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C A P I T U L O 10

C A P I T U L O  10

"Menesteres"

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17 de Noviembre de 2021

Espiritu Libre - 9:00 a.m. 

Hannah Mitchels 

Jamás me habia sentido tan nerviosa en mi vida como ahora, mi cuerpo está a punto de desplomarse, necesito agua para volver a tener aquel valor que tenia cuando subia a un escenario, pero nadie me da lo que necesito. Si él estuviera aqui, estarían dispuestos a traerme lo que sea que quiera. 

La primera tonada del canto espiritual es interpretada por uno de los miembros de la fundación, los demas le siguen poco a poco, desde los graves hasta los agudos. Me toca la letra principal, observo el papel con las partituras y la letra de la cancion, respiro hondo, pero no soy capaz de poder leer nada. Mi visión se distorciona por completo dejándome gravemente desorientada y afligida. 

Tengo suerte de que esta solo es una práctica. 

Él acude a mi ayuda, me siento débil. Me apoyo en su cuerpo para evitar caerme frente a todos, ellos buscan la forma de ayudarme, pero no quiero nada de esta gentuza, prefiero irme a mi habitación y descansar un poco. 

—¿Te encuentras bien? —inquiere él. 

—Si, solo me mareé, es todo —intento obviar el hecho de que tuve un ataque de pánico en pleno ensayo. 

—Llevas asi unos días, ¿no quieres que te revise en el hospital? 

—No, no quiero volver a ese lugar —mi cuerpo tiembla de solo pensar en el hospital de nuevo. 

—¿Quieres que las llame? —niego —. ¿Que quieres Hannah?

¿Que quiero?, creo que la respuesta es mas que obvia, lo necesito ahora para volver a ser la misma chica segura de si misma, pero sabiendo que lo tiene a el por si alguien intenta matarme. En este instante, me siento desprotegida y como un blanco facil para ese troglodita que nos acaba de declarar la guerra. 

Declararle la guerra a los Williams, es el peor error que un idiota puede cometer. 

Es suicidio seguro. 

Lo miro por unos segundos, me levanto de la cama, me cambio de ropa frente a sus ojos que me penetran. Me llevo un par de cosas para el pequeño viaje que pienso hacer, les voy a informar a mis hermanas que solo me ausentaré por hoy.

Necesito ir alla y verlo, no puedo aguantar mucho tiempo antes de comenzar con todo esto y darle una linda leccion a ese hijo de perra de Lee. 

 —Iré a Mexico —su expresión cambia a uno de completa sorpresa. 

—¿Cuando volverás? 

—Solo... Estaré allá unas horas —me acerco a él —. Volveré en la mañana. 

—Espero que si, no puedo hacer todo esto yo solo —eso es algo obvio. 

Me voy sin decirle nada, salgo por la parte trasera de la fundación. Busco el auto, subo a este y me dirijo al cementerio donde seguramente ellas ya estan allí esperándome por el mensaje que les habia dejado antes de salir. 

Llego al lugar lleno de lápidas, bajo del vehiculo y me encamino hacia la lapida de nuestra madre. El único lugar donde podemos reunirnos sin que nadie sospeche porque dicen que el cementerio esta maldito asi que nadie se acerca aquí después de los entierros de los cadaveres. 

Observo la lápida de ella, tan vacío y sin nada como era ella, una perra en mi opinión. Una perra de la peor clase. 

—Tranquila mamá, estamos mejor sin ti, créeme —habla mi lado resentido, odio tener que recordar esas noches oscuras donde ella fue más que una zorra con nosotras. 

No la extraño, al contrario, deseaba que sufriera todo lo que nos hizo, pero esa decisión no fue mia. Fue la de mi padre. 

—¿Eso es lo que siempre has pensado? 

—Dudo mucho que mis hermanas no piensen lo mismo que yo —le digo. 

—Hannah, tu madre... 

—Melissa era una perra, papá —lo interrumpo alegando con rabia —. Acéptalo, ella nunca nos quiso. 

—Ella las amaba. 

—Entonces, ¿por qué la mataste? —mi pregunta lo sorprende. 

Hablar de ella me altera al punto de insultar a mi propio padre, el único que nos ha querido proteger de todo el mal que hay en el mundo, incluyendo la familia Williams, pero fue inevitable cuando cumplimos los 10 años, nosotras queríamos ser parte de la familia y ser reconocidas como las hijas de un Williams, tenemos sus genes y sus costumbres. Nosotras elegimos ser parte de esto y mi padre no tiene la culpa de eso. 

—Perdóname —le digo resignada por haberle hablado en ese tono. 

—Te perdono —me abraza. 

Escuchamos unos pasos que se acercaban, pude ver de quienes se trataban. 

—¿Nos perdimos de algo? —pregunta Michelle con indiscreción. 

Mi padre y yo nos separamos del abrazo actuando natural. 

—Solo estaba hablando con papá. 

—Bien, ¿qué era eso tan urgente que querías decirnos?




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