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El coronel Emirp mandó a llamar a Ptolomeo, debía informarle de la nefasta respuesta de Lilith y deberían decidir de forma urgente, acciones y medidas a tomar. Kirón fue a por él. Optimus se sentó en su escritorio de roble lustroso y sacó de uno de sus cajones inferiores una botella de Kiala semi añejada y se sirvió un buen trago. La poderosa gradación, casi del ochenta por ciento, hizo fuego en su esófago humano, pero lo sintió mucho más suave y delicado que la sensación que le había dejado la carta de la reina, releída por tercera vez.
Kirón volvió con Ptolomeo, el coronel ya había preparado dos vasos más de Kiala. El trago amargo que se venía pasaría mejor con un poco de alcohol.
—Buenas noches, teniente Ptolomeo, si es que esta noche tiene algo de bueno. Como notará en mi cara, no tengo buenas noticias para darle. Pero antes que nada, amigos —incluyo a Kirón en su gesto—, brindemos por… por la valentía y el coraje de nuestro rey, cualidades que necesitará en demasía para enfrentar esto.
El coronel alzó su vaso, Kirón y Ptolomeo lo siguieron. Brindaron en silencio, solo el tintinear de los vasos de cristal al chocar entre sí rasgó un pequeño trozo de ese mutismo sepulcral.
Luego del brindis, el coronel Optimus Emirp le contó a Ptolomeo, en detalle, cual había sido la respuesta de Lilith a la misiva enviada. Atónito, el teniente pidió leer nuevamente la carta. La tomó con una maniobra casi violenta de la mano del coronel y leyó. No había duda, lo que Optimus le había contado era la cruda realidad: la reina del infierno estaba declarándole la guerra a su rey y, en consecuencia, a su pueblo.
Encabezados por el coronel Optimus, decidieron que este delicado asunto debían hablarlo directamente con el rey Níctimo para decidir en conjunto las acciones a seguir.
El marginal fue apresado hasta decidir qué harían con él. Sería alimentado con sangre de cerdo de granja, la más parecida a la humana, y tratado como un prisionero normal. La única opción que le dejaron elegir fue la de no estar encadenado dentro del calabozo. Un poco sirvió el antecedente de su compañero asesinado en su propia celda, el marginal adujo que, de no haber estado atado su compañero al menos hubiera podido defenderse.
Al avanzar por los pasillos de las mazmorras, pasaron por delante de la celda de Uxmael, que hacía nueve días ya que estaba encerrado. El marginal dibujó una sonrisa socarrona en su desgajada boca al pasar por delante del licántropo. Al ex teniente no le pasó desapercibida, lo miró con furia y se juró ajustar cuentas con el vampiro en cuanto tuviera una oportunidad. Una voz interior de pronto le retumbó en la cabeza, muy parecida a la de su hermano, y le dijo: no aprenderás nunca ¿no es así?
Kirón fue dejado a cargo del fuerte. Una vez acomodado el vampiro marginal en su celda, Ptolomeo y Optimus viajaron hacia los aposentos del rey Níctimo, unos cien kilómetros al sureste del fuerte, frente al Mar Interior, justo donde nace la cadena montañosa del polo sur ártico de Ares. Debían evaluar la próxima estrategia inmediata y era una cuestión que afectaba a todo el reino de Lycanthrópolis, por lo tanto el rey debía decidir y ordenar luego de ser informado de la respuesta.
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