C A P I T U L O 9
“Sensaciones"
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Hospital Psiquiátrico de Egon - 12:45 p.m.
Heather Brooks
Reparo el edificio más grande del pueblo de Egon, es un monumento en todo su esplendor, si no fuera el centro de rehabilitación y el manicomio de los lunáticos de todo el país. Siento una extraña sensación, no sé por qué, pero tengo un mal presentimiento de lo que me encuentre allá dentro, siempre he tenido que venir aqui a averiguar información, solo que hoy, es diferente.
Relájate, van a salir de esta.
Me digo a mi misma para mantener la calma. Segui llamando a las chicas, pero ninguna me responde, me estoy poniendo muy nerviosa con toda esta situación, es la primera vez que algo así nos altera de esta manera, bueno a decir verdad, que me altera de esta manera. Normalmente, siempre trato de tener todo bajo control para que mi padre no se angustie por los detalles, pero hoy, hoy fue al contrario, actuó como nunca antes lo había visto.
Como un padre…
No. No como un padre, sino como un líder.
La palabra “padre” jamás ha sido de mis favoritas de mi niñez.
Bajo del auto, entro al edificio gigante lleno de pintura blanca en todas sus paredes, las enfermeras pasan de aqui allá atendiendo a los pacientes que tienen en la cafetería o en las salas de recreación, me acerco a la recepción para hablar con el chico que está atendiendo a los civiles.
—Buenos días, ¿en qué podemos ayudarla? —su cordialidad me causa asco.
—Detective de Narcóticos —le muestro mi placa —, necesito hablar con el Dr. Richard Price, ¿se encuentra aqui?
—¿Tiene una cita? —pregunta, voleo los ojos.
—No, pero tengo una orden para arrestar a gente incompetente —sonrío con sarcasmo.
No le agrada mi actitud porque frunce ligeramente el ceño mostrando su molestia que me da igual en estos momentos.
—¿Y bien?
—¿Quién lo necesita?
—Heather Brooks —le digo mi nombre —. Y que sea rápido, no tengo todo el día.
—Espere aqui un segundo.
Resoplo con pesadez, necesito encontrarlas lo más rápido posible. Sigo a la espera del chiquillo que parecía tener unos veinte y tantos años, es guapo, pero muy lento para mi gusto. Viene de regreso a mi sitio, espero a que me de el sí o no.
—¿Y?
—Puede pasar, está disponible para usted —su sonrisa hipócrita me hace regocijarme ante él, algo que lo enfada.
—Gracias, guapo —digo antes de perderme entre los pasillos del hospital para llegar por mi cuenta a la oficina del aclamado Dr. Richard Price que para algunos parecerá el mejor doctor del país, pero yo sé que él lo ayudó a tener la fama que tiene.
¿Quién dijo que el dinero no compra la felicidad?
Entro a la oficina del filipino-estadounidense, quien está en su sillón de cuero fino leyendo unos expedientes. Sus rasgos filipinos se notan más a la distancia, es atractivo ante mis ojos, pero es demasiado ególatra para mi gusto.
—Supuse que vendrías —confiesa sin mirarme —, debí imaginar que el nuevo caso de los chicos desaparecidos de Egon High iba a estar en manos de una mujer tan... —me mira a los ojos —... Buena como usted, señorita Brooks.
—Para mí no es un gusto venir aqui a verlo, Dr. Price —suelto sin remordimientos.
—Debería, teniendo en cuenta las miles de cosas que podríamos tener en común —asegura —. Dígame, ¿qué la trae a mi hospital?
—Sé que conoce a mis hermanas, las estoy buscando —mi voz comenzó a parecer más como una ayuda —. ¿Sabe donde pueden estar ambas?
—¿Cómo lo sabría?
—Un informante aseguró que ellas habían estado aqui, además las escuchó hablando sobre que vendrían al hospital en la madrugada —le hago saber.
Su sonrisa se amplía, trata de sorprenderme, pero no lo logra.
—¿Estás preocupada por tus hermanas?
—¿Estuvieron aqui o no, Price?
Se deja de juegos, me escudriña con sus ojos oscuros.
—Sí, dejé todo a su merced para que hicieran lo que tuvieran que hacer aqui —confiesa —, no pude ayudarlas, que mal.
—¿Donde estabas a las tres de la madrugada? —sonríe con depravación, me mira de pies a cabeza.
—¿Acaso no lo recuerdas?
Mi confusión me nubla el cerebro al tratar de entender sus palabras. Se acerca hacia mí poco a poco, no entiendo lo que intenta hacer, preparo mi arma por si trata de tocarme un solo pelo.
—¿Recordar qué?
Su desconcierto lo hace parar de acercarse, vuelvo a tener oxígeno en mis pulmones, me muestra la puerta que hay en el lado derecho de la oficina. Lo que hay allí me deja sorprendida.