Me es muy difícil decirle al señor del taxi que se detenga en casa de Anastasia, más de lo que creí, pensé que nunca regresaría aquí y a través de la ventana del auto miro la fachada de la casa y viene a mi mente el primer día.
Te va a gustar estar aquí, es un pueblo pequeño pero muy bonito. No extrañarás el ruido de la ciudad.
Le pago al señor y me bajo del coche con el corazón latiendo tan rápido, puedo escucharlo. Han pintado la fachada, y además cambiaron la puerta de diseño y de color blanco, fuera de eso podría jurar que fue ayer cuando salí de esa casa, sin saber que sería la última vez y no regresaría en mucho tiempo. El taxi se marcha y deja clara la vista en donde Hannah fue arrollada, y lo veo y lo siento y en cada paso que doy tengo un recuerdo más.
¡Una ambulancia!
¡Emma, una maldita ambulancia!
Aprieto los ojos con mucha fuerza, la desesperación de Ariel me llega tan dentro, como si estuviera pasando otra vez. Paso por la cochera y miro a ese par de locos que intentaban lavar un auto pero que terminaron empapándose y jugando.
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, tuvimos una gran cercanía aquel día y, si no hubiera sido por Jackie, Ariel me hubiera besado sin importarle que estuviéramos en este patio y cualquiera pudiera vernos. Tengo que continuar, le prometí a Ana que estaría aquí. Toco el timbre sin presionarlo, aun no estoy segura si deba hacer esto, si debo presionarlo y arriesgarme a que sea Ariel quien me abra. Tengo tanto miedo de que sea él... no puedo hacerlo, esto es demasiado. Me doy la vuelta y voy casi corriendo a la salida, pero me detienen diciendo mi nombre detrás de mí, no tengo más remedio que detenerme.
—¡Emma, espera! —volteo y le sonrío, y juro que es la sonrisa más falsa que he dado en mucho tiempo. Me alcanza y me da un abrazo—. ¿Ibas a irte? Te esperaba para desayunar.
—No, no, es solo que olvidé algo importante en la habitación del hotel y pensé en regresar después.
Hay una mujer que la acompaña, de cabellera rubia, estatura promedio y muy guapa. Me sonríe con su perfecta dentadura y me viene alguien a la mente muy parecida. Se acerca a Anastasia y le agarra el hombro, ésta la mira como si fuera la octava maravilla y después vuelve los ojos hacia mí.
—Te presento a Ella, es nuestra vecina. Tiene algunos años que se mudó.
—Vine a traer una tarta, a Ari le encantan mis tartas.
¿A Ari? Quisiera saber quién es ella en la vida de Ariel para llamarlo con tanto dulzor.
—Yo soy Emma, encantada de conocerte.
¡Mentira!
—¡La famosa Emma! ¿No estabas desaparecida? Bueno, eso no importa si ya estás aquí.
Quizá para tu mala suerte, sí, estoy aquí.
No sé por qué, pero ya siento que me desagrada. Si es que tiene algo que ver con Ariel no le veo mucho futuro. Estoy segura que no es el tipo de chica que a él le gustan.
—No sabía que era famosa, y no, no estaba desaparecida.
—El punto es que me hablaron mucho de ti, me da gusto que estés de vuelta —da media vuelta y se despide de mi tía—. Me voy Anita, por favor, avísame cuando Ari esté de regreso.
¿Anita? ¿Qué le pasa a esta mujer? ¿Vomita arcoíris? ¿Por qué tiene que hablar con voz chillona y decir todo en diminutivo? Detesto la gente que es así, tan empalagosas. En cuanto se va pongo los ojos en blanco y regreso a mis ganas de querer salir huyendo de aquí.
—Vamos adentro, preparé algo rico para desayunar pensando en que vendrías. Lo prometiste.
Prácticamente me lleva arrastrando hacia adentro, siento como si estuviera aproximándome al matadero, sin encontrar un pretexto o fuerza para zafarme de esto. ¿Como le digo que no quiero entrar? El camino hacia la puerta de repente se convierte en el camino más corto y no tengo argumentos. Simplemente me zafo de su agarre y retrocedo lo más que puedo, me mira confundida y viene por mí.
—No puedo lo lamento, pero no puedo entrar.
Frunce los labios y me agarra del hombro, con eso puedo entender que comprende por qué no quiero hacerlo. Han pasado cinco años, pero es la primera vez después de ese suceso que cambió nuestras vidas que estoy aquí, y es tan doloroso. Simplemente no lo puedo evitar. Es como si este miedo que tengo, por ahora es lo único que me hace recordar que estoy viva.
—Ayer dijiste algo muy cierto, dijiste que los recuerdos son muy dolorosos. Pero también hay recuerdos buenos. Sé que mi hija ya no está y me costó mucho asimilarlo, pero me aferro a los buenos recuerdos con ella que son tantos. Son esos recuerdos los que me hacen levantarme todos los días y seguir sintiendo a mi hija junto a mí.
Mis ojos se llenan de lágrimas y me siento peor por no poderle decir toda la verdad, por no tener el valor de decirle que fui yo la que ocasionó el accidente de la hija que tanto amaba. Tengo que calmarme, lo sé, pero es tan difícil. Todo me recuerda ese día.
—Por favor, vamos adentro.
Me agarra del brazo y me lleva de nuevo hacia la puerta, no puedo negarme más. Está empeñada en que entre a su casa y de repente todo el ruido de afuera desaparece al cerrar la puerta, y también lo que ella me está diciendo. Miro hacia las escaleras y la veo a ella, bajando a prisa para recibirme con tanta emoción.
Editado: 09.07.2023