mirada y vio que una sonrisa divertida asomaba en los labios de Bastian.
—Si no puedes manejar esto entonces lo haré yo —dijo él—, sólo serías un estorbo. Fue un placer conocerte y gracias por liberar a mi gente.
Los párpados de Abraham se cerraban con cada segundo que pasaba hasta finalmente no resistieron y cayó inconsciente una vez más.
Sólo que en esta ocasión no soñó con nada. Una oscura parálisis abundaba en su mente y estaba seguro de que nunca más despertaría.
No obstante, lo hizo.
Despertó inhalando una bocanada de oxígeno que llenó sus pulmones de aire fresco. Se quedó en blanco por unos minutos tratando de rememorar lo que había sucedido y los recuerdos llegaron a él como una ventisca recorriendo sus extremidades, un cielo oscuro se elevaba sobre sus ojos al igual que unas hermosas auroras verdes que brillaban con intensidad.
Estaba recostado sobre una suave superficie, se incorporó notando que lo cubría hasta la cintura una gruesa capa de nieve, por algún extraño motivo no sentía frío aun cuando únicamente llevaba puesto el uniforme de su equipo favorito de béisbol, lo que hacía aún más extraña esa situación.
Se levantó con cuidado mirando la gran huella que su cuerpo había marcado sobre la nieve. Alzó la mirada mirando su alrededor mientras se preguntaba dónde se hallaba y más importante, cómo había llegado ahí.
¿Acaso estaba muerto? Debía estarlo, no había manera en que hubiera sobrevivido a una herida tan grave como aquella. Pero todo se sentía tan real, Abraham creyó que quizá se trataba de una alucinación que su mente creaba estando tan cerca de la muerte.
Lo merecía, pensó, sin embargo le dolía la idea de no tener la oportunidad de enmendar las cosas.
Empezó a caminar, supuso que si realmente era una alucinación no debía desaprovecharla si estaba a punto de morir, sus pies se hundían en la nieve conforme andaba lo que volvía difícil hacerlo. No había nada por donde fuera que viera, sólo un gran desierto nevado. Estaba solo.
Siguió caminando, se detuvo cuando escuchó a lo lejos el aullido de una manada de lobos. Realmente extraño, ya que por más que mirara al horizonte no lograba ver de dónde provenía el llamado de los animales.
De pronto algo crujió bajo sus pies y al bajar la mirada observó que estaba de pie sobre una fina capa de hielo que se rompía con cada segundo que pasaba. Justo cuando creyó que caería sobre la helada agua parpadeó con fuerza y cuando volvió a abrir los ojos se percató de que ya no estaba en ese paisaje cubierto de nieve.
Ahora estaba en la costa de lo que parecía ser una isla en medio de la nada. Pisaba sobre la arena la cual brillaba reflejando el brillo de la luz del sol, las olas del mar frente a él eran limpias y cristalinas.
Abraham se preguntó en silencio si acaso las circunstancias podían ser aún más confusas.
Los pájaros que posaban en las ramas de las palmeras a sus costados emitían notas musicales de un piano y las hojas de las palmeras eran de color negro.
Se escuchó un chapoteo a la distancia y al girar la mirada Abraham advirtió que del mar emergía una figura alta y humanoide que se dirigía hacia él. Llevaba casco y traje de astronauta, sus pasos eran lentos, para cuando llegó a estar a un metro de él, y para mayor sorpresa de Abraham el sujeto levantó su casco mostrando así la cabeza de un delfín con su pico apuntando hacia arriba.
Abraham se quedó estupefacto, mirando con detenimiento a la criatura con cuerpo de hombre y cabeza de animal.
Editado: 18.01.2021