Durante los días anteriores a la boda, Averdeen se había convertido en zona de guerra. No solo por los apresurados preparativos de las bodas, sino porque las dos parejas lejos de colaborar, constituían un dolor de cabeza constante. Aderyn definitivamente había perdido su dulzura, pero parecía que solo con Gail. La mayor parte del tiempo estaba lanzándole cosas a la cabeza, insultándolo o corriéndolo de cualquier lugar donde se encontrase. El chico llegó a considerar seriamente que su futura esposa había dejado de quererlo y que francamente lo odiaba. Pero no llegaba a una conclusión al respecto, porque tan pronto ella estaba insultándolo, como acurrucada en sus brazos haciendo planes, así que toda la situación lo estaba volviendo loco e insistía en que realmente Aderyn ya no lo quería.
Iván no estaba muy seguro de si esa conversación había contribuido o no a ayudar a su hijo y esperaba sinceramente que las cosas mejoraran, no solo en beneficio de la paz y tranquilidad de todos, sino en el de la salud de Gail. Y si estaba preocupado por ella, era porque en los últimos días Gail estaba más pálido de lo usual y había perdido peso.
Amy procuraba con ahínco que su ahijado se sintiese mejor, pero el chico estaba realmente mortificado por los cambios de humor de Aderyn y prestaba muy poca atención a nada de lo que le dijeran los demás. Una noche Amy entró a la habitación de Gail como hacía a diario desde que había vuelto y lo vio acostado. Se acercó a la cama, pero cuando lo hizo notó que Gail parecía ausente y una lágrima había escapado de sus ojos. Esto hizo que aun sin saber los motivos, un dolor enorme se instalase en su corazón. Se sentó a su lado y acarició su rostro.
Gail se parecía mucho a Iván, pero tenía los ojos de Vlad y generalmente también su alegre sonrisa, de modo que verlo así la hacía sentir terriblemente mal y deseó con todas sus fuerzas, que el tiempo pasase pronto y todo volviese a la normalidad entre él y Aderyn.
Una mezcla de ira, resentimiento y profundo dolor se mezclaron en el interior de Amy. Ella había querido a Ángela como a su propia hermana, pero jamás podría perdonarle lo que había hecho, a pesar de las largas conversaciones con Eowaz y las no más agradables sostenidas con Armel y Waleska en el sentido de que ella era una arzhaelí y no debía albergar esa clase de sentimientos porque, aunque humanos, hacían parte de la energía negativa y ellos luchaban contra eso. Y en ese momento habría sido poco menos que imposible, viendo como estaba su Gail por culpa de Ángela. Sin embargo, hizo acopio de valor para poder decir lo que debía.
Amy estaba en una difícil posición y por primera vez tuvo consciencia de la preocupación de Eowaz, Armel y Waleska cuando hablaban con ella, porque ahora que sentía la necesidad de equilibrar las emociones de Gail y alejarlo de toda esa negatividad, era cuando entendía verdaderamente la angustia y frustración de los arzhaelíes cuando ella se negaba a entender lo que intentaban decirle.
Ella había pensado equivocadamente que se refería a su madre, pero en ese momento Amy comprendió que a quien echaba de menos era a Eve y lloró junto con Gail. Un rato después, cuando ambos se habían calmado un poco, Amy lo miró y acarició su rostro con ternura.
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Editado: 19.10.2022