Arcadia

Segundo asalto

Creí haber observado una melena rubia bajando atropelladamente las escaleras. Creí, por una centésima de segundo, haber visualizado a Cecie entre aquel gentío que corría a resguardarse del inminente ataque.

Seguí inquieta la espalda de su figura hasta que en un momento se ladeó para girar a la derecha, dejando entrever su perfil izquierdo y confirmando que realmente se trataba de ella.

—¡Cecie!

No me escuchó, parecía estar concentrada en salir del castillo mientras esquivaba a la gente que se interponía en su camino, chocándose continuamente y con una expresión angustiosa.

Mi corazón latía demasiado rápido, mi boca se había secado y mis labios formaban una enorme sonrisa de lado a lado. Quería llorar de felicidad.

—¡Cecie, Cecie!— repetí. Bajé los escalones de tres en tres ganando velocidad y colándome entre el gentío. Empujé, sudé y me abalancé a zancadas hasta el portón del castillo por donde se había dirigido ella. Nuevamente volví a exclamar su nombre, desesperada porque se voltease hacia mí. Ambas corríamos hacia la misma dirección y tenerla a escasos metros de mí sin siquiera poder alcanzar para abrazarla, me generaba demasiada impotencia.

Se detuvo en la plaza principal, donde la multitud comenzaba ya a disiparse para redireccionar sus pasos hacia el puerto o a la salida del reino. Lo que vi a continuación me confundió todavía más, incapaz de despegar mi mirada y preguntándome si mi vista se estaba volviendo más ineficiente a causa de la miopía.

Sobre el horizonte me pareció visualizar a Cecie estrechando un abrazo, lleno de entusiasmo, a Jara, Will y Cristian. Lloré, porque la emoción que sentía era demasiado grande como para retenerla. Me llevé las manos a la boca, estupefacta, y a pesar de desear con todas mis fuerzas lanzarme hacia él, me quedé inmóvil en el sitio.

Sentí como mis mejillas se teñían de un color rojo intenso y como mi mandíbula formaba una expresión de estupefacción. Me acerqué lentamente, indecisa, pero lo que comenzó siendo una caminata hacia ellos se convirtió más tarde en una carrera. Mis lágrimas hacían que mi vista se volviese todavía más difusa, pero escuchar finalmente sus voces me confirmó que realmente se trataban de ellos. Corrí con todas mis fuerzas hasta que finalmente Cecie y Jara gritaron mi nombre entre saltos.

—¡Es Tresa!

Sonreí tras haber logrado que se voltearan hacia mí. No me importó nada de lo que sucedía a mi alrededor, ni el fuego ni la batalla que se estaba librando. Mi mente se focalizó en mis dos amigas evadiendo cualquier otra distracción que no implicase su compañía.

El abrazo fue conmovedor. Ninguna de las tres dijo nada, pero aun así el apretón fue lo suficientemente fuerte como para reunir las palabras necesarias y transmitir todo lo sucedido hasta ahora. Para aliviar miedos, inquietudes y conmemorar dicha felicidad. Cecie fue la primera en preguntarme sobre mi bienestar y Jara en estrecharme de la cara preparada para regañarme:

—¡No vuelvas a marcharte sola!

Yo solo asentí entre sollozos y ellas, que trataban de contener sus lágrimas, fruncieron sus labios mientras sorbían su nariz. Y de un momento a otro, aún dentro de aquel devastador escenario y en una tierra salpicada por una guerra, comenzamos a reír. Sentía mi pecho más cálido que nunca y las inseguridades que parecieron mostrarse al principio, desaparecieron para reencarnarse en esperanza, claridad y poder.

—¿¡Seguro que te encuentras bien?!— me preguntó la rubia mirándome de arriba a abajo y desbordada de emoción. Yo solo asentí para volver a posar mis brazos sobre sus cuellos:

—¡Mejor que nunca!

—¡Tengo tantas preguntas!—saltó la morena—¡Así que más te vale contarnos todo lo sucedido hasta ahora!

Hice un pequeño puchero:

—¿Cómo habéis estado vosotras?

Ellas se miraron, al principio sin ninguna expresión, pero finalmente estallaron a carcajadas:

—¡Encerradas y sin poder ducharnos! ¡Dile a tu padre que trate mejor a las reclusas!

—¡¿Mi padre os retuvo en los calabozos?!

Cecie dio un codazo a Jara y supe de inmediato que su experiencia había sido de todo menos aburrida. Mi cara palideció y mi boca se volvió a abrir, pero esta vez sin emitir ningún sonido.

—¡Nos ha estado protegiendo, Tresa! ¡Créeme, mejor en Argag que en Elion o Seirin!

Observé cómo Jara iba a reprocharle hasta que otro golpe voló hacia su costado haciendo que se tragara sus palabras.

—Nada de esto hubiese pasado si no me hubiese marchado de La Ciudad Perdida.—susurré afligida—Lo siento mucho.—me tapé mis ojos intentando disimular mis lágrimas—¡Lo siento, yo no quería que nada os ocurriese a vosotras, porque es un asunto que me incumbe solamente a mí y no creí necesario que me acompañaseis!

—Hay caminos que debemos de encauzar solos y decisiones que no hacen falta tomar. Solo debes de saber que nosotras estaremos aquí para acompañarte siempre que sea necesario. Las pequeñas desesperanzas son las que nos convierten en adultos, y no hay nada más desgarrador que enfrentarse a aquello que depende de ti y de nadie más.

Jara, que había estado atenta a las palabras de Cecie, me alentó también, aunque hacia una dirección distinta:




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