Después de que esas voces estruendosas rellenaran toda la cámara, invadió un silencio absoluto, las gotas de sangre derramadas caían por los filos de las mesas, las guarniciones de aquellas sillas cambiaban de color y el olor a hierro era más dominante.
Unos sentados y otros de pie; eran las primeras reacciones que encadenaban los peores deseos que podría tener uno de otro, las caretas se habían esfumado y los antiguos rencores emergían desde el fondo de los corazones.
Elis, la reina de Stova, fue la primera en encabezar las primeras señales de un interrogatorio. Con una mirada fría que bordaban perfectamente sus ojos de color rojo el cual podrían incinerar el asbesto, una piel tan pálida que podía reflejar los colores de un lirio del valle, era tan delicada como la porcelana más fina y su rostro en forma de corazón combinaba perfectamente con su cabellera de color rojo caoba.
-¡Fue el reino de Tártaros! - Señalaba con una determinación, como si lo hubiera sabido desde el principio.
- Hoy, no es un buen día para hacer bromas, Elis. - replicó Natania.
- No es una broma, la tragedia de tu esposo aún sigue perenne en ti, puedo sentir la oscuridad que emana tu ser, me produce náuseas. - mientras dirigía su mano hacia la nariz en un gesto de asco.
-¡Maldita Elfa!, esta ofensa la pagarás con tu vida. - Gritaba Natania con un tono ofuscado.
Rápidamente se acercó con una intención asesina hacia su objetivo, sus ojos estaban puestos al cuello de Elis, no había nada más para ella. Pero esto no sería tan fácil, en cuestión de segundos fue detenida por el arbiter de Stova, Yves Willebrand, con un viejo bastón de roble.
-¡Oh, Natania!, ¿Esta es la forma en que saludan en el reino de Tártaros?, sigues siendo tan veloz e impulsiva, este viejo ya no puede seguir tus pasos como antes. - Alzó la cabeza como un león orgulloso imponiendo respeto - Me disculpo de antemano por lo que estoy a punto de hacer, pero no puedo dejar que le falte el respeto a mi reina. - sostuvo Yves mientras su bastón empezaba a resplandecer de un color dorado tan puro que podría dejar ciego a cualquiera.
-¡Alto ahí, Yves! - vociferó Oudart Odet, director de defensa de Tártaros, apuntando por la espalda de Yves.
-¡Bien, vamos a calmarnos, por favor! - comentó Lerión, rey de Antor, mientras repelía con sus manos las inquietantes armas. A pesar de su usual calma, su ceño fruncido reflejaba preocupación y determinación. Sus ojos azules, que solían transmitir tranquilidad como el mar en calma, ahora mostraban un destello de resolución y valentía. Su cabello oscuro, recortado con precisión, enmarcaba un rostro de facciones masculinas pronunciadas, realzando su atractivo innato.
La piel de Lerión, de tono arena, parecía firme y determinada a pesar de las adversidades. Su rostro en forma de diamante acentuaba su virilidad y le confería una apariencia imponente. No saquemos conclusiones tan apresuradamente, primero deberíamos investigar. Por qué pasó esto. - Inmediatamente pronunció -¡Saragon!, reúnete con los demás arbiters y directores de defensa, las huellas siguen frescas. Deberíamos encontrar algo.
-¡Nadie saldrá de acá, hasta que termine las investigaciones! - concluyó Lerión.
Saragon inclinó la cabeza en un gesto afirmativo mientras se reunía con las diversas personalidades que se habían congregado. Ninguno de los demás reyes se atrevió a objetar o desafiar su decisión. Algunos aún estaban en estado de shock, mientras que otros optaron por el silencio, evitando levantar sospechas. En esta ocasión, tanto Thornum como Keria habían evitado cualquier conflicto, una circunstancia que resultaba ciertamente intrigante. Cada monarca regresó a sus aposentos, escoltado por sus propias fuerzas, mientras el aire quedaba cargado de secretos y precauciones.
En los aposentos del reino de Indra, se encontraba Reguluz encorvado, con la mirada perdida entre sus pies. Sabía que esto desencadenaría una gran guerra al descubrir al culpable. Así que lo único que pensaba era en su familia y su pueblo. Se preguntaba en qué sentido debería actuar ahora, siendo el más joven de los monarcas aún no había encontrado el camino o la respuesta correcta. Desde la cama, observó como los rayos incidían sobre un pulcro escritorio que combinaba perfectamente con las arañas del roble viejo que golpeaban las ventanas del recinto. En ese instante, con una cara muy expresiva que demostraba el surgimiento de una idea, se levantó y se sentó en ese escritorio tallado de madera de pino, mientras cogía la pluma en esas hojas blancas empezó a escribir algo.
Un lapso de tiempo después, se dio la alerta para que los reyes regresaran a la cámara de los susurros. Las investigaciones habían concluido, por lo que cada uno se sentó nuevamente en aquellos asientos que habían presenciado una de las peores tragedias de esa era. Aún los cuerpos yacían en sus lugares, aparentando no haber sido tocados, ya que se había actuado con suma delicadeza para poder examinarlos rápidamente.
La calma había vuelto al recinto, todos estaban con pensamientos e ideas más claras, mientras Lerion de muestra su resolución ante todos tomando la iniciativa de hablar:
-¡Los veo con buena cara!, me gusta esa actitud - expresó mientras se lanzaba una carcajada -. El semblante de algunos cambió rápidamente, pensaban que se estaba burlando de ellos, pero solamente era su personalidad. Vaya vaya, no lo tomen personal era una broma. - concluyó Lerion.
-¿Crees que es buen momento?, estamos contra el reloj buscando un asesino o una traición- opinó Klazius, el rey de Thornum.
- Es cierto, Lerion, no hace falta que lo hagas más tedioso para todos - sostuvo Elizabeth con autoridad, su voz resonando en la cámara real.
Como la ilustre reina de Vitalis, un reino cuyo nombre resonaba en todas las esferas medicinales, sostenía su cabeza con un gesto que exudaba elegancia y cansancio a la vez. Su cabello, una cascada de rizos porosos y de tacto seco, fluía en un tono marrón terroso que armonizaba a la perfección con sus ojos cálidos, como el dulce matiz de la miel.
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Editado: 23.08.2023