Bastian O’Neill, líder natural de los Nemhains, y ahora Jefe Supremo de todos los Arzhvaels, se paseaba de un lado a otro en su despacho del Edificio que albergaba la sede del Consejo de Estado. Hacía un repaso mental de los acontecimientos del último año. No estaba precisamente contento, a pesar de que ahora tenía el control prácticamente absoluto de su mundo, los desgraciados Arzhaelíes seguían escapándosele de las manos, y lo que era peor aún, no había podido deshacerse de los odiosos mocosos Douglas. Esto último, aparte de producirle una enorme frustración, era una preocupación contante, porque mientras aquella amenaza respirara, él no tendría una noche de paz.
Por lo demás podía sentirse bastante satisfecho. Había sido en extremo sencillo, una vez sacados los Arzhaelíes del medio, hacer que la comunidad Arzhvael confiase en él. Lo tenía todo para lograrlo, un apellido de peso, inmejorable posición económica, un discutible encanto personal, no para quienes lo conocían bien y habían sido sus víctimas, pero que administraba de forma muy conveniente, y el atractivo propio de su raza, que solo era levemente empañado por la lívida cicatriz que atravesaba su rostro, el recuerdo imborrable que le había dejado Giulian Cornwall.
Sin discusión aquel individuo sabía jugar sus cartas. Previo al proceso eleccionario, había sumido al mundo de los Arzhvael en un caos. Sus hombres seguían con la política de organizar revueltas, y sus “otros” hombres, los Vänator, se encargaban diligentemente de “sofocarlas”, ganándose largos artículos de prensa que alababan su excelente trabajo. En cuanto los Arzhaelíes fueron declarados grupo subversivo, toda revuelta, ataque o disturbio organizado por sus hombres, era endilgado a los Arzhaelíes, y como estos no podían defenderse sin arriesgarse a ser entregados a la justicia, un porcentaje de la población se creía el cuento.
Por otro lado, sus gestiones en el mundo de los Firbolg marchaban de manera inmejorable. Su Laboratorio de experimentación seguía arrojando resultados asombrosos, que complacían de manera exagerada su sádica manía por el mejoramiento de la raza.
Pero su preocupación persistía, sabía perfectamente que los Arzhaelíes seguían trabajando en las sombras, y que muchos miembros importantes de distintos países habían buscado su protección. Los muy estúpidos habían escogido al bando perdedor, y cuando lo notaran sería demasiado tarde. Él les había ofrecido una oportunidad para formar parte del nuevo orden, pero ellos habían decidido rechazarla firmando con ello sus respectivas sentencias.
Pero su obsesión mayor seguían siendo los gemelos Douglas, mientras no se deshiciera de aquella amenaza, su mundo seguiría teniendo una falla.
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Entre tanto, la vida en Arx había ido tomando forma, la ciudadela ofrecía toda la infraestructura necesaria para el funcionamiento adecuado de una comunidad bien organizada.
El edificio destinado a ser utilizado como Hospital, ya se encontraba en perfecto funcionamiento, y fue para ellos una gran alegría, aunque no dejaron de preocuparse por los estudiantes de Develieng, cuando Alan Genezing se trasladó en forma definitiva a Arx al recibir una amenaza directa de parte de uno de los hombres de Nurión. De modo que ahora dirigía el centro de salud de la ciudadela, liberando a Iván de esa responsabilidad.
Otra reciente adquisición había sido la de Endering, la profesora de Transformaciones de Develieng, a quien su hermana Eirian, había suplicado desaparecer después de varios y muy ruidosos enfrentamientos con algunos Nemhains. Eso le produjo cierto regocijo a Danny que recordaba como Endering lo había reñido por no poder mantener la boca cerrada. La llegada de Endering, a quien más benefició fue a Eve, ya que la vampiresa había tenido a su cargo la dirección de la recién creada escuela de Arx, pero así como Iván no podía con la dirección del Hospital y sus obligaciones como Arzhaelí, que lo obligaban a estar mucho tiempo fuera, a ella le sucedía lo mismo. De manera que Endering se hizo cargo de la escuela.
El Castillo de Arx había sido destinado tanto a albergar la sede de los Arzhaelíes, como a ser el lugar donde se impartirían las clases. Afortunadamente era un lugar lo bastante grande como para ello, porque, aunque en un principio no habían esperado tener que recibir a tantos estudiantes, un hecho de naturaleza insólita, había contribuido a llenar las aulas de Arx.
Uno de los decretos promulgados por Bastian y que ya se contaban por docenas, obligaba a todo Arzhvael a enviar a sus hijos a Develieng. Aquello de entrada habría sido absurdo, porque Develieng era una institución grande, pero de ninguna manera habría podido recibir a todos los Arzhvaels del mundo en sus instalaciones. Si bien era cierto que era considerada por la mayoría, como la mejor escuela Arzhvael, no era menos cierto que había otras que sin ser tan antiguas como Develieng, brindaban una enseñanza de calidad y ofrecían la oportunidad a los padres de tener a sus hijos a menor distancia física. Y hasta la fecha, todo Arzhvael había tenido la potestad de enviar a sus hijos a estudiar donde mejor le pareciera.
Pero el problema del espacio físico de Develieng fue resuelto de una forma macabra. Porque solo podrían recibir educación, aquellos Arzhvaels que pudiesen demostrar que a lo largo de su historia, tanto en sus ascendientes directos (es decir padres y abuelos) como de sus parientes más antiguos, no hubiese mezcla con otras razas. Por lo tanto, esto simplemente borró del mapa a la mayor parte de la comunidad Arzhvael, del mismo modo que se le había negado la entrada a Develieng a los Elfos.
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Editado: 25.09.2022