Miriam Miranda es una chica de dieciséis años, de estatura promedio, cabello castaño y ojos color avellana, es la más diferente a su familia, sus rasgos son más a su abuela.
El resto de la familia era muy alta, esbelta, cabello negro y ojos gris, ella hubiera deseado ser más como ellos.
Su familia de compone de dos padres, dos hermanos mayores y ella.
Los Miranda eran muy millonarios, su familia tenía pequeñas empresas por todos lados y básicamente ellos no tenían que hacer mucho, además de que otras dos personas eran las que se encargaban de todo lo administrativo.
El día era lluvioso y ella venía levantándose para ir al colegio, su casa estaba a casi una hora de distancia, ya que vivían en la entrada de un inmenso bosque.
— Buenos días papá. — saludo sentándose con el resto.— ¿ Como amanecieron?
— De espanto. — se quejó Gerald, su papá. — Nos están acusando de tráfico de blancas.
Miriam lo miró con tristeza, era la segunda vez en un año que era demandado por el mismo asunto, nadie sabía quién era porque la demanda era de manera anónima.
— Agustín viene esta tarde.— Aviso Regina, su mamá. — Dice que verá la manera de ayudarnos.
— Eso es una buena noticia.— se alegro. Sin embargo sus papás no cambiaron las expresiones del rostro, sabía que algo andaba mal, pero no quizo decir más.
Después de unos minutos todos se levantaron de la mesa y cada quien se fue a hacer lo suyo, sus hermanos ya iban a la universidad por lo que ella siempre viajaba sola en un auto.
Todo el camino hasta el colegio era solitario y sin ninguna casa, solo extensiones de vegetación y agua.
Sus papás tenían cuatro empresas, una de mercadeo, una agencia de viajes y dos hoteles. Siempre que se ponía a pensar en todo lo que han logrado se admiraba, aun que claro, su papá le dijo que era herencia de su abuela ya fallecida en un accidente juntos con su abuelo y tío, por lo que él quedó con todo el dinero y las empresas.
Iba a un colegio privado y era la segunda mejor del salón, la primera era su amiga e hija de uno de los que le ayudaban a su papá.
Al llegar al colegio se quedó helada al ver una multitud de cámaras y reporteros, sabía que era por lo sucedido con con papá, siempre era lo mismo.
Se bajó y en ese momento una lluvia de preguntas le cayó.
— Señorita, ¿ es verdad lo que dicen de su padre?— preguntó una mujer.
Y otra que la dejo completamente confundida— ¿ Es verdad que no soy más que ladrones?.
— Perdón señorita. — imitó su voz.— Tengo clases y ustedes me retrasan, no quiero ser grosera pero no contestaré absolutamente nada.
Se acomodó la mochila y entró rápido al colegio, dentro resivio miradas extrañas, de burla y otras de conspiración.
No se dejo intimidar y dejo que dijeran lo que querían, al final sabía que sus papás no eran lo que los demás decían.
¤¤¤
En la tarde, estaba en su última clase cuando revivió un mensaje del grupo de colegio, en realidad todos lo recibieron.
Al inicio no quiso poner atención, pero muchas miradas se dirigieron a ella y la curiosidad le ganó .
Saco su teléfono y se encontró con un video, en él su papá estaba en una conferencia y comenzaron a arojarle cosas mientras le gritaban sucio y muchas cosas más.
A la hora de la salida fue rápido al auto y pidió al chófer que manejara a toda velocidad.
En la entrada de su casa estaban sus dos hermanos, venían golpeados y sangrados.
— ¡ Steven, Stephen!, ¿ también vieron el video?— se preocupo, se acercó y los miró.
— Por supuesto, se hizo viral. — le informó Steven.— Unos tipos empezaron a molestar y Stephen golpeó a uno y de ahí inicio una pelea.
— Mamá se va a preocupar mucho. — Se quejó. — ¿ Ya están mejor?
— Los otros quedaron peores.— dijo Stephen riendo fuerte.
Se rodearon los hombros y entraron a la casa, Gerald estaba sentado en un sofá con la cabeza entre las manos.
— Papá, vimos lo que sucedió, ¿ estas bien?— preguntó Steven. Miriam fue a sentarse al lado de su papá mientras lo abrazaba.
— No, hijo, todo está mal, la demanda nos está afectando demasiado, necesito saber quién la está haciendo.— contestó.
— ¿ Y tienes pruebas de que tu no hiciste nada?— preguntó Stephen, de inmediato recibió una mala mirada de su papá— Yo se que tu no eres lo que dicen, pero es mejor tener pruebas.
— Por supuesto que las tengo.— Gerald se levantó y dejó a Miriam con las palabras en la boca.
¤¤¤
Eran casi las cuatro cuando Agustín llego a la casa Miranda, todos estaban impacientes y preocupados, Regina no había dicho nada y sus hermanos parecían tensos, Gerald cada vez se notaba más enojado y nervioso.
Ella estaba sentada viéndolos desde las escaleras sin saber que hacer, todos estaban extraños y era la primera vez que los notaba así.
— Siéntense.— les pidió Gerald. Todos se acomodaron en el sofá y miraron expectantes.
Agustín era muy alto, cabello castaño y ojos color miel y es el abogado de la familia.— Quiero comentarles que ya envié los papeles con todas las pruebas y tal como dice Gerald, son solo falsos de alguien con malas intenciones. Ya mande a investigar con otro abogado y espera que mañana tenga pruebas.
— Eso es grandioso. — Celebró Gerald.
Regina de repente se desmayó y todos acudieron a auxiliarla, estaba pálida y muy fría.
— ¡ Mamá!— gritaban sus hermanos al mismo tiempo. Miriam sólo podía ver la escena con el corazón acelerado y entrando en pánico.
Rápido la llevaron a un hospital donde avisaron que todo estaba bien, solo que no había comido nada en todo el día.
Miriam se comía las uñas por el nerviosismo y el miedo, no se imaginaba una vida sin su mamá. Sus hermanos se acercaron y la abrazaron mientras le decían palabras reconfortables.
¤¤¤
Dos días después.
Miriam acompañó ese día a su papá a la empresa, ya que estaba muy apresurado ella iba a ayudarle al menos a imprimir cosas o a acomodar.