El norte del bosque Ariantes se encontraba poblado de enormes árboles, los más antiguos tenían más de sesenta metros de altura. Sus hermosos troncos resplandecían ante la tenue luz que lograba atravesar las copas pobladas de hojas verdes. Era conocido a lo largo y ancho de todo el continente que la madera de estos árboles, conocida como Orianto, se caracteriza por ser flexible y ligera, además de resistente. Ya no quedaban muchos árboles de este tipo en el continente, la mayoría se ubicaba en la parte norte del bosque, y era celosamente protegido por Est Brum’a, la tribu de elfos del bosque que dirigía Lankin Est Brum’a. El resto del extenso bosque caducifolio se encontraba cubierto por árboles igual de antiguos pero con distintas propiedades que no eran, por lo menos para los elfos, consideradas tan valiosas. El bosque se extiende desde las tierras de los elfos blancos, Si-Gun, incluso dentro de su domo mágico; al oeste limitaba con las montañas Enderel, las tierras donde los enanos tenían sus ciudades, aunque ya hacía trescientos años que no se los veía en la superficie; en el sur, el bosque se acerca en tramos hacia el mar interior.
Los elfos del bosque, por lo menos los del bosque Ariantes, se caracterizaban por ser un pueblo orgulloso y valiente, pero así también justo. Habían perfeccionado el arte del combate a pie, y disponían de un ejército amplio: prácticamente todo elfo o elfa entre 45 y 450 años estaba reclutado para el ejército regular. Los niños eran los encargados de preparar las comidas comuniTarias y de la confección de las armaduras, siempre supervisados por adultos. No disponían de casas ni fortificaciones, vivían en la parte más alta de los árboles, donde nadie pudiera verlos; por lo que no había tareas hogareñas para que realizar más allá de la recolección. Con el paso de los años, habían desarrollado una dieta que consistía en lo que el bosque podía proveerles, esencialmente bayas, raíces y frutos varios. Solamente para los festines estaba permitida la caza de los animales, ya que para ellos, adoradores de los dioses de la naturaleza, éstos eran parte de ellos. Los elfos, ya fueran hombres y mujeres mayores de 450 años ocupaban las posiciones de consejeros, generales o miembros del concejo de ancianos. Únicamente aquellos con posibilidades de convertirse en líderes de la tribu eran entrenados a lo largo de toda su vida para el mando y en las artes del combate, el resto tenía una educación básica con oficios que beneficiaran a la tribu y eran, generalmente, hereditarios.
Pensado de este modo, pareciera que los elfos se encontraran siempre en guerra, pero no eran un pueblo belicoso. Hacía más de 150 años de la última guerra en la que participaron pero, a pesar de ello, siempre tenían alguna escaramuza con algún barco que venía en busca de madera, o con las intrusiones del reino Valandi en el sur.
Soren Est Brum’a se encontraba en la parte más alta del árbol más viejo de la costa norte. Frente a sus ojos el océano se abría paso a medida que la bruma matutina se disipaba ante el avanzar de aquella cálida mañana de primavera. Se encontraba admirando aquella interminable masa de agua cristalina, como todas las mañanas de sus cortos setenta y tres años de vida. La brisa le acariciaba con suavidad el rostro, haciendo que la punta de su cabello se moviera con una muy leve intensidad. Aquella mañana llevaba el cabello recogido en la parte de atrás con una colita formada por dos mechones que le salían de la frente. El pelo era lacio y de un color dorado rojizo, señal de que sus antecesores habían sido los líderes de la tribu. Aquella mañana, el parecido con su padre era abrumador; si su madre lo hubiera visto, se habría quedado sin palabras.
Soren era el joven heredero de la tribu Est Brum’a, primogénito de Lankin, el gran líder. Su madre había fallecido junto a su tío hacía sesenta y seis años, durante la incursión de algunos humanos que habían ingresado al bosque en búsqueda de madera. Eran un pequeño ejército, y su madre cayó en defensa de su tierra. Su padre había cuidado lo mejor que había podido de él, le había enseñado como ser un gran líder, al igual que a su hermano menor, de setenta años, Korguen. Los hermanos siempre se habían llevado bien pero, con el tiempo, la competencia entre ellos había aumentado. Soren había dominado el arte de la espada, pero su hermano el del arco; el primero era más fuerte, el segundo más ágil; uno era más rudo, el otro más diplomático… En fin, habían logrado convertirse en opuestos.
Soren se puso de pie en la rama para echar un último vistazo al océano antes de iniciar su día. Por los últimos veinte años, había añorado poder observar el mundo, conocer las demás razas, otras tierras, otras costumbres, pero esto le estaba prohibido. Él era el heredero de su padre, por lo que debía ser el guardián de las tradiciones, responsabilidad que le obligaba a permanecer seguro en el bosque, excepto en caso de guerra. En ese momento hubiese deseado ser su hermano, libre de las cargas del liderazgo. Sus ojos verdes se entrecerraron para ver la línea del horizonte con mayor nitidez. Luego, comenzó su descenso del árbol con movimientos ágiles, que mostraban la gracia de un elfo joven. Su metro ochenta y seis promediaba la altura de los elfos del bosque, los Ar-Gun, como se los conocía en su lengua.
Editado: 13.06.2019