Ares, mundo salvaje

CAPITULO TRES, REPRESALIAS

15

La reina Lilith estaba con Astur en sus aposentos en pleno acto sexual cuando un soldado real de su tropa de lilims, hijos directos de ella, los interrumpió con fuertes golpes en las puertas de la habitación. Luego de unos segundos la reina desvió la mirada hacia la puerta con gesto adusto, y mientras se calzaba una bata larga de pana roja, volvió la mirada a su segundo al mando y amante Astur, como para cederle el gusto de contestar al inoportuno. Astur dio una pícara mirada al curvilíneo cuerpo de la reina. Sus grandes pechos contrastaban con una pequeña espalda y una cintura aún más pequeña. Las piernas nacían desde una exuberante cadera y terminaban en pequeños pies de princesa. El cabello rojo anaranjado como el fuego de una hoguera de leños, era largo, lacio y sedoso. Algunos mechones se habían juntado en pequeñas matas de rojo fuego, por la humedad y transpiración que le había generado la desenfrenaba pasión que se había apoderado de ella mientras estaba con su hombre, en la cama real.

Astur recorrió con su mirada el rostro pálido de grandes ojos grises de la reina, y sintió más ganas de matar al lacayo impertinente, que de atenderlo cortés y políticamente correcto. La reina se sentó al borde de la enorme cama redonda, de dos metros de diámetro, y cruzó las piernas en franco gesto de protesta. Astur se esforzó por sacar la vista de su majestad y se puso el pantalón del uniforme real, dejando descubierto su fuerte y musculoso torso marcado con restos de sudor aún que le daban un brillo especial a su piel trigueña, se aproximó a la puerta para atender al inoportuno que esperaba al otro lado. Más vale que sea importante, pensó inquieto mientras abría la puerta.

La reina siguió a Astur con la mirada clavada en el duro torso del jefe real, sin darse cuenta que se mordía el labio inferior y emitía un suave suspiro mientras lo observaba. Cualquiera diría que una mujer tan hermosa como Lilith, en su forma humana claro, no podía ser tan malvada, perversa y tirana, como en realidad sí lo era.

Tras la puerta Astur se encontró con un rostro pálido de gesto serio y ojos brillantes. Era Andreus Calixio, el guardia lilim de la custodia personal de la reina.

—Señor, majestad, disculpe usted la interrupción —dijo firme y serio con un pequeño movimiento de cabeza respetuoso hacia cada uno de los soberanos—. En la entrada del palacio hay un mensajero marginal, junto a un centauro, que dice traer un comunicado directo del rey de Lycanthrópolis.

—¡Eh! —gritó la reina poniendo los ojos en blanco sin dejar contestar a Astur— ¡Que quiere ese infecto lobo ahora! ¿Desde cuándo se atreve a enviarle mensajes a la reina más poderosa de Ares?

—¡Que pase! —gritó Astur sobreponiendo su orden al alto tono empleado por la reina, antes de que el vampiro llegara a contestar siquiera.

—¡Si Señor! —anunció el lilim y se retiró inmediatamente en busca del mensajero y su extraño acompañante.

Unos minutos después, un pálido y flaco vampiro marginal, acompañado de un centauro que Astur reconoció al instante, entregaba el comunicado en mano al jefe de los soldados reales. Astur indicó Andreus que se marchara. Luego sopeso el sobre de un lado u otro y despachó también al mensajero y a su acompañante con un gesto despectivo de su mano, como si empujara tierra imaginaria con sus dedos en el aire. El marginal comenzó su retirada sin mediar palabra y con la cabeza gacha, pero Kirón lo frenó en el acto e interrumpió el gesto de desprecio que Astur hacía con la mano.

—¡Un momento señor! —dijo Kirón de forma más que impertinente— No podemos marcharnos aún, el rey Níctimo espera una respuesta a su misiva y no me iré de aquí sin una réplica de la reina.

Astur miró a Kirón como si fuera a matarlo en ese preciso instante. Kirón lo conocía muy bien y se quedó en su postura impertinente, rígida, esperando su reacción.

Lilith se había alejado hacia un ventanal de su enorme habitación que ocupaba casi toda una pared al fondo de esta, a unos diez o doce metros de la puerta; no escuchó, ni quería escuchar, la conversación que se daba entre sus lacayos. Le parecía muy curioso recibir una carta de su enemigo íntimo, por lo que dejaría que su segundo se ocupara de las nimiedades políticas que a ella aburrían, para luego averiguar de qué se trataba esa peculiar misiva.

Con voz firme pero lo más baja que pudo a su vez, Astur se dirigió a Kirón:

—¡Pero qué impertinencia es esa, maldito centauro! —Astur se adelantó y se puso a un golpe de puño de Kirón— ¡¿Con quién te crees que estás hablando lacayo de los perros de Níctimo?!

Kirón se mantuvo firme en su posición, sabía que Astur no estaba interesado en provocar una pelea, su reina se pondría de malas no solo con ellos que no le molestaría matarlos allí mismo, sino que también se enojaría con él. Lilith era poderosa, tirana y sanguinaria, pero no era tonta, las cuestiones políticas le aburrían sobremanera pero sabía perfectamente que las razas de todo el planeta, dependían de ellas en una u otra forma.

—Pues estoy hablando con el mayor traidor del pueblo licántropo, por supuesto, que pelotas tienes para dirigirte con esa arrogancia hacia quien fuera tu benefactor cuando todos pedíamos tu cabeza…

—Maldito caballo irrespetuoso, te atreves a cuestionarme a mí, a mí, que salvé a tus perros dueños, incluido tu propio rey, de una vida de miserias, de esclavitud y de tiranías. Eres un maldit…



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En el texto hay: brujas, vampiro vs hombrelobo, batallas epicas divinidades

Editado: 31.01.2023

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