¿Qué mejor manera de sorprender a tu futuro esposo que visitándolo en su trabajo?
Ahí me encontraba, esperándolo pacientemente en su nueva oficina. Estaba sentada en su silla detrás del escritorio. Me hacia sentir poderosa.
Desde niña, cada vez que visitaba a papá en su trabajo, solía sentarme en su silla y fingía que yo era la jefa de aquella enorme empresa. Él me seguía el juego y cumplía cada una de mis ordenes. Me hacia muy feliz.
Pero ahora, sentada en la silla de Dante, sentía una especie de poder que sinceramente, antes no había conocido. Quería que él entrase en la oficina y me viera, que notara que yo era quien mandaba allí realmente, que con tan solo una palabra mía el perdería todo aquella. La mujer que "ama" y su trabajo soñado.
Lo sé, era cruel, pero se lo merecía. Después de todo él me había rogado que lo perdonara por ese maldito empleo y no porque realmente me quisiera.
Ya no tenía ganas de llorar, quería verlo llorar.
Una mujer muy bonita, entró a la oficina con cautela.
Me enderecé en la silla y la observé de arriba a abajo. No la reconocía de la empresa, quizás era nueva o una intrusa. Pero sea quien sea ¿Qué hacía entrando justamente a este lugar?
- ¿Quien es usted y qué hace aquí? - Me preguntó. Insolente.
Óigame, señorita - porque sí, se veía muy joven ¿Cuantos años tenía? ¿20?-, esa pregunta la debería hacer yo. Me quitó las palabras de la boca la puberta.
- Buen día. -Siempre siempre, se saluda primero- Yo soy Lily Ferrec, hija de Oliver Ferrec, jefe y dueño de Empresas Ferrec. Y estoy aquí porque estoy esperando a mi futuro esposo, Dante Leone. - creo que con eso le bastaba para saber quien era. - Ahora... ¿Puedo hacerte las mismas preguntas?
Cada pizca de color desapareció en segundos de su rostro. Parecía a punto de desmayarse.
La había asustado y mucho.
- Soy... Soy... Soy... - Tartamudeó. Temía que se largase a llorar.
- Oye, oye... tranquila. - Dije poniéndome de pie - No voy a despedirte ni nada por el estilo. - me acerqué a ella y apoyé una mano en su hombro. - Solo que no te había visto antes y me sorprendió verte aquí.
Ella pareció tranquilizarse un poco. Al menos sus mejillas comenzaban a recuperar su ligero rubor.
- Ahora siéntate, respira y dime quien eres. - la guié hasta la silla que estaba frente al escritorio y luego me senté en la silla del jefe (Así me gustaba llamarla) Esperé a que ella hablara.
Ella dejó una carpeta con papeles sobre la mesa y respiró profundo antes de responder.
- Soy Amelia Russo. La nueva secretaria del Señor Leone. Entré a la oficina para dejar unos papeles y corroborar de que todo estuviese en orden antes de que él llegara.
Así que su nueva secretaria... Tampoco me había enterado sobre esto.
- Un gusto conocerte, Amelia. - Le sonreí.
Lily, piensa en como puedes usar esto a tu favor.
- Lo mismo digo, señorita Ferrec.
Me dijo "señorita". Es un encanto.
- Llámame Lily, por favor. - pedí. En verdad no me gustaba cuando me llamaban por mi apellido, las formalidades me aburrían.
Ella sonrió agradecida, y justo en ese momento alguien más entró en la oficina.
Damas y caballeros, tenemos gato encerrado. Dante Leone acaba de llegar.
Su reacción al verme fue épica. Se quedó paralizado en la entrada y el color de su rostro, prácticamente, dejó de existir. Su vista se posó solamente en mi. Estaba segura de que ni siquiera había notado la presencia de Amelia en la silla frente a mi. Yo sonreí de la mejor manera en cuanto lo vi. Él tragó duro.
- Lily... - dijo casi en un suspiro, ¿O era una suplica?
- Buen día, "cariño".- que hipócrita me sentía al llamarlo así. Pero traté de que sonara lo más convincente posible.
- ¿Pero... qué haces aquí? - dijo él. Aun no salia de su asombro.
Si, querido, descubrí tu secretito. ¿Me escondes algo más, Dante?
Otra vez esa pregunta. Miré a Amelia y sonreí.
- Hoy todos me harán la misma pregunta. - Traté de sonar graciosa. Ella soltó una pequeña risita.
Definitivamente me agradaba esa chica.
Fue entonces cuando él se percató de la presencia de su nueva secretaria. Ella al notar que él la observaba, se puso de pie y fue directo a saludarlo. Él se enderezó y acomodó su fina corbata, en un inútil intento de imponer respeto.
Impones vergüenza, querido, solo eso.
- Un placer poder trabajar para usted, señor Leone. - Dijo con cierto nerviosismo en su voz.
Él me observó por encima del hombro de Amelia.
Mi amor, si planeabas usarla a ella como tu siguiente victima, lamento decirte que no funcionará.
- Espero que hagamos un buen equipo - murmuró él en respuesta. - Ahora... ¿Podrías dejarme un momento a solas con Liliana?
Ella asintió y sonriente se volvió a mi para despedirse.