Zoe deambula por las calles de Montmartre. Su vestido de seda de tonos azules se agita con la brisa vespertina. Zoe pasea sin rumbo fijo por las calles empedradas. La luz del atardecer baña el barrio bohemio en un tono dorado, y las farolas de gas comienzan a parpadear tímidamente. Su vestido de seda, con tonos que van del azul celeste al añil, se agita con la brisa, creando un efecto casi fantasmal a la luz tenue.
Sus pasos la llevan por callejones estrechos y sinuosos, flanqueados por casas de piedra y cafés con terrazas llenas de gente. El aroma a café recién hecho y croissants se mezcla con el perfume floral que emana de los jardines secretos que se esconden entre las calles.
De vez en cuando, Zoe se detiene a contemplar la vista desde alguna de las terrazas que se asoman a la ciudad. Desde allí, puede ver la Torre Eiffel que se alza majestuosa en la distancia, y las luces de París que comienzan a encenderse una a una.
Se le acerca un hombre. Ella se da cuenta de que será su próxima víctima en cuanto lo ve aparecer. Un escalofrío recorre la espalda de Zoe mientras observa la ciudad desde la terraza. La brisa nocturna se vuelve más fría, cargada de una premonición que eriza su piel. De repente, el hombre se aproxima a ella, su silueta recortada por las luces de la ciudad. Sus ojos, como dos pozos negros, la atrapan en una mirada penetrante. Zoe, con una mezcla de terror y fascinación, intuye que este hombre será su próximo candidato. El aroma del perfume Cartier del hombre impregna el aire, envolviendo a Zoe en una mezcla de opulencia y peligro. Es una fragancia masculina, intensa y especiada, que contrasta con la dulzura floral de su propio perfume.
Su traje, perfectamente entallado y de un color azul oscuro que refleja la luz de la luna, le da un aire de poder y control. Sus ojos, penetrantes y fríos, la intimidan y la fascinan al mismo tiempo.
En presencia de este hombre, Zoe siente una mezcla de emociones contradictorias. Por un lado, la intimida su aura de misterio y su evidente dominio. Su presencia la hace sentir vulnerable, como si la estuviera desnudando con su mirada.
Pero al mismo tiempo, esa misma vulnerabilidad despierta en ella una furia vengativa. El recuerdo de la fiesta, de la impotencia que sintió al ser arrastrada por los hombres, la impulsa a luchar.
En este momento crucial, el perfume de Cartier se convierte en un símbolo de la batalla que se libra dentro de ella. Es la fragancia del peligro, del poder de él, pero también de su propia valentía y determinación.
Zoe está lista para enfrentar su destino, para escribir su propia historia. El aroma del perfume del hombre la acompañará en este viaje, recordándole la fuerza que reside en su interior.
El hombre, con una sonrisa cínica y una voz áspera, le susurra al oído: "¿Te apetece un poco de compañía?". Zoe, petrificada, no puede articular palabra. Su mente se acelera, buscando una forma de escapar, una salida a este encuentro inesperado.
Y él, sin esperar respuesta, la toma del brazo con una fuerza descomunal. Zoe intenta soltarse, pero es inútil. La arrastra hacia un callejón oscuro, donde la luz de la luna apenas penetra. El miedo se apodera de ella. Pero en ese instante, Zoe despierta con una furia que rompe la parálisis. Su corazón palpita con fuerza, resonando en sus oídos como un tambor de guerra. Un torrente de recuerdos inunda su mente: la fiesta aquel día de julio en Papeete, los hombres en la playa, sus risas mientras la arrastraban hacia el mar, su lucha por zafarse, la angustia por la desaparición de su madre. Con una gracia felina, sus movimientos rápidos y precisos como los de un gato salvaje, ella saca un cúter de su escondite secreto: entre el liguero y su muslo. La hoja brilla con un filo amenazante mientras la acerca a su cuello, la tensión en el aire se vuelve palpable. La decisión está tomada, no hay vuelta atrás. La trayectoria del cúter es precisa y devastadora., su cuello es rebanado de lado a lado.
El hombre, sorprendido por la ferocidad de Zoe, retrocede tambaleante. Sus ojos, llenos de terror, reflejan la furia que ahora habita en ella. Zoe no se detiene, no muestra piedad, es una liberación de la impotencia que la ha atormentado durante tanto tiempo.
Dos días después un nuevo lienzo cobra vida en la galería "L'Art Marginal". En él aparece de nuevo la touloulou pero esta vez solo se ve su cara y en el ángulo inferior izquierdo de nuevo un koru. El estallido de color invade la galería "L'Art Marginal". Un lienzo vibrante, dominado por el rojo, se alza ante los ojos de los visitantes, capturando su atención de inmediato. En él, la figura de la touloulou vuelve a ser protagonista, pero esta vez, solo su rostro se revela. Un rostro que ha perdido la serenidad de la obra anterior, ahora distorsionado por el miedo. Sus ojos, desorbitados y llenos de terror, parecen mirar hacia un enemigo invisible, una amenaza que se cierne sobre ella.
El rojo, omnipresente en la obra, acentúa la sensación de peligro y urgencia. Es un color que evoca la sangre, la violencia, la pasión desbordada. Las pinceladas enérgicas y la distorsión de la perspectiva añaden un toque de caos a la escena, creando una atmósfera de tensión y desasosiego.
En el ángulo inferior izquierdo, un koru, símbolo de renacimiento y nuevos comienzos, parece fuera de lugar. Su presencia, en contraste con el terror que emana del rostro de la touloulou, genera una disonancia inquietante.
Los visitantes de la galería se alejan de la obra conmocionados, con un nudo en la garganta. La imagen de la touloulou aterrada se graba en sus retinas, y las preguntas sobre su destino resuenan en sus mentes. La obra ha logrado su cometido: remover conciencias, remover emociones, generar un diálogo interno sobre los terrores que acechan en la oscuridad.
La touloulou, en su nuevo estado de vulnerabilidad, se convierte en un símbolo de la lucha contra el miedo, un recordatorio de que la oscuridad siempre está presente.