QUÉ SOY
-Fátima-
Los días que siguieron a la masacre fueron silenciosos y oscuros. Me encontré cuestionándome todo aquello que conocía y todo en lo que creía mientras pasaba hora tras hora en el sillón, ocultándome del mundo y oyendo cómo mi tío realizaba furiosas llamadas telefónicas a los padres de los chicos que me habían tendido aquella trampa. Él quería tomar medidas legales, yo quería que lo dejara allí y que todo terminara de una vez.
Aún recuerdo cuando se comunicó con una madre que estaba furiosa, pues su hija había sobrevivido, pero había resultado herida y aún estaba internada. Comenzó diciéndole a mi tío que la historia no era como yo la contaba y, cuando se sintió acorralada por todo lo que el hombre estaba señalando, comenzó a gritar. Podía escucharla como si estuviese en la misma habitación que nosotros:
—¡Sé lo que pasó en Rawson, sé lo que pasó con Rocío Guzmán! ¡¿Te parece una casualidad, Carlos?! ¡Decime la verdad!
Mi tío terminó por decirle que estaba mal de la cabeza y que le haría una denuncia por los daños que me habían causado. Lanzó el celular sobre la mesa en un gesto de frustración, y yo me encogí en el lugar.
—Ya, dejalo, tío —le recomendé—. El año que viene empiezo en otro colegio, ya está.
Él se aferró al respaldo de una silla ligeramente agachado y sus ojos oscuros se posaron en mí, pero no emitió comentario. No había nada más que lástima cuando me contemplaba, pero no la necesitaba.
Había sido yo. Lo sé. Ya me vengué, todo lo demás era innecesario.
Dejé de creer en todo lo demás, sólo creía en mi poder.
Incluso dejé de creer en Dios y en los espíritus que vendrían a acecharme.
Cuando mis padres y amigos cerraron los ojos, ahí se terminó todo. Que sí, que no quiero ser tan cerrada, puede ser que sus almas sigan en algún lado, ¿y yo qué sé? Puede ser que vuelvan en forma de otras personas o de un perro, no me importa ni un poco porque yo no voy a saberlo. Suelo ponerme en papeles horribles cuando estoy dolida, a veces supongo que es eso lo que me pasa.
Mi relación con mis padres nunca fue la mejor, pero me amaban y yo a ellos sin importar que ese día haya deseado que desaparecieran. Cuando en verdad lo hicieron, se produjo un vacío en mi pecho que mi tío no podía llenar con horas de televisor encendido sintonizando las noticias a todo volumen. Hay voces que gritan más fuerte que tu televisor, tío, disculpame por poner malas caras: No fue tu culpa. Fue mía.
Al día de hoy me sigo preguntando si ver esos informes diarios era algo que realmente disfrutaba, o si él también quería acallar algo. Nunca le pregunté sobre su vida y es poco lo que sé. Debería parecerme raro que un hombre de cuarentaicinco años nunca se haya casado ni haya tenido hijos. Tampoco parecía tener amigos. No iba a ser yo quien lo cuestionara: Eso se parecía mucho a la vida que yo estaba destinada a tener.
Me río de mí misma cuando pienso que ya estaba amargada a los diecisiete años, así que probablemente el resto de mi vida va a ser una sucesión de noches en vela mirando al cielo raso y pensando en la mierda que acarreamos y de la que no nos queremos hacer cargo, así que le buscamos significado. Lo siento, pero no. No hay un significado, no hay un destino, no hay un bien superior cuidándonos: Todo es una montaña de mierda y a cada uno le toca una porción que va por azar. Así que, fui una malcriada que tuvo todo lo que quería, hasta que un día se quedó hasta sin padres.
No hay un significado en nada de eso.
Yo lo sabría: Se lo busqué cientos de veces.
No sé en qué pensé ese día cuando me acosté en la cama y me quedé mirando la pintura saltada del cielo raso, pero había pensamientos que tenía a menudo.
A veces le tocaba a mamá. Pensaba en ella con ese pelo rubio que yo quise heredar, aunque sospecho que se lo teñía. Si era así, nunca le vi siquiera un poquito las raíces. Pensaba en cómo se reía con toda la boca, era escandalosa, era graciosa, le gustaba bailar y hacía comentarios en voz alta sin reparo alguno. A veces me daba vergüenza. Quería que se callara.