Axel
Esto no era lo que tenía intención de hacer. Quería hablar con ella y convencerla para que hablara conmigo. Conseguir que Helena me sonriera y confiara en mí como lo hacía antes de que arruinara todo por ser un cobarde. Pero entonces me hizo pensar en otra persona tocándola. Alguien más sabiendo lo
increíble que se sentía el estar dentro de ella y sabiendo que él era quien la haría gritar. Joder, no. No podía permitirme pensar en eso. Si ella pensó en dormir con alguien más, necesitaba asegurarme de que recordara lo que había entre nosotros.
No la perdería. No otra vez.
Su sabor y su olor me hicieron olvidar todo lo que me rodeaba. Casi olvidando que su hermano se encontraba en la maldita habitación. Los pequeños ruidos escapaban de detrás de la mano que sostenía con tanta fuerza sobre su boca.
No pude evitar sonreír. Era tan malditamente adorable.
Llevarla a un orgasmo de esta manera la haría retirar su mano, agarrar mi pelo y gritar. Sabía eso. Así que tanto como lo quería, eso no sucedería. Necesitaba tener mi boca lo suficientemente cerca para ahogar sus gritos cuando ella terminara.
Con un pequeño beso en su piel sensible, me eché hacia atrás, causando que me alcanzara y me jalara de regreso. Me encantó ver a la correcta, dulce Helena volverse sexualmente exigente. Estaba caliente como el infierno.
—Shhh…Voy a hacer que te sienta bien,dulce chica.Solo espera —le prometí, estirándome por encima de su cabeza hacia el gabinete, sabiendo que encontraría condones en algún lugar cercano. Este era el avión de Slacker Demon,después de todo. La segunda puerta reveló una caja abierta, y agarre uno. Helena
me miró mientras me lo puse, entonces agarré sus caderas, deslizándola más cerca del borde del mostrador.
Sus ojos se abrieron y se encontraron con los míos mientras me acomodé en su interior. Era tan increíblemente apretado, quería hacer ruido. Mordí mi labio inferior mientras me hundía hasta el fondo. Era como un caliente y resbaladizo guante que me abrazaba perfectamente.
—Si te mueves voy a gritar —dijo, sin aliento.
Me agaché y cubrí su boca con la mía antes de deslizarme, retirándome y dejando que la exquisita sensación de ella enviara un hormigueo que recorrió mi columna vertebral. Helena gimió en mi boca cuando comencé a mover mi lengua en su boca con el mismo ritmo de nuestros cuerpos.
Helena arañó mi espalda y lo disfrute. Dejaría marcas que sentiría más tarde. Quería eso. Agarré un puñado de su cabello y dejé escapar un gemido en su boca mientras sus caderas comenzaron a encontrarme en cada embestida. Sus rodillas levantándose aún más alto hasta que cubrían mis costillas. Esa fue mi perdición. Me encontraba demasiado cerca y ella se sentía tan malditamente bien.
—Déjate ir —murmuré contra su boca antes de cubrirla otra vez para ahogar sus ruidos.
Con mis palabras, su estrecha calidez me apretó con tanta fuerza que lo perdí. El grito de Helena cuando alcancé mi liberación me hizo venirme aún más duro. Sintiendo su cuerpo sacudirse y temblar debajo del mío me hizo querer gritar. Esto era mío. ¿Cómo pensé que podía dejar ir esto?
Rompí el beso y enterré mi cabeza en su cuello mientras jadeaba por aire.
Sus uñas arañaron suavemente mi espalda una vez más, luego dejo escapar un suspiro largo y tembloroso. Sus piernas cayeron a mis lados y permanecí dentro de ella, renuente a abandonar su calor.
—No puedo creer que haya hecho esto —dijo en voz baja.
Yo tampoco, pero no iba a decirlo. No quería que ella se arrepintiera de esto.
—Eres increíble —respondí, levantando la cabeza para poder ver su rostro.
El rubor en sus mejillas y pecho solo destacó la mirada saciada en sus ojos.
—No soy así. Yo no hago esto —dijo.
Aquí venia la duda de si misma. Me levanté y tiré de ella contra mí. —Tú haces esto conmigo. Eso es todo lo que importa. Nos sentimos atraídos el uno al otro. Tenemos sentimientos uno por el otro. Esto está bien. No es como si yo fuera una aventura de una noche.
Helena pasó su mano por su pelo hecho un desastre y miró hacia mí.
—¿Estás seguro de que esto no me hace una puta? —La verdadera preocupación en sus ojos fue la única cosa que me impidió reír a carcajadas.
—Nena, eso solo lo he sido yo. Tu solo has estado conmigo. Dos veces. Eso no te convierte en una puta. Nunca. No lo pienses.
Helena se mordió el labio inferior mientras pensaba en mis palabras. Finalmente, suspiró.
—Esta bien.Supongo que tienes razón.Pero…no es como si estuviéramos en una relación, y yo solo…—Se detuvo y bajo la mirada hacia nosotros. Todavía estaba dentro de ella y pude ver esa realidad en su rostro cuando sus mejillas rosas se pusieron aún más rojas.
Salí con cuidado y gemí liberándome de su calidez. Helena me observaba con fascinación. Si no se detenía, iba a estar listo para empezar de nuevo en menos de cinco minutos. Estiré la mano, agarré un poco de papel higiénico y retiré el condón antes de volver a mirarla.
Ella aparto su atención de mi polla y luego sonrió con timidez.
—Olvidé lo que decía.
Un fuerte golpe en la puerta la hizo saltar y yo maldije.
—Pónganse su maldita ropa y salgan de ahí —ordenó Mase a gritos desde el otro lado de la puerta.
Mierda. A lo que no quería hacerle frente en este momento.
—Déjame hablar con él primero —dijo saltando del mostrador y alcanzando sus bragas. Su enojado hermano podría estar afuera, pero no iba a dejar que arruinara esto para mí.
Tomé las bragas de sus manos y me incliné para ponérselas. Una vez que las levanté y puse en su lugar hice lo mismo con sus vaqueros. Cooperó en silencio.
Cuando abroché su sujetador finalmente me permití mirarla. Llevaba suficiente ropa ahora para que pudiera concentrarme.
Había una ternura allí que no había visto antes. Quería tenerla aquí, encerrada lejos de todos los demás en este momento. Deslizó los brazos dentro de su camisa y la abotoné antes de colocar un beso en su mejilla.
Entonces rápidamente agarré mis vaqueros, los abroché y tiré la camisa sobre mi cabeza. Los dos nos deslizamos en nuestros zapatos. Pasé las manos por su pelo enredado hasta que se veía como si no hubiera sido completamente follada en el baño.
—Vamos —le dije y abrí la puerta para que pudiera salir.
—Tal vez tú deberías quedarte aquí —dijo en voz baja.
Negué con la cabeza. No le tenía miedo al vaquero.