Archivos Inconscientes

Primera parte (diez relatos)

 

LA CAJA

Ya estoy cerca de casa, el día ha sido terrible. Me empujaron dos veces, me tiraron el bocadillo de comida roja a una papelera. Mamá me reñirá. No sé por qué me llaman extraterrestre. Yo intento no molestar a nadie, como mamá me dice que haga, pero ellos no hacen lo mismo conmigo. Pero no estoy triste, hoy por fin es el Día "D", el día en que puedo llevar a cabo mi plan. Eso me anima un poquito.

Mi casa está en los límites del pueblo, es fácil encontrarla, porque aparece cuando ya no ves más casas a los lados de la carretera. Tiene muchos colores, eso me gusta, pero también tiene muchas grietas, eso no me gusta. Tengo que darle dos fuertes empujones a la verja que chirría.

Voy con cuidado para no tirar ninguno de los perros de porcelana que tenemos en el jardín, tenemos muchos, casi hay más perros que jardín. Mamá compró alguno nuevo hace poco. Dice que protegen la casa. Yo le digo que se nota que son de mentira. Ella me dice que en los tiempos que corren todo el mundo tiene la vista quemada de los ordenadores y eso. Que para asustar a los ladrones con dioptrías es suficiente. Mamá no quiere comprarse un perro de verdad, a mamá no le gustan las mascotas. A mamá no le gustan mucho las cosas vivas.

Llamo al timbre, mamá me abre casi al instante, a veces creo que se queda esperándome en la puerta. Le doy un beso, ella me da otro y me pregunta que tal el día, mientras me hace dar una vuelta entera para mirar si me he manchado la ropa, luego me abre la boca.

— ¿Te ha entrado algo en la boca? —me pregunta, yo le digo que no—. ¿Ni un parásito ni nada? —otra vez un no—. ¿No te dormirías en la hierba?, sabes que pueden entrar cuando estas dormido —lo niego todo y le digo que las tenías no son tan listas, que lo había visto en la enciclopedia.

Ella resopla, y me manda subir a cambiarme de ropa y a bañarme. Subo al segundo piso, juego al desfile de la rana con el crujido de los tablones. Echo una mirada a la puerta negra, la misteriosa puerta, me viene un repelús "Esta noche, esta noche es mi oportunidad" y con un revoltijo en la tripa sigo andando.

Mientras estoy en la bañera, mamá viene a dejarme ropa limpia. Me mira y me sonríe, Mamá es muy blanca, muy blanca, su pelo también lo es, y sus ojos. Es alta y muy guapa, es como una princesa de las cumbres. Siempre va vestida del cuello al suelo, siempre de azul, o de morado, de rojo, no, nunca de rojo. Mamá no lleva pulseras ni collares como otras mamás, del cuello solo le cuelga ese llavero, Yo lo miro y me muerdo un labio, en el hay tres llaves, oxidadas y de distintos tamaños. Sigo mirándolas hasta que mamá sale del cuarto. "Espera, paciencia", me digo, "esta noche, paciencia".

Cuando bajo ya ha encendido el fuego. Nosotros no miramos el televisor, por lo de las dioptrías y eso. Miramos el fuego. Le cuento a mamá lo del bocadillo, a poco más y se le cae la olla que trae. Coge aire varias veces. "Tirar la comida de esa manera", dice, "y dejarte a ti sin comer". Mamá piensa que ahora a los niños se les deja hacer lo que quieren.

Ya no me acordaba, pensé que era martes, pero es miércoles. Así que hoy no toca comida marrón, sino comida verde. Mamá ha rehogado todo lo verde de la despensa, dice que así las vitaminas entran con más fuerza en el organismo, porque van todas juntas, en un ejército. Como muy deprisa los trozos de broccoli, pimiento y manzana. Decido pasar por el mal trago rápido. Después de la cena, viene la hora de jugar, y por la noche me espera lo más emocionante de todo.

Recogemos la mesa a un lado como siempre y sacamos los butacones, estamos mirando el fuego, cuando mamá de repente me guiña un ojo divertida y saca uno de los bolígrafos del lapicero de la mesilla. Empieza a dar unos cuantos clicks sacando y metiendo la punta del bolígrafo. Yo sé lo que eso significa. Cojo mi bolígrafo preferido, uno ovalado, gordo, de propaganda de un banco, tiene el botón más mullido, mamá no se sabe ese truco.

Fue una carrera de clicks, de las mejores que hemos tenido, mamá hizo doscientos dieciséis en un minuto y medio, yo casi doscientos treinta. El dedo me da calambres, me siento triunfante. Escuchamos unos vinilos antiguos de los que les gusta a mamá, a mí también, aunque no los entiendo; es gente que canta y habla a la vez parece poesía, pero alguien toca música de fondo.

Mamá se pone en pie y me sube arriba, me manda al cuarto de baño a lavarme los dientes. La competición me había hecho olvidar mi plan. Sé a dónde va mamá ahora mientras yo estoy preparándome para dormir, no tarda más que unos minutos, pero lo hace todas las noches. Escucho el ruido sutil de la cerradura al final del pasillo. Con la pasta de dientes en la boca me acerco con sigilo a la habitación de la puerta negra. Mamá no me debe ver o me reñirá.

La puerta negra está abierta, esta da a una habitación, en la habitación solo hay un armario y en el armario una caja. Pero nadie puede entrar en esa habitación abrir ese armario y mirar en la caja, nadie que no tenga las tres llaves. Yo puedo ver de lejos, como mamá coge esa cajita metálica y la abre casi como si le fuera a dar un ataque al corazón, la veo suspirar y reírse, conteniendo una gran emoción. La cierra casi de inmediato para meterla de nuevo en el armario.



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En el texto hay: fantasia, surrealismo, relatos cortos

Editado: 04.04.2019

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