Korguen y su padre habían salido rumbo al oeste una semana después de la partida de Soren. Habían partido con el resto de las fuerzas del ejército. Solo habían quedado un pequeño grupo de quinientos soldados y el resto de la población no apta para la batalla. La marcha era lenta pero constante, puesto que las fuerzas que marchaban con ellos eran en su mayoría tropas pesadas. Marchaban con ellos unos cinco mil lanceros y cuatro mil hombres-de-armas; junto con los pertrechos que servirían para alimentar a la totalidad del ejército. Por eso, la marcha se hacía mucho más lenta. Las tropas de Soren llegarían mucho más rápido, solo llevaban el equipamiento y provisiones necesarias para el viaje.
Korguen, a diferencia de su padre, prefería caminar con las tropas antes que montar a caballo. Ante las tropas, esto le ponía en una muy buena posición, aunque todos sabían que Soren sería el nuevo líder. Korguen era, a pesar de lo que todos pensaran de él, menos hábil que su hermano en cuanto al arte de la guerra, y las dotes de la diplomacia no eran necesarias en una comunidad donde, en la vida cotidiana, no existían conflictos mayores. El sistema comunitario de los Ar-Gun, con todos sus derechos, deberes y obligaciones, se encontraba ya tan internalizado, que todos aceptaban su lugar sin mayores problemas, por lo que una lengua experimentada carecía de importancia.
Para Soren, esa habilidad de su hermano nunca había supuesto un problema, pero para Lankin, la situación era la contraria. Korguen sabía que su padre le temía, había intentado ocultarlo, pero él lo había notado siempre, incluso desde que eran pequeños. Korguen intentó buscar ser mejor que su hermano en todo, pero cuando vio que eso no era posible, intentó serlo en otro conjunto de habilidades completamente distintas. Físicamente, no había grandes diferencias, ambos eran altos y esbeltos, ágiles y hábiles con las armas, aunque Korguen había destacado como arquero, por lo que se sumaba a las fuerzas de élite del ejército Ar-Gun.
Si bien Soren era un gran líder y conocía de historia y tácticas militares, Korguen había sabido ganarse la admiración de una gran parte del ejército, algo que solo fue posible gracias a su posición relegada de segundo hijo, aquél que nunca gobernaría, pero que había sido entrenado por los mejores. Los hombres le admiraban, eso era verdad, pero no le seguirían en caso de querer usurpar el liderazgo, y eso también lo sabía. A pesar de desear convertirse en jefe, Korguen no deseaba asesinar a Soren ni a su padre, no les odiaba, solamente les envidiaba. Deseaba ser admirado, venerado, querido… la primera la había conseguido, la segunda y la tercera se escapaban de sus manos.
Desde la partida de Soren, Lankin había estado buscando oportunidades para hablar con él, pero Korguen había aprendido a evadirlo. Sabía que su padre intentaría acercarse, en el fondo sabía que le quería, pero eso no borraba la preferencia que tenía hacia uno de sus hijos. Korguen, a pesar de que esa situación le había causado mucho dolor e ira a lo largo de su vida, había aprendido, en algunas ocasiones mejor que en otras, a desentenderse del “cariño” de su padre. Estos últimos meses, y sobre todo luego de que dejara marchar a Soren con los enanos por primera vez, Korguen había decidido cortar relación con su padre y hermano, obedecería lo que tuviera que obedecer, pero por lo demás, él ya no los consideraría familia.
Por ello, prefirió marchar a pie todo el camino. Hacía ya dieciocho días de su partida, casi un mes desde que se había despedido de su hermano. Se encontraban ya cerca del límite con Rhondia. Según habían acordado, Soren conseguiría permiso para poder pasar por la fortaleza del Lucero del Norte, para evitar así el paso por las montañas, mucho más largo y peligroso.
Las marchas, largas y tediosas, hacían interminables los días, con lo que el aburrimiento era moneda corriente entre los elfos, acostumbrados a tener tiempo ocioso disponible para disfrutar de la naturaleza y las amistades. Había pasado demasiado tiempo desde la última guerra en la que habían participado y, además, era una guerra lejos de sus dominios, en una tierra sin bosques, por lo que muchos Ar-Gun no se encontraban del todo dispuestos a tomarla como propia. Korguen se sentía de igual manera, y sin otra intención que expresar su descontento, había sembrado una pequeña semilla de duda entre las tropas de su padre.
Aquel día había pasado sin mayores sobresaltos, según lo que habían planeado, llegarían al fuerte rhondo dentro de tres días más de viaje. Los Ar-Gun habían optado por no acercarse al terreno de Valandi, para evitar ser vistos, y evitar declaraciones innecesarias de guerra.
Esa noche, Korguen se encontraba durmiendo junto con un puñado de sus hombres en la copa de un árbol, cuando los despertó el leve temblor del árbol. Todos descendieron al unísono, y se encontraron colocándose en formación de batalla. La compañía que lideraba Korguen era una selección propia de entre los arqueros del ejército, eran su guardia personal. Rápidamente, se pusieron en posición, con sus arcos listos para disparar. Una voz surgió de entre las sombras.
Editado: 13.06.2019